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Por: Marissa Flores/Taller de Periodismo Narrativo

Por Margarita de los Santos

 

De esto no habló el informe de gobierno.

 

Dicen que a los olvidados sólo hay que ignorarlos. Sin embargo, hay quienes sufren de hambre, de sed, de frío, de todo carecen. Los hay farsantes también, pero abundan por las calles poblanas. Nadie conoce de ellos, en su simple apariencia, en su extrema humildad, nadie los interroga, porque poco han de decir. Unos son obligados a mendigar y otros lo hacen por necesidad.

 Desde el primero de noviembre del año pasado a esta familia se le ha visto deambular por las calles del centro, se establecen a menudo por Reforma, frente al edificio con el número 725. Sus integrantes son dos niñas y un niño, de aproximadamente 8, 6 y 4 años de edad, la madre y el padre jóvenes aún. Llegan al lugar desde muy temprano, se sientan sobre el asfalto de la banqueta y se cubren únicamente con dos cobijas pequeñas. La madre acoge entre sus brazos a la más pequeña de sus hijas, quien reposa en un sueño profundo. Mientras, sus otros hijos juegan, la niña mayor con una muñeca de plástico envuelta con su chamarra, y el niño se entretiene haciéndole compañía.

 

Cuatro de noviembre. El padre recorre las calles que rodean el mercado de la 16 de septiembre a eso de las ocho de la mañana en busca de alimentos, mientras la esposa se queda con sus hijos, pero ahora en la acera contraria de la misma calle, a donde les pegue un poco el sol para no sentir el frío de la mañana. La madre es la que por lo general pide ayuda a los que transitan por ahí, estirando el brazo, sosteniendo en la mano derecha una bandeja pequeña azul para recibir un donativo. Muchos de los que la ven se dicen entre sí:

– ¿Por qué no trabaja, si aún es joven?

– ¡Pobres niños! A lo que los arrastran unos padres desobligados.

A eso de las seis de la tarde todavía siguen allí, en el mismo lugar, soportando el frío y recibiendo el poco calor del atardecer. La mujer se esfuerza todavía pidiendo limosna con una voz acongojada y desoladora, con palabras cantadas y débiles, que expresaban su necesidad instantánea y urgente: “¡Poor favooor ayúudemeee!” Nuevamente estira el brazo sosteniendo la jícara de plástico, pero ninguno hace caso de las palabras de la mujer, es como un fantasma para unos, y para otros es una de tantas indigentes de la ciudad que evitan ver; seguramente porque algunos ya están tan acostumbrados a observar a la gente de su tipo invadiendo las banquetas, como si se tratara de un comerciante ambulante de algún mercado en particular.

 

Diez de noviembre. Ahora la familia se instala cerca de la facultad de Filosofía y Letras de la BUAP, a un lado de la puerta del colegio de Historia, por Palafox. El padre nuevamente se encuentra ausente por la tarde, mientras la madre mendiga. La niña entra a los baños de la facultad para hacer sus necesidades, unas alumnas muy amablemente le ayudan a lavarse las manos, la cargan y la sostienen unos segundos para que logre alcanzar los lavabos. A eso de las ocho de la noche, cuando ya la facultad está cerrada, el padre regresa a reunirse con sus hijos y su mujer, les trae algo de cenar. Y cuando no hay donde hagan sus necesidades, los niños por lo general, agarran el asfalto de letrina.

 

Catorce de noviembre. Veo a la misma familia entre la 9 Norte y 9 Sur, en Reforma. Los niños comen chatarra, al parecer unas papas fritas con salsa. La madre sigue en su rutina diaria, el padre no se encuentra con ellos. Algunos transeúntes le regalan una moneda, y cuando por fin llega a reunir seis pesos dentro de la jícara, los recoge y los guarda en su bolsillo. Después, nuevamente repite la misma acción de la jícara como si fuera un ritual. Los ruegos con voz sufrida no cesan, casi al punto de llorar a mares, pero sin lágrimas, es un acto teatral casi perfecto. Pero la gente no hace caso de eso, la gente enfoca su atención en aquellos niños tan inocentes que son arrastrados a una vida miserable, que no podrán construirse un futuro mejor, porque lo único que les ofrecen son las migajas de otros.

 

Veinte de noviembre. El padre de esta familia pasea por el mercado de la dieciséis de septiembre. Compra alimentos con el dinero que ha recaudado su esposa, otros los pide mendigando. Recorre todos los rincones del sitio para reunir víveres; a veces sólo consigue un pedazo de carne puerco cocida, unas cemitas duras y simples, una que otra fruta podrida o tacos. Lleva la comida a eso de las cuatro o cinco de la tarde, pues no le es fácil conseguirla; se la da a los niños y a su esposa, la comparten entre todos. Y luego de esto, el hombre permanece un rato con ellos, tapándose la cara con la gorra que trae puesta, pero poco después, se aleja del sitio, caminando sin rumbo fijo, simplemente prefiere guardar distancia para no echar a perder el negocio callejero de su familia.

 

Veinticuatro de noviembre. La misma familia llega a muy temprana hora para establecerse en Reforma, a un costado de la Universidad Alva Edison, junto a una vendedora ambulante de papas fritas. Cuando le da frío a la madre, lleva a sus hijos frente a la iglesia de San Marcos, para que estos no se le enfermen, pues en ocasiones no llevan chamarras ni suéter puesto, puesto que en ocasiones la propia madre los esconde debajo de su reboso, esto quizá con el objeto de que los niños aparenten desamparo total y la gente se compadezca de ellos.

