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Por: Emma Yanes

Una casa es como la piel, que guarda quién sabe qué historias del cuerpo. Son las casonas antiguas también como máquinas del tiempo, nos permiten viajar al pasado y volver al presente con sólo estar ahí. Qué rescatar y qué no de una vivienda que fue de otro: quizás sólo el hecho de que ni siquiera un inmueble es algo propio, al final son sus muros y sus patios los que hablan, nos narran las ilusiones, los sueños, las formas de ser de una ciudad. Quién vivía en dónde es lo de menos, importa más conocer cuál era el uso que se le daba al espacio, de donde se desprende el para qué y el cómo se vivía. Las ciudades y las casas que las conforman son unidades vivas en continúo proceso de transformación y diálogo  con sus habitantes.

            De qué manera escribir entonces la historia en la ciudad de Puebla del  inmueble colonial de la 3 sur 701 esquina con la 7 poniente, es decir de las antiguas calles de La Limpia y la Siempreviva; ¿cómo explicar que el edificio es hoy un centro cultural impulsado por un ciudadano, con una biblioteca literaria gratuita, justo ahí donde antes hubo sólo escombros o una vecindad o la casona de un notario o la propiedad de los reales colegios de San Pedro y San Juan o la hipoteca por su propietario a la iglesia para salvar su alma o la ilusión de un sacerdote en rentarla para sostener con ello la educación eclesiástica?

         Quién podrá narrar cuatro siglos de historia para al final decir que la casona de hoy no sólo está reconstruida, son sus espacios generosos y espléndidos, dispuestos para compartir  el milenario placer de la lectura como lo hace el joven que a mi lado lee a García Márquez, o el grupo de entusiastas que se reúne en Profética todos los martes a deleitarse con las páginas de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, en sus 400 años.

         Lo anterior no es de sorprenderse. La casa de Proféticafue rentada en la época colonial por los reales colegios de San Pedro y San Juan para sostener, entre otros recintos, a la biblioteca Palafoxiana, donde hasta la fecha existe un antiquísimo ejemplar de Don Quijote catalogado en su época como uno de los libros prohibidos por la inquisición, como lo fue también la obra del propio obispo Juan de Palafox y Mendonza. En l649, luego del retorno del obispo a España, sus libros fueron confiscados y requisada su librería hasta “expurgarse debidamente”[1]. Por si fuera poco, al finalizar el siglo XVII los enemigos de Palafox lograron introducir algunos de los textos de su prolífera autoría en el Índice de Libros Prohibidos y retirarlos del mercado; sólo más tarde, en 1759, el rey Carlos III, hace que dichos libros se excluyan del Índice y patrocina una edición de  las Obras Completas de Palafox bajo la supervisión de los carmelitas descalzos[2]. Sobrevivió la Biblioteca Palafoxiana como una de las más grandes de América Latina y hoy sus magníficos ejemplares siguen sorprendiéndonos. Ni qué decir de la permanencia de la obra  El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, editado por vez primera en l604. Un ejemplar del mismo se inventarió como parte de los tesoros del señor Sandoval, el notario que habitó a finales del siglo XIX y principios del siglo XX la casona de Profética[3]. También El Ingenioso Don Quijote de la Mancha, en su edición de 1842 por Ignacio Cumplido, aparece en la biblioteca que tenía en su casa José Miguel Sarmiento, responsable de los Monumentos Artísticos e Históricos de Puebla, quien vivió en la 3 sur 701, en los años treinta. Hoy el libro se lee y se discute en Profética  amenamente. 

           Miguel de Cervantes Saavedra y el obispo Juan de Palafox y Mendoza parecen ser entonces los guardianes o patronos de este recinto. El uno porque cuestionó su época. El otro porque creyó en ella. Ambos portadores de esperanza.

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Antes de subir a la biblioteca de Profética, se lee la siguiente placa de talavera: 

 Esta casa de la Limpia fue restaurada de la ruina y el olvido gracias al trabajo, generosidad y pasión por Puebla de los señores Don Elías M. Escalera y Don Nicanor M. Escalera. A.M.D.G. Puebla de los Ángeles, ADMMI.II.

         El nombre de casa de la Limpia proviene de su vecindad con el convento de Nuestra Señora de la Limpia Concepción, en una calle además en la que durante el virreinato fueron comunes los baños y temascales.

