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Artistas como reses en el rastro

artistas como hígados

yo me detengo ante el umbral de su dolor incognoscible

les veo abstraer esas neuralgias con serenidad tan frágil

que me siento vivo

en su muerte yo me siento vivo

con viva urgencia de empinarme ante la muerte.

Refrán popular poblano

 

 

Si bien es cierto que mi primer contacto con Diana J. Torres fue todo menos grato, al final del día no me dejó indiferente. Supongo que es algo que le pasa a todx quien llega a tenerla cerca. La conocí por accidente, durante el Femstival 2013, en el Museo del Chopo –a unos metros del prostíbulo institucional de Cuahutémoc Gutiérrez de la Torre. Yo iba únicamente a ver a Virginie Despentes, que venía a presentar su colección de ensayos y memorias Teoría King Kong así como su documental Mutantes, y a Beatriz Preciado.

A la hora de la hora, ni Despentes ni Preciado –platos fuertes del Festival– se apersonaron, y en su lugar se ofreció una charla de relleno llamada “Mesa abierta de estrategias transcallejeras queer”, impartida por el colectivo Piernas Abiertas. Habiendo recorrido no menos de cuatro kilómetros para llegar ahí, y faltando aún seis horas para una bacanal High Energy que se celebraría en una bodega de Neza, me metí de mala gana al auditorio. Recuerdo que portaba mi playera de Jack Daniels. El taller tardó en empezar. Unas chicas lesbianas se sentaron frente a mí y empezaron a preguntarse graciosadas como “¿No se te antoja un Jack Daniels?”, y a contestarse “Paso sin ver, gracias”, y a soltar risotadas y más alusiones, y así sucesivamente para dejarme en claro que ahí yo y mi mísera heterosexualidad éramos minoría, estábamos solos, y no se me iban a perdonar unos cuantos piques a modo desimbólica cuota de retribución por mi papel de representante heteropatriarcal, o del phylum machirulo. Habiendo salido avante de hostilidades mucho más abiertas y amenazadoras en mi largo tránsito por los ambientes underground, me tomé el asunto con sentido del humor. Reconozco que puedo llegar a ser un paranoico de cepa.

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