El abuso, la mayor parte de las ocasiones, alcanza a su víctima desde el interior de la propia familia, ese refugio de paredes anchas y cerrojos en cada portón, seguro sólo en apariencia. Resulta sencillo comprobarlo: ¿cuántos testimonios no hemos leído o escuchado en los que un padre, un primo, un primo de la madre, del padre, un abuelo deslizan los dedos, en el mejor de los casos, a fin de profanar la intimidad de un adolescente, la de un niño? El ofensor llega, amenaza, se sirve y se retira hasta una próxima oportunidad, todavía sin fecha, cuando los adultos tengan un compromiso o no estén atentos, generándose así otra ocasión para dejar caer en el oído de la víctima un “ni les digas nada porque no te van a creer, si me acusas voy a negarlo”, además de otras frases, lugares comunes quizá, pero suficientes si lo que se desea es volver muda una lengua de poca edad.
Para El mundo de aquí, Beatriz Meyer toma de entre ese universo de abusos el que perpetra un hermano, hijo de un matrimonio anterior del padre. La también autora de Este lado del silencio extiende en las páginas publicadas por Ediciones de Educación y Cultura a finales del año pasado la biografía de Andrea Murray, traductora de 28 años que no terminó la preparatoria, casada hace siete con Osvaldo, inquilina de un hombre “que usa aretes de anciana, lleva las uñas pintadas y habla con vozarrón de abarrotero español”.
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