• Sergio Mastretta
  • 29 Noviembre 2012
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¿Qué trae a estas montañas a los geólogos y mineros del mundo? ¿O cómo entender que el gobierno federal pueda otorgar en concesión miles de hectáreas de los municipios de Ixtacamaxtitllán, Tetela y Zautla? La respuesta se la ha dado en corto el geólogo Ricardo Martínez, un hombre afable, que muy temprano este miércoles vio venir la tormenta campesina y asumió un discurso conciliador a quien quisiera escucharlo. Al final le confesaría al presidente municipal Víctor Manuel Iglecias su desconsuelo:


“Es una lástima que este proyecto termine así --le dijo--, pues estas montañas están repletas de minerales”.


Los proyectos mineros en la Sierra Norte han traído consigo sus personajes. Alejandro Aboumrad, director de Frisco, con toda la elegancia de una oficina en Santa Fe en la ciudad de México, con su idea de reforestar mil hectáreas en Tetela como contraprestación del tajo abierto en el cerro Espejeras. O el geólogo gruñon de la canadiense Almaden Minerals, molesto porque se nos ocurrió preguntar a los campesinos convertidos en barrenadores de Santa María Zotoltepec si les habían explicado lo que significa la lixiviación con cianuro. En fin, son los mineros de una industria vital considerada estratégica por los políticos y los banqueros y que a la calladita en los últimos años se aventuró a explotar las cañadas de los ríos serranos. Unos, como Aboumrad, no conocen el pueblo en el que quieren instalar su minera, y a Puebla solo llegan a las oficinas de la Secretaría de Economía. Otros son los técnicos como este geólogo exfuncionario federal reconvertido en asesor de compañías mineras, experto en subsuelos metálicos, pero muy avezado también en la identificación del viento que lleva a la masa campesina a oponerse a un proyecto intrusivo en su territorio. Y así, rapidito, lo que tarda una masa en tomar la explanada de una mina, se ha bajado del barco de los mineros chinos.


Y a él también lo hicieron firmar el acta de expulsión de la minera china del territorio de Zautla, aunque todo el día haya negado que trabaja para ella. Ex funcionario de la Secretaría de Economía, desde hace dos años abandonó el sector público para convertirse en asesor de empresas en la búsqueda de nuevos territorios atractivos para la explotación minera. Seguramente tiene a la vista las cifras de esta industria en México: más de 310 mil empleos directos, primer productor de plata en el mundo, tercero en bismuto, quinto en plomo, noveno en oro, onceavo en cobre, con un crecimiento del 46 por ciento entre 2010 y 2011 en el valor de la producción minera (de 11,298 a 16,771 millones de dólares). Tan sólo en el sexenio calderonista se captaron 16,700 millones de dólares en inversión extranjera directa en el sector minero.  Por eso no puede creer lo que pasa esta mañana en la cañada en la que está enclavada la mina La Lupe, cuya perspectiva de explotación por la empresa china JDC Minerales, S.A. de C.V. está en el borde del despeñadero por iniciativa de una masa campesina que hace valer a su manera lo que le significan las concesiones otorgadas por el gobierno de la república.


Con eso en la cabeza, el geólogo no rehúye las preguntas de los campesinos, esta vez liderados por el director de la telesecundaria de la comunidad de Ixtactenango, y que han formado otro grupo de interlocución con los representantes de la empresa que encontraron en la mina La Lupe, además del que se ha estrellado contra la muralla del “poquito español” tras la que se han resguardado los chinos. Y no deja de sorprender la cortesía del minero.  No se enoja, no altera su voz, como si ya hubiera visto muchos conflictos así. Estamos en la tierra plana que la empresa ha compactado sobre la ladera del Cerro de Agua, a la vista de las tres o cuatro bocaminas que un empresario alemán abriera hace más de setenta años, en una historia todavía no contada, apenas perfilada por su muerte justo en el arranque de la segunda guerra en Europa. Es la mina que vieron los ojos campesinos del hermano de Ramona Rivera, cuando el “trueno en el cerro” acabó con los manantiales de la cañada.


“¿Quieren entender lo que significa la minería en México? --cuestiona a los reporteros y campesinos que lo interrogan--. ¿Han estado en Zacatecas? La única mina que se explota ahí le da a México el segundo lugar de producción en el mundo.”


