• Francesca Dennstedt
  • 23 Mayo 2013
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Por: Francesca Dennstedt

La subsistencia de la poesía en América Latina se ha dado siempre como ruptura: la literatura nacionalista que buscaba desligarse de la tradición europea, las vanguardias, la poesía concreta de Brasil o la anti poesía de Nicanor Parra son ejemplos clásicos que representan cambios en los paradigmas poéticos. En la actualidad, la poesía mexicana pasa por un nuevo estadio de ruptura o, si se quiere ser más preciso, por un aire de inconformidad. Hasta hace poco, se seguían al pie de la letra las recetas formuladas por poetas como Octavio Paz y José Gorostiza, quienes se interesaban por resaltar la poesía como un arte sui generis: la poesía sólo se entiende a través de la poesía. Estas ideas se veían reflejadas en poemas solemnes, en textos de difícil compresión que sustentaban a la poesía como un quehacer que se sostiene exclusivamente en el lenguaje. Para esta generación la poesía interesaba porque sobrevivía al tiempo, porque se consagraba al infinito. En los últimos años, se habla de un cambio en el modelo estético que, según Luis Felipe Fabre, se da en dos fases que suelen superponerse: hablamos de los poetas nacidos a mediados de los sesenta y en la primera mitad de los setenta que, gracias a la autocrítica y a un cuestionamiento radical de la poesía mexicana, hicieron posible que los poetas nacidos en la segunda mitad de los setenta asumieran los cambios en la poesía de manera más natural y arriesgada. El fenómeno es curioso: los poetas viejos encuentran en los jóvenes nuevas formas de hacer poesía y estas formas modifican el pasado. Pero ¿qué significa este cambio estético? ¿Podemos hablar de una generación de poetas que apuestan por la novedad, por la ya desgastada conciencia de ruptura? Algo me queda claro: la nueva generación no sólo trata de escribir diferente hoy sino de escribir diferente ayer, de modificar el pasado.

(Este texto se escribió originalmente como presentación de una tesis sobre La sodomía en la Nueva España de Luis Felipe Fabre)

 

Con la publicación de antologías como El Manantial latente. Muestra de poesía mexicana desde el ahora: 1986-2002 (2002) de Ernesto Lumbrera y Hernán Bravo Varela, El decir y el vértigo. Panorama de la poesía hispanoamericana reciente (2005) de Rocío Cerón, Julián Herbert y León Plascencia Ñol; y después, con muestras como Divino Tesoro (2008) y La edad de oro (2012) de Luis Felipe Fabre queda claro el interés de la crítica por la poesía joven. Además, comienza a ser evidente que estamos ante una escandalosa sobrepoblación lírica, donde no hay necesariamente lugar para todos. Sin embargo, hay un conjunto de poetas como Luis Felipe Fabre (1974), Eduardo Padilla (1976), Oscar de Pablo (1979) o Inti García Santamaría (1983) que han logrado asegurarse una posición especial en la poesía actual: son poetas que proponen.

 

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