 

Seis de diciembre. Los niños corren por la calle jugando, se les nota tan alegres como siempre, tienen las manos sucias, al igual que su ropa. La madre también anda andrajosa y huele muy mal, el pelo todo sucio y despeinado. El padre desaliñado, un poco sucio, con los zapatos rotos.

 –Así es la vida desafortunada de algunos, sobre todo de los flojos–, dice una persona que transita por el lugar; otros, los que se compadecen o sienten lástima por la mujer y sus hijos, le dan una moneda, los más generosos depositan hasta cinco o diez pesos en su jícara de plástico. La mujer agradece, nuevamente mostrando esa cara lastimera que llega al corazón de los demás, dura unos segundos en lo que pasa el generoso o la mayoría de los peatones. Luego, simplemente, mira.

 

Seis de enero. Los niños reciben juguetes de la gente que transita por la calle por el día de Reyes. Ponen una cara de felicidad que comparten con el público que los observa jugar; la niña con una muñeca nueva y el niño con carritos, la madre se muestra agradecida y alegre, pues a ella también le dejaron dinero. Lo que opinan unos sobre los mendigos o limosneros de Puebla, es que deberían existir albergues que se encarguen de ellos, pues es mal visto para el turismo, entre otros casos, piensan que en su mayoría, son enfermos mentales, que alguien más los controla. La realidad es que Puebla ocupa el primer lugar nacional con el mayor número de personas pobres en el país con 732, 154 personas en esta situación, esto según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, dado a conocer el 5 de diciembre de 2013, a través de “Imagen Poblana”.

 

Ocho de enero. Camino por Avenida Reforma con una amiga. Nuevamente me encuentro con la madre y sus hijos plantados en la banqueta, nuevamente cerca de la iglesia de San Marcos. Por fin me decido a intervenir. Por primera vez le hago unas preguntas a la señora. Al pasar cerca de ella, estiró la mano con la jícara y dijo: “¡Ayúdame señorita!”, –nuevamente con la misma intensidad de la voz sufrida–, yo me detuve y le dije: “Dígame, ¿en qué le puedo ayudar? Yo quisiera poder hacer más por usted, para sacarla de las calles y a sus hijos. ¿Cuál es su nombre?” Ella respondió con una sonrisa y luego dijo: “No señorita, no puedo darle mi nombre, no necesito nada, así estoy bien”. Yo nuevamente volví a preguntar insistiendo en ayudarla: “Puede decirme por lo menos, ¿desde cuándo se encuentra en estas condiciones? Ella respondió: “No puedo y no necesito que me ayude, así estoy bien”.  Me deja en claro, que prefiere que la deje en paz.

 

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La veo y me decido a investigar sobre la indigencia en Puebla. Aquí, los índices:

 

Vivir en la calle en Puebla

 

Género:
     65.4 son hombres
     34.6 son mujeres

            Edad: 
     8.9% Menor de edad
    85.6% Adultos
                                5.5% Adultos mayores

Estado civil:
     35.7% es casado
     32.1% soltero
     23.1% en unión Libre

¿A qué se dedican?

Comercio Informal 77%

Franelero 9.1%

Limpiaprabrisa 8.0%

Actividades artísticas 4.6%

Limosnero 1.3%

Adicciones



Datos de: Sebastián Barragán; UN1ÓN

 

Un estudio realizado por el DIF, destaca que sólo 36.6% de los entrevistados tiene tres comidas al día y 12.5% tiene más de 15 años en las calles.

 

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El Gobernador Moreno Valle dio a conocer su tercer informe de gobierno: http://www.unionpuebla.mx/articulo/2014/01/15/gobierno/en-vivo-moreno-valle-dirige-mensaje-por-informe-de-gobierno, y aseguró que “es posible una Puebla más equitativa, justa y con oportunidades para todos”, cuando el índice de pobreza en Puebla sólo ha disminuido un 4%. Aunque en épocas decembrinas implementó albergues para abrigar a los desprotegidos, no fue suficiente; uno de esos lugares que albergó indigentes fue la CAPU, donde se les brindaba el desayuno, el cual consistía en chocolate caliente y pan dulce.

Me pregunto entonces, ¿cómo puede asegurarse que existen oportunidades para todos, si hay una mayor cantidad de desempleados?

 

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Las personas que critican a los indigentes razonan así: “A ellos les gusta ser pobres porque quieren serlo, su miseria es para ellos, lo único que les deja ganancias sin tener que trabajar, le echan la culpa al desempleo, al salario mínimo, al IVA, y no al presidente, al gobernador, a los diputados; no luchan por sus derechos, siempre afrontan las consecuencias de un mal gobierno.”

Mientras, los políticos crean su propias autobiografías y se alaban por los logros obtenidos cada año. Y nosotros no nos damos cuenta de si sus resultados son o no favorables o de utilidad.

A pesar de que la gente lo pierde todo, no intenta superarse. Y lo peor de todo, les cargan su pésima fortuna a sus progenitores.

 

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Mañana es 16 de enero. ¿En qué acera encontraré a la familia de Reforma?


 Foto: Marissa Flores; Familia indigente de la ciudad de Puebla, Avenida Reforma.