“¿Y a quién beneficia?”, le increpan. “¿Y la contaminación que provoca?”


“Aquí ya es meterse en más broncas --reflexiona el geólogo--, si el gobierno autoriza o no autoriza, y si el impacto ecológico se da o no se da, pero lo más importante es la derrama económica…”


¿”Y si hay dinero y no hay agua?”, le cuestionan.


“Permíteme --responde--, yo te estoy hablando de la derrama económica del lugar. Si la mina X, en cualquier lugar, deja una derrama económica en cada lugar, otra cosa sería del país, una derrama económica que, desde el principio --y señala hacia la brecha por la que durante toda la mañana han subido y bajado los miles de zautleños en su peregrinación antiminera--, arregle el camino, y que de trabajo a unas cien o doscientas personas, empleos del que cuida, del que maneja una máquina, desde el sindicato que contrata cuarenta cincuenta camiones, y lo digo porque he estado en muchos lugares del país.”


“Mano de obra barata”, le rebaten.


“Y nos van a dejar destrucción de los recursos naturales.”


“Por eso depende de cada comunidad cómo se arregla con la minera que llega al lugar --dice muy sereno--. Qué condiciones se le ponen, cómo firma sus contratos.”


“Entonces se arreglan con una comunidad --dice el maestro escolar--, ¿y las demás que son afectadas? Todos los tóxicos que puedan derramar aquí van a ir a dar al nacimiento de agua.”


“Se puede planificar --se atreve a decir el geólogo, quien no deja de asentir ante las opiniones de sus cuestionadores--… Todo depende como te digo, del proyecto minero, en la actualidad hay métodos para poder causar el menor impacto que se pueda.”


Y luego, como si de un padrecito rural se tratara, lanza la arenga del ensueño minero: “Miren, en México no hay más de cuatro o cinco grandes compañías, Grupo México, Grupo Peñores, Minera San Luis… son muy pocas, ojalá el país explotara sus minerales. Y tú sabías amigo que tú, yo, cualquiera  puede denunciar una mina, es un derecho el denuncio minero…”.


Intervengo yo: “Muy bien, nada más que aquí en Zautla ya está todo denunciado, ya no dejaron ni un metro de subsuelo.”


“¿Ya está todo denunciado? --dice, y avanza más, se pone de mi lado--: Y hay mineras de a treinta, cuarenta mil hectáreas, no cien como la de aquí.”


“Oiga --le toma la palabra un campesino--, ¿y se imagina la sierra con las mineras y las presas hidroeléctricas? ¿Qué va a pasar? Si hablan de desarrollo, primero habría que definir qué es desarrollo…”


“Sustentable”, afirma el geólogo.

“¿Para quién?”

“Para la comunidad cercana a la mina.”


Se le vienen encima los nos, como hace un rato con los chinos, y yo pienso que la muralla no la forman los idiomas distintos, que son dos mundos los que se oponen aquí. Y que para eso no entrenaron a estos mineros.


“Lo que ustedes saquen de aquí se lo llevan, no van a dejar nada”, confirma el maestro de Ixtactenango.


“Si la afectación es fuerte…”, recula el minero.

“Si usted viviera acá no diría lo mismo”.

“Pues entonces que se cierre el lugar y punto --ataja de plano el geólogo--. En otro lugar sí será Sustentable. Si aquí no se da la sustentabilidad, que se cierre y ya.”

“¿Usted trabaja en esta empresa?”, le pregunto.

“No, no, yo vine apenas hace dos años como funcionario de la Secretaria de Minas, venimos un mes, aquí estuvimos.”

“¿Ustedes andaban volando el helicóptero”, se acuerda otro campesino.

“No, no…”

“Nos vinieron a asustar”, sigue el hombre.


“No, hicimos unos estudios en estos cerros, en la mina Armando, que tiene su fama…Mire, se necesitan muchos estudios para saber el potencial de la mina, si vale la pena o no vale la pena”.


“¿Y cuál es el potencial aquí?”, le pregunto.


“La conozco muy poco, entré a dos tiros nada más, pues está muy peligroso, tienen más de treinta metros de profundidad, y sin el equipo necesario, sin las lámparas, es un riesgo”.


“¿Y conoce la manifestación de impacto ambiental que presentó la empresa para la reactivación de La Lupe?”

“No, yo vine en la mañana, y la verdad, me gustó esto que me encontré”

 

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