• Paulina Mastretta Yanes
  • 10 Octubre 2013
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Por: Paulina Mastretta Yanes/Taller de Periodismo Narrativo

La música del organillero  se escuchaba de fondo, también las voces de la gente que charlaba entre sí, ya fuese en un los restaurantes cercanos o en la misma plaza. Se veía también a las palomas rodear a alguna persona que les daba de comer, o al contrario, escapar de los niños que corrían hacia ellas y las asustaban, causando que de inmediato los tejados de las casonas se llenaran de decenas de palomas que observaban desde lo alto a los humanos abajo. Alguna que otra se fue a refugiar al campanario de la Catedral, imponente como siempre en lo alto.



El cielo lucía tranquilo  y sereno, pero se veía que algunas nubes grises comenzaban a acumularse, como si desearan que las nubes blancas desaparecieran bajo la profunda oscuridad de las negras. Estaba ahí de paseo con mi hermana menor. ¿Qué habíamos ido a hacer a ese lugar? No lo recuerdo con exactitud, me parece que la llevé a la Plaza de la Tecnología, o que ocurriría algún otro evento de poca importancia, pero lo importante es que estábamos ahí, en medio del zócalo, disfrutando de nuestro alrededor y me parece que llegamos a comer en algún restaurante de las cercanías.

Todo lucía perfecto aunque tenía la extraña sensación de que se me estaba olvidando algo muy importante que había visto antes publicado en facebook sobre un evento que ocurriría en la ciudad por esas fechas. ¿Qué era? No le di demasiada importancia a esos detalles en ese momento pues realmente pensé que no era vital entenderlo.

Pasó el tiempo, y como temía, las nubes de lluvia que ahora estaban completamente formadas sobre nuestras cabezas la soltaron lentamente, para convertirse en un aguacero. Comprendí que era momento de regresar a casa pues ya me habían marcado mis padres – o yo a ellos, no lo recuerdo –pero teníamos que tomar un taxi para volver.

Pero todas las calles que rodeaban al zócalo estaban cerradas a la circulación de coches, y eso sólo significaba una cosa: que había alguna manifestación o que iba a haber un evento cultural importante por lo cual era evidente que no podríamos tomar un taxi ahí en el zócalo, por eso mi intención era caminar hacia la calle donde está el Sanborns (la 2 Oriente), por la 5 de Mayo, en vez de optar por el camino más cercano –por el Pasaje del Ayuntamiento–, pues no recordaba exactamente a qué altura estaba el Sanborns. El caso es que fue ahí cuando recordé con horror  exactamente qué era lo que se me estaba olvidando y también el motivo por el cual las calles del zócalo estaban cerradas: una marcha, pero no era una marcha cualquiera. Los que marchaban no eran trabajadores del sindicato de electricidad, ni del sindicato de maestros, mucho menos era una marcha lesbicogay, no, esas marchas no son nada comparadas con lo que estaba frente a nuestros ojos.

Normalmente los marchistas siempre suelen proclamar sobre lo que están protestando o sueltan alguno que otro insulto contra el gobierno o algún político –creo que estaba todavía Marín en esa época–, pero los manifestantes que estaban frente a nosotros tenían una sola  consigna y una sola palabra era repetida a coro, con una voz casi salida de ultratumba: “Carne, Carne, Carne…”

El grito cavernario  revotaba contra los edificios. Y no piensen que eran del sindicato de carniceros unidos ni nada de eso, al contrario, sospecho que si el sindicato de carniceros unidos los viera estaría más preocupado por salvar su vida que preocuparse por los precios de la carne pues los manifestantes que estaban frente a nosotros no eran humanos en ese momento. ¿Cuántas películas de terror hemos visto para saber qué son? ¿Cuántas hemos visto para reconocer que son esas grotescas figuras de rostros humanos completamente desfigurados y destrozados que continúan caminando incluso cuando la lluvia comienza a caer? Pues sí, esas “criaturas” eran nada más y nada menos que zombis.



Antes de que suelten esta crónica por tacharla de mentirosa y fantasiosa, dejen que aclare algunas cosas. ¿Recuerdan que les dije que algo se me estaba olvidando? ¿Algo que había checado en facebook el día anterior? Pues sí justamente había sido invitada como muchos otros a la famosa Marcha Zombi que por primera vez se organizaba en Puebla. ¿En qué consiste esto? Básicamente varias personas disfrazadas de zombis marchan por la ciudad como verdaderos espectros. ¿Ahora entienden?: simples seres humanos como visiones fantasmales, y sus formas, disfraces y actitudes estaban tan bien hechas que de verdad parecía que eran zombis a la conquista de la ciudad, y más bajo la lluvia que daba un ambiente más escalofriante.

Era evidente que no podíamos pasar por esa calle bajo ninguna circunstancia pues terminaríamos siendo arrollados por la horda de zombis, por lo tanto tuvimos que regresar por dónde venimos y tomar otro camino: el corredor entre los portales, el camino que debimos tomar desde el principio.

Para nuestro alivio la 2 Sur estaba vacía de visiones, aunque había bastante tráfico, sin embargo, para nuestra mala suerte en ese momento la lluvia comenzó a caer con más fuerza y tuvimos que refugiarnos en el sitio más cercano en ese momento: el interior del Sambors. Ahí me comuniqué con mis padres de inmediato y tuvimos la misma respuesta: esperar a que termine la lluvia y tomar un taxi, pues no recuerdo exactamente porque no podían recogernos ellos.

Y mientras esperábamos a que parara un poco la lluvia, nos pusimos a mirar las cosas de la tienda –pues realmente no había otra cosa más entretenida que hacer –y fue ahí, cuando en medio de miles de cosas que venden en esa tienda, cuando encontré un fragmento de las miles de cosas que me convirtieron en escritora de piratas: encontré un velero, un hermoso velero que aún ahora conservo en mi habitación donde es tripulado por algunos muñecos de piratas temidos. Y lo compré, ahí en medio de una tormenta, de una marcha de zombis, el barco que tanto había estado buscando. 

Como si la compra del barco hubiese significado una señal, la lluvia pareció terminar, y ya no se escuchaban a lo lejos los gritos de “Carne” de los manifestantes, tal parecía que también había terminado la marcha. Salimos del Sambors con una enorme caja que resguardaba el velero y tomamos tranquilamente un taxi. En el camino las dos platicamos sobre lo que había pasado y sobre como armaríamos el velero cuando llegáramos a casa. En mi corazón siempre se guardó ese momento, como uno especial, como una aventura irreal en la que terminé “navegando” junto con mi hermana por mares tormentosos y llenos de zombis, hasta que finalmente gracias a un velero especial, terminamos volviendo a casa, sanas y salvas.

Paulina Mastretta Yanes es estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP. Forma parte del taller de Periodismo Narrativo de Mundo Nuestro.




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