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Imagina, lector, unas dos o tres pilas de veinte libros cada una, en promedio, agrupadas por autor y colocadas en el mostrador, a la entrada de la biblioteca, luego de que varios equipos de estudiantes de preparatoria o bachillerato, no recuerdo bien, entraran a buscar volúmenes en apariencia diferentes de José Emilio Pacheco, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Juan José Arreola, Gabriel García Márquez y Julio Cortázar. Lo siguiente, para mí (y para Arturo, la semana posterior), fue sacar cierto número de copias: portada, contraportada, la hoja donde está impreso el año de publicación y las cinco primeras páginas de cada obra. A lo anterior se suma la espera de estos equipos, de unos cinco estudiantes más o menos cada uno, y una especie de competencia impuesta por el profesor o profesora: “quien encuentre más títulos diferentes de (inserta aquí el nombre del escritor) va a ganar…” ahora no me acuerdo bien si un punto extra o la calificación final más alta de todo el grupo.

 

Esto ocurrió hace unas tres o cuatro semanas y también hace un año, por esta misma época, sólo que en menor medida; supongo que entonces no hubo ningún incentivo, pero en fin, lo que deseo resaltar de esto es su carácter mecánico, tanto de mi parte como de la de los usuarios: ellos reunieron libros de portada distinta, esperaron junto al módulo, pusieron los volúmenes en los carritos; yo coloqué esos títulos de lomo contra la copiadora, pasé páginas, busqué índices, años de edición, inicios de obra, saltándome prólogos y epígrafes, puse en columnas diferentes los ya fotocopiados para tomar el siguiente y colocarlo de lomo contra la copiadora, localicé algún título repetido, publicado en otra editorial, en un año distinto…