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“¡Han llegado los bárbaros!”, proclama Tom Wolfe, vuelto un Atila en su libro El nuevo periodismo; “¡Han llegado los bárbaros!”, declara, orondo, burlón; se lo grita a los académicos, a los novelistas, a la tradición: nosotros somos los bárbaros, los periodistas que emergen de la sordidez y el menosprecio. Nosotros somos los bárbaros y he aquí nuestro manifiesto.

 

La primera parte de este libro, un ensayo de Wolfe en el que cuenta la breve pero vertiginosa historia del nuevo periodismo y explica en qué consiste y quiénes son parte de este movimiento, sirve como una especie de prólogo a la selección de piezas de nuevo periodismo de la segunda mitad. Es decir: estamos frente a una antología realizada y prologada por Tom Wolfe.

 

Es común que una antología implique una apuesta: el antologador toma riesgos, no sabe si su canon se empatará con ese otro canon mayor y más contundente que va construyendo la distancia, la relectura de las obras y el paso del tiempo. En este libro, Wolfe habla con una seguridad y una decisión tales que pareciera que no es consciente del tiempo que tiene por delante: está apostando y no duda en su apuesta. Ahora, a la distancia, aun sabiendo que ha ganado parte de esa apuesta, podemos notar que aventuró demasiado, que exageró en su ser categórico, que se equivocó en varias de sus sentencias lapidarias y en algunas de sus selecciones.

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