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Por: Raúl Picazo

Una de las razones por las que escribo sobre Dos horas de sol de José Agustín, es porque me atrae la presentación del puerto de Acapulco en su agónico declive como uno de los sitios paradisíacos más visitados de México,  otra, porque encuentro la complementación de dos mundos, de ideas antagónicas, la del jefe y el subordinado, la del editor ricachón y su reportero.

 

La historia narra el viaje de dos sujetos que emprenden una ruta de trabajo para armar un súper-reportaje del puerto de Acapulco, el cual sería incluido en el número siguiente de “La ventana indiscreta”, una de las revistas más populares y leídas a nivel nacional. Pero lo que no esperaban es que al llegar al paraíso se encontrarían con nubes negras que pronto cubrirían el cielo. La cola de un huracán golpeaba intermitentemente al puerto, la cual creaba una gran cortina de viento y agua. Eso les complicó todo, desde las entrevistas, hasta las aventuras por las cuales estaban dispuestos a pasar estos dos hombres de acción. Pero el neoliberal, el jefe yupi, decide que no se debe perder tiempo, y reclama el trabajo diario, aunque el agua arrecie y los látigos de aire amenacen con desquiciar el ambiente.

Tranquilo y Nigromante son dos amigos que se conocen de años, pero la relación entre el que ordena y el que  obedece es intricada,  llevan años de lucha interna;  por ese motivo pondrán a pelear sus egos, mostrarán sus frustraciones, sus íntimos deseos en cada conversación, aunque la amistad refulja de vez en cuando entre el follaje de malas intenciones. Estos personajes fueron creados con devoción y precisión tal, que pueden colisionarse formando una masa uniforme. El jefe y el subordinado son partes de un mismo sistema, son unión indisoluble. Pero algo sucede, los engranes se desgastan, se crea una fricción que lleva a la ruptura.

 

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