• Ana Mastretta Yanes
  • 23 Octubre 2014
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Todos los días escucho voces alrededor mío. Vienen de todos lados del salón y he llegado a confundirlas con mis propios pensamientos. Son un zumbido incesante, aturdidor, un remolino de conversaciones incomprensibles. Varían desde anécdotas, chistes, reseñas de películas porno a discusiones filosóficas. Sólo la voz del maestro puede callarlas, aunque no siempre. Así que nunca puedo dejar de oírlas retumbar en mi mente como si todo intento de prestar atención en clase fuera en vano.

Sin poder resistirme a sus encantos he comenzado a quererlas, les extrañaría mucho si calmaran su bullicio. Hoy intento hablarles sobre la movilización estudiantil que se llevará a cabo a nivel nacional el día de hoy, pues me pregunto si alguno de ellos tendrá información o si planea formar parte. Pero no reaccionan como me gustaría, así que trato de persuadirlos con que nuestros vecinos de la Facultad de Filosofía y Letras van a participar. Pero tampoco funciona, me dicen que ellos nunca hacen nada.

El resto del día transcurre como cualquier otro clásico, pero divertido, día escolar. Ninguno de mis maestros comenta nada sobre la manifestación. A algunos les cuestiono, pero ninguna respuesta me convence. Algo decepcionada sigo con mi día escolar sintiéndome fuera de época en estos tiempos que se pintan cada vez más curiosos. Estoy nerviosa y no encuentro con quién desahogarme hasta que en el cambio de turno (los matutinos salen mientras los vespertinos entran)  me encuentro con un amigo que sueña con crear su propio sistema socioeconómico, somos cómplices.

Platico con él mientras espero a mi hermana  que llega en perfecta sincronización con la manifestación. Escucho a algunos compañeros emocionarse y los veo unirse a la pelotera. Pero a muchos otros les vale madre y se van bien lejos de ella.

Conforme me acerco a la escandalosa marcha los susurros de la Zapata comienzan a perderse entre los gritos de los manifestantes. Muy rápido llegamos al zócalo, tan sólo por una cuadra fui marchista, justo cuando gritan: “Se ve, se siente, la BUAP está presente”, “A ti que estás mirando también te están chingando”, “Ayotzi aguanta, la BUAP se levanta”, y el clásico “Vivos se los llevaron, vivos los queremos.”

Una cabecita se asoma de uno de los balcones de palacio municipal, para meterse al instante, aunque nadie le hace caso. A los de allá adentro tampoco lo que pasa aquí afuera. Me dedico a observar los ojos de mis compañeros; también sus narices, sus bocas y sus cabellos mientras la gente grita indignada.  Una chava plática como si nada, percibo por allá una carcajada perdida en el bullicio estudiantil. Sus voces me envuelven. Porque en estos tiempos tan curiosos también se escuchan voces muy curiosas, de las que me he dado cuenta que de alguna u otra manera también soy parte.

A mi escandaloso y queridísimo salón de clases. 

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