Durante los fines de semana, la mayor parte de la actividad en Profética se centra abajo, en el patio; pero hace un par de sábados, un grupo de alumnos de kínder subió una hora antes de que iniciara el cuentacuentos a fin de hacer uso del área infantil, junto con varios adultos y la maestra responsable.
Por lo regular, es cuando concluye el cuentacuentos que muchos de los asistentes visitan la biblioteca. Pero ese día subieron pocos, permaneciendo, además, corto tiempo.
No es necesario mencionar que la mayoría, en algún momento, me hace preguntas con respecto a la existencia de un título en específico dentro del acervo, acerca de un tema o de un autor. Y ese día una de aquellas dudas me llamó la atención. Fue de un joven, dieciocho, dieciséis años poco más o menos, y su tono, sin hacer alusión a sus ademanes tímidos (negar con la cabeza, las manos en los bolsillos), sonaba más bien a disculpa. Los libros no son lo mío, yo no sé de eso, dijo mientras, debido al encargo de un profesor, preguntaba por algo titulado “Joyas de la literatura”.
Imaginé casi de inmediato alguna colección de esas que en la actualidad se encuentran sólo en las librerías de viejo: volúmenes uniformes, de pasta dura en color vino o azul índigo, más semejantes a una enciclopedia de formato pequeño. Dichas colecciones están compuestas por las obras que, a juicio del editor, son las representativas de diferentes autores. Mientras escribo esto se me ocurre citar una perteneciente a Ediciones Orbis, conformada por varios de los merecedores del Premio Nobel de Literatura, o “Las grandes obras del siglo XX”, colección que reúne a Nikos Kazantzakis, Thomas Mann y Henry Miller, por mencionar algunos. Así que, para intentar ayudar al joven, le pregunté si su maestro le había mencionado algún autor en específico, alguna obra de entre esas “Joyas de la literatura”, para poder localizarla en el catálogo. Pero su duda, su disculpa, siguió conteniendo las mismas palabras: yo no sé de eso.
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