 

          Abandonada por más de cincuenta años, la casona resurgió en el 2001 como Profética, Casa de la Lectura: “Un lugar propicio para recuperar nuestra memoria y dignidad. Porque la literatura nos enseña que no hay caminos cortos ni salidas fáciles y que existe un espíritu que nos hace mejores y libres por diversos y tolerantes.”[1]

 

          El inmueble, reconstruido con buen gusto y cuidado, bajo la supervisión del Instituto Nacional de Antropología e Historia, cuenta hoy con una biblioteca pública especializada en historia y literatura  con más de 10 mil volúmenes disponibles a los lectores de manera gratuita;  posee también una librería muy bien surtida, con una sección especial para autores poblanos y un área infantil donde se disfruta del cuenta-cuentos todos los sábados. En el 2003 fue inaugurada su cafetería-bar; en el primer piso la casa posee salas especiales para conferencias y talleres. El patio, con su elegante y discreta fuente de cantera, se usa para presentaciones de libros, lecturas de poesía y narrativa, obras de teatro y homenajes a reconocidos escritores.




Subiendo la escalera, se lee en un pendón el siguiente pasaje:

Retirado en la paz de estos

desiertos,

con pocos pero doctos libros juntos,

vivo en conversación con los

difuntos

y escucho con mis ojos a

los muertos.

Si no siempre entendidos,

siempre abiertos

o enmiendan, o fecundan mis asuntos;

y en  músicos callados contrapuntos

al sueño de la vida hablan despiertos.

Las grandes almas que la muerte ausenta,

de injurias de los años vengadora,

libra ¡ oh gran IOSEF ¡ , docta la imprenta.

En fuga irrevocable huye

la hora;

pero aquélla el mejor cálculo

cuenta

que en la lección y estudios nos

mejora.      

Francisco de Quevedo

La literatura, un arte que permite “vivir conversando con las grandes almas” de ayer y de hoy, una disciplina contra la muerte y el olvido. Un lugar propicio entonces para fomentar el gusto por la literatura universal esta casona del siglo xvii en la esquina de la calle de la siempreviva. Un edificio este que contó desde finales del siglo xix  y en distintos momentos históricos con bibliotecas, un espacio el de profética donde parece renacer una y otra vez la vocación literaria, como el impulso aquél del cura y del barbero que evitó se quemara la biblioteca del hidalgo Alonso Quijano, a pesar de la desesperación de su sobrina que lo veía enloquecer porque “se pasaba las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio”[1] 


                                                                              *

    La Siempreviva es una planta conocida en el códice Badiano como Tetzmitl. Es común en los cañones de los ríos y en los farallones rocosos de los estados de México, Puebla, Hidalgo y Veracruz. No requiere cuidado y brota de las hendiduras de las rocas con muy poca tierra. Es un arbusto siempre verde, de tronco leñoso, corto y retorcido, con hojas suaves de color vivo, a veces teñidas de rojo en los bordes de las extremidades redondeadas y sus botones en forma de estrellas. El jugo de sus hojas sirve contra quemaduras, sabañones, hemorragias y para aliviar la irritación de hogar alrededor”[2]. Originaria de Europa central y meridional, pobló huertas y solares desde los primeros años de la fundación de la Puebla, al grado de que la calle que hoy nos ocupa (7 poniente), colindante con la huerta del convento de San Agustín, adoptó su nombre.

Siempreviva un buen principio, un destino claro para una planta,   una calle, una casa, una biblioteca.

*

Por más de medio siglo, la casona de la 3 sur 701 fue sistemáticamente  destruida, corrían rumores sobre la existencia en la misma de un tesoro. De noche, a escondidas, burlando la vigilancia policíaca, una y otra vez fueron removidos sus pisos y cimientos, sin que apareciera el botín. La afanosa búsqueda prosiguió después sobre los muros y luego sobre las vigas y el techado, en vano. El  tesoro en realidad estaba ahí, a la vista de todos. Lo reveló ante el Instituto Nacional de Antropología e Historia don Ramón Pablo Loreto, un ciudadano que se opuso a la destrucción del inmueble por la simple y sencilla razón de que el tesoro era la casa en sí misma, parte del patrimonio histórico y arquitectónico de Puebla, que hoy cumple diez años de acoger a los poblanos.

(Este texto forma parte del libro que prepara la autora sobre Profética, casa de la lectura).

(Emma Yanes, historiadora, escritora. Entre sus libros, Los días del vapor, CONACULTA, 1994, y Pasión y coleccionismo)



 



[1] Eduardo Merlo, “Palafox, un hombre santo y una devoción popular.” En: El virreyPalafox, Ed. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, Secretaria de Cultura,  p. 91.

2  Miguel Zugassi. Don Juan de Palafox y Mendoza: el escritor y el poeta. En: Óp. cit.,  p. 104.

calle de la Concordia, 9 de agosto 1882, vol. 23 libro 5.

4  Profética, casa de la lectura, hoja de lectura, abril 2005.

5 Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha, Edición del IV Centenario Real Academia Española Asociación de Academias de la lengua Española, Ed. Alfaguara, 2004, España, p.  29

6 Germán de Dehesa, “La siempreviva”. Periódico Reforma, 11 de abril del 2005.