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Por José Luis Escalera

Teleférico: conflicto entre la Puebla antigua y la contemporánea

Si la ciudad es la manifestación física de las creencias y modos de ser de las personas que la habitan, lo que hemos hecho con Puebla en los últimos 60 o 70  años lamentablemente no nos deja bien parados. Por ejemplo, el éxodo de habitantes sufrido por el centro y el consiguiente abandono y degradación en el que se encuentra no se explican más que por ignorancia, esnobismo y mezquindad de los poblanos y sus gobernantes.

El pasado virreinal de la ciudad, motivo de orgullo para muchos, es vivido por numerosos poblanos como un lastre del que debemos liberarnos para alcanzar el glorioso futuro que prometen la modernidad y el progreso. Las miradas sobre la ciudad antigua divergen, el pensamiento binario se impone y son pocos quienes conciben la posibilidad de una Puebla contemporánea conviviendo con la Puebla histórica: muy pocos son los que se ven en un futuro próximo viviendo satisfechos en el centro histórico de una ciudad cuyo patrimonio conocen, cuidan, mejoran, disfrutan y aprovechan.

El equivocado entubamiento del río de San Francisco, la exitosa peatonización de la 5 de mayo y el polémico teleférico de nuestros días, por señalar sólo algunas de las más destacadas, son obras marcadas por el conflicto entre la Puebla antigua y una Puebla contemporánea que aún no acaba de cuajar, a la que no acabamos de encontrar con claridad su destino y su vocación.

La Puebla posible y deseable que no hemos podido visualizar ni por tanto construir vuelve a estar en estos días en medio de una encendida disputa de pronóstico reservado que ya alcanzó el ámbito judicial. La disputa ocurre entre un gobierno estatal dinámico —deseoso de hacer obra pública para detonar una importante zona de la ciudad con un potencial ciertamente desaprovechado— pero impaciente, arbitrario e irrespetuoso de las leyes, y una ciudadanía preparada y valiente, cansada de abusos, profundamente desconfiada y justificadamente temerosa de volver a padecer la destrucción de su patrimonio edificado.


Me parece que la idea detrás del teleférico es simple y poderosa: superar la frontera natural entre el centro de la ciudad  —impuesta por el río de San Francisco, desde los sesenta convertido en avenida— y la zona de los fuertes de Loreto y Guadalupe recién remodelada y con una importante infraestructura histórica, cultural, recreativa, educativa y de negocios que con mucha dificultad se aprovechará plenamente de seguir aislada del resto de la ciudad. El recorrido por el centro histórico, de concretarse el teleférico, se ampliaría desde y hacia los fuertes por diversos medios de transporte: por aire, a través del teleférico, y por tierra caminando, en bicicleta —con la construcción del llamado corredor turístico—y en transporte público y automóvil. Al integrar estas dos importantes zonas de la ciudad con un atractivo recorrido aéreo seguramente se despertará fuera de Puebla un interés  por visitar la ciudad, que también se revaloraría a ojos de sus habitantes. Si bien las cuatro torres para soportar el cableado del teleférico son visualmente agresivas, me parecen una contraparte tolerable contra los beneficios y ventajas que vislumbro.

Contra la opinión generalizada, creo que el teleférico no es un proyecto aislado, caprichoso e inútil, y que si lo hacen bien traerá muchos beneficios a la ciudad.

El problema para mí no está en el qué, sino en los cómos: es muy peligroso y por completo reprobable que el gobierno del estado no respete la ley ni a los organismos encargados  de conservar el patrimonio edificado de la ciudad. Si bien la casa demolida ya había sufrido innumerables y profundos daños que no pueden imputarse al gobierno actual —en los años sesenta, cuando se entubó el río; en los setenta, al crearse el barrio del artista; en los noventa, cuando se construyó el centro de convenciones—, es un hecho que la obra no cuenta con los permisos que por ley deben otorgar el INAH y el Ayuntamiento de Puebla y que la puntilla final dada a la casa del Rincón del Torno viola flagrantemente el decreto de 1977 por el que se crea la zona de monumentos de la ciudad de Puebla.

No voy a extenderme sobre la importancia de cumplir la ley: es claro para todos que la ilegalidad y los abusos no traen más que incertidumbre, desconfianza, caos y una inercia que luego los mismos gobiernos, si es que no son parte de ella, no saben cómo controlar. La historia de Puebla tiene señalados ejemplos de los hondos daños causados por un ejercicio arbitrario del poder. No queremos regresar al caciquismo regional por buenas que sean las intenciones, los proyectos y las obras.

Por eso, no propiamente por la demolición de la casa del Rincón del Torno, me parece grave y reprobable la manera de proceder del gobierno del estado; espero que los funcionarios responsables sean sancionados de acuerdo con la ley y se establezca un precedente que en el futuro los obligue a hacer las cosas de manera ordenada y legal. Pero tampoco deseo que el teleférico quede inconcluso. El peor escenario sería el del enfrentamiento y  el recelo que impidan la llegada de un clima de creatividad y confianza donde los poblanos seamos capaces de ponernos de acuerdo para hacer algo significativo y sensato con el valioso y entrañable patrimonio de nuestra ciudad.