• José Luis Escalera
  • 10 Enero 2013
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Por José Luis Escalera

Me parece que la idea detrás del teleférico es simple y poderosa: superar la frontera natural entre el centro de la ciudad  —impuesta por el río de San Francisco, desde los sesenta convertido en avenida— y la zona de los fuertes de Loreto y Guadalupe recién remodelada y con una importante infraestructura histórica, cultural, recreativa, educativa y de negocios que con mucha dificultad se aprovechará plenamente de seguir aislada del resto de la ciudad. El recorrido por el centro histórico, de concretarse el teleférico, se ampliaría desde y hacia los fuertes por diversos medios de transporte: por aire, a través del teleférico, y por tierra caminando, en bicicleta —con la construcción del llamado corredor turístico—y en transporte público y automóvil. Al integrar estas dos importantes zonas de la ciudad con un atractivo recorrido aéreo seguramente se despertará fuera de Puebla un interés  por visitar la ciudad, que también se revaloraría a ojos de sus habitantes. Si bien las cuatro torres para soportar el cableado del teleférico son visualmente agresivas, me parecen una contraparte tolerable contra los beneficios y ventajas que vislumbro.

Contra la opinión generalizada, creo que el teleférico no es un proyecto aislado, caprichoso e inútil, y que si lo hacen bien traerá muchos beneficios a la ciudad.

El problema para mí no está en el qué, sino en los cómos: es muy peligroso y por completo reprobable que el gobierno del estado no respete la ley ni a los organismos encargados  de conservar el patrimonio edificado de la ciudad. Si bien la casa demolida ya había sufrido innumerables y profundos daños que no pueden imputarse al gobierno actual —en los años sesenta, cuando se entubó el río; en los setenta, al crearse el barrio del artista; en los noventa, cuando se construyó el centro de convenciones—, es un hecho que la obra no cuenta con los permisos que por ley deben otorgar el INAH y el Ayuntamiento de Puebla y que la puntilla final dada a la casa del Rincón del Torno viola flagrantemente el decreto de 1977 por el que se crea la zona de monumentos de la ciudad de Puebla.

No voy a extenderme sobre la importancia de cumplir la ley: es claro para todos que la ilegalidad y los abusos no traen más que incertidumbre, desconfianza, caos y una inercia que luego los mismos gobiernos, si es que no son parte de ella, no saben cómo controlar. La historia de Puebla tiene señalados ejemplos de los hondos daños causados por un ejercicio arbitrario del poder. No queremos regresar al caciquismo regional por buenas que sean las intenciones, los proyectos y las obras.

Por eso, no propiamente por la demolición de la casa del Rincón del Torno, me parece grave y reprobable la manera de proceder del gobierno del estado; espero que los funcionarios responsables sean sancionados de acuerdo con la ley y se establezca un precedente que en el futuro los obligue a hacer las cosas de manera ordenada y legal. Pero tampoco deseo que el teleférico quede inconcluso. El peor escenario sería el del enfrentamiento y  el recelo que impidan la llegada de un clima de creatividad y confianza donde los poblanos seamos capaces de ponernos de acuerdo para hacer algo significativo y sensato con el valioso y entrañable patrimonio de nuestra ciudad.


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