• David L. Espinosa
  • 09 Mayo 2013
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Por: David L. Espinosa

-Mira tía, por ejemplo, en el barrio de Claudio atraparon a un ladrón, pobrecito, lo único que le gustaba era robar lámparas, debía ser el negocio que tenía en el mercado Roque Santerio, o yo que sé… Bueno… pues agarraron al tipo  le dieron una golpiza tan grande, tan grande, pero tan grande ¡que al día siguiente volvió allí en busca de su oreja.

Para aquellos que me conocen no es un secreto que siento una gran afinidad por los textos para jóvenes, que me gustan los lenguajes claros y sencillos, de fácil acceso para todo tipo de personas; textos que leerlos pueda ser un placer para cualquiera. Es muy importante, para mí, que un texto sea claro en su lenguaje, que no se ande con tanteos o retóricas pero que en su significado siempre esconda algo que, a medida que se va desenterrando de ese enorme hueco llamado “absoluta comprensión del texto”, asombre a cada uno con lo que encuentra.

Los textos que más han llamado mi atención y con los que sufro una constante obsesión y los recomiendo a todo mundo son los que muestran a un joven, niño o adolescente describiendo su mundo, hablando a su manera sobre lo que ven. Mi obra favorita de este tipo y que representa por completo lo que quiero decir es El guardián entre el centeno de J.D. Salinger, quien también sentía una fuerte afinidad por estos textos, por los diálogos entre niños y jóvenes, adultos y niños o cualquiera que sea la combinación. José Agustín también es un ejemplo de este modelo literario, Eusebio Ruvalcaba o José Emilio Pacheco, todos ellos tienen entre sus obras un personaje que describe México, personajes jóvenes del mundo que están descubriendo y no tratan de explicarlo, tratan de explicárselo (a ellos mismos) y de razonarlo según su edad y la situación social en la que son insertos.

Yo no conozco nada de literatura de África, algún poemilla o cuento suelto que me he encontrado en internet y que puede ser falso. Pero tener un encuentro con esta literatura partiendo de Buenos días, camaradas de Ondjaki ha sido un entero placer.

 

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-Mira tía, por ejemplo, en el barrio de Claudio atraparon a un ladrón, pobrecito, lo único que le gustaba era robar lámparas, debía ser el negocio que tenía en el mercado Roque Santerio, o yo que sé… Bueno… pues agarraron al tipo  le dieron una golpiza tan grande, tan grande, pero tan grande ¡que al día siguiente volvió allí en busca de su oreja. Tía-“

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