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Foto tomada de http://rcmultimedios.mx/

La gente, y sobre todo tanta gente, se reúne por algo en común. La tradición, tal vez la creencia o posiblemente el comercio. En este caso la iglesia es imponente, y ante ella nos apretamos un gran número de personas. Meiodía, los rayos del sol no importan, nadie  busca el refugio en la sombra, el escaso resguardo repegado a los edificios del vecindario. Día domingo, segunda tarde del mes de febrero, el renombrado día de la Candelaria.

La iglesia con nombre Templo de nuestra señora de la merced es el epicentro de la muchedumbre. Situada a cinco calles al norte y dos al poniente del zócalo de la ciudad. Camino cerca del santuario. Las personas en la entrada dificultan el paso, pero una vez traspasados el umbral humano adquiero conocimiento del propósito de quienes se encuentran presentes. Una gran fila se postra  ante las puertas principales del recinto religioso. El nivel de temperatura va en aumento conforme se adentra en la multitud. Varias de las personas se hacen acompañar de figuras con la forma de un niño recién nacido. Entre los puestos ambulantes y los apretujones la costumbre del catolicismo no se olvida. Ahí, en medio de la comida típica, puestos de flores y vendedores de gran variedad  se halla la celebración. Los puestos de artículos para figuras religiosas resaltan en este momento en especial. Pequeñas sillas de madera, vestimentas de variados estilos, formas y colores demuestran cómo la artesanía y el trabajo tradicional se mantienen vigentes.

Aprieta el calor. Hombres que venden agua recorren de norte a sur la calle. El sol les ayuda, pues los veo ir y venir, desaparecer para volver reabastecidos de mercancía.



Comida, también nos reúne la comida: una gran humareda corre por el viento. El olor a carne y carbón impregna todo a su paso, mientras el aroma de otros manjares urbanos combate por el dominio del aire en donde me encuentro. Indiscutible, me ganan las chalupas.

Cierro los ojos y me llegan las voces de mil conversaciones, cada una gira en su propio sentido, chocam, se revuelven, se estorban mutuamente. Pero hay uno solo, el ¡pásele, pásele! lo envuelve todo, se hace escuchar en un mismo tono obediente a un antiguo orden reconocido por el negocio ambulante.

Finalmente marcho al mismo paso de aquellos quienes se alejan del lugar y si me pidieran describir lo que presencio cuando recorro la fiesta de la iglesia yo diría que no sólo significa son niños dios, cemitas y griterío, que es algo simple, que he estado en contacto con la tradición.