• Sergio Mastretta
  • 10 Enero 2013
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Por Sergio Mastretta

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Lunes 7 de enero por la mañana. Sube y baja, va y viene el funicular. Como las versiones que cualquiera puede tener sobre un proyecto gubernamental.

 “¿Quieres que el centro no se muera? Obras como la del teleférico son las que le van a dar vida”, me dice un regidor del Ayuntamiento poblano que prefiere el anonimato.

 “A mí me gustan los teleféricos”, me dice José Luis Escalera, el poblano que con el proyecto cultural de Profética recuperó para Puebla una vieja casona en el Centro Histórico. Pero no le gusta que los funcionarios públicos violenten la ley. Y yo estoy de acuerdo.

Sube y baja el funicular. Todos tenemos una versión del asunto. Pienso en ello mientras observo el casquete rectangular de concreto del que brotan centenares de varillas gruesas que apuntan a un receloso cielo azul del invierno poblano. Una telaraña que apresa a una decena de amarradores como moscas indefensas que lucharan por liberarse, y que se levanta en el terreno sobre el que por siglos estuvo, con mil mudanzas, la Antigua Casa del Torno, la casona que desde los años cuarenta albergó a los pintores poblanos encabezados por el más reconocido y promotor del hoy ya muy viejo Barrio del Artista: José Márquez. Justo en su casa al gobernador Moreno Valle se le ocurrió poner la “Estación Valle” por la subirán a los Fuertes y bajarán al centro en lo que llaman “el corredor turístico”. ¿A quién se le habrá ocurrido ponerle “Valle” a la estación?

A todos les gustan los teleféricos, ¿a quién no le gustan? Funi funi funicular, puedes cantar en ellos y admirar la vista como en Zacatecas, desde el cual puedes imaginar la batalla de Zacatecas y gritar con Villa “vamos a quemar pelones”, o trepar mil metros de un solo jalón en Quito y morirte de frío, o cruzar los mil metros de vacío en el Cañón del Cobre en la Tarahumara, o no creer lo que la naturaleza logró en la bahía de Río de Janeiro. O puedes imaginar el tumulto de la corte que se matará por subirse en el vagón con el gobernador en la inauguración. ¿Será por invitación? ¿Rifarán las entradas? ¿Cabrán más de cinco? ¿Les volarán las corbatas? Y sobre todo ¿dónde van a estacionar sus coches?, ¿qué harán los guaruras con los camionetones de los funcionarios? , ¿y a dónde harán pipí los guaruras?, porque nadie pensó en eso al programar la “Estación Valle”, con el apellido del gobernador pero sin flujo para el tráfico automotriz que ocasionará el teleférico y sin baños, a menos que piensan tirar más casonas históricas para tal efecto.    

A mí también me gustan los funiculares, pero no la manera en que los gobernadores en Puebla imponen sus proyectos a los ciudadanos y pasan por encima del decreto de la UNSECO de la ciudad de Puebla como patrimonio de la humanidad (con riesgo de perderlo) siempre con el agua bendita de la modernidad. ¿Por qué en el Barrio del Artista, si sólo a una cuadra en la esquina de la 4 Oriente frente al Centro de Convenciones hay un espacio abierto, un pequeño parque, un terreno que algún día ocupó otra casona que no logró salvