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El tiempo se destila cadencioso través de las páginas de Siempre es 1966 en el Norte, colección de cuentos y viñetas que se erige en la ópera prima del abogado y Licenciado en Literatura Enrique Castellanos. No hay prisa por finiquitar retratos, ni se escatiman palabras en la construcción de las atmósferas. Los cierres narrativos no se precipitan, llegan cuando tienen que llegar, pero eso sí, casi siempre plantean salidas convincentes. Sin embargo, a pesar de la predominancia de de la lentitud, queda claro que Castellanos sabe calibrar sus experimentos mediante diferentes velocidades, densidades lingüísticas y gramajes conceptuales.

 

Propongo empezar nuestra exploración por sus ambientes. Los más socorridos son las cantinas, específicamente las de pueblos -aunque por ahí se refiere también alguno de aeropuerto -, sus personajes, usos y costumbres. Así, en El despertar fue lento como un día que amanece, el personaje L observa escarbarse la nariz a una mujer de quien “no estaba seguro de que fuese puta o si sólo bailaba” en medio de un bar aeroportuario retratado mediante este párrafo aséptico:

 

“Un dejo de hospital el aeropuerto tenía. Ella no tenía nada de enfermera ni él de paciente, ni los demás de doctores, camilleros o secretarias; sólo había un ambiente blanquecino de mejoramiento truncado y a la espera. Una espera de sala de recuperación, de atardecer, de desempleo en verano; un tedio ambiguo, sin ser demasiado doliente. (p.71)”

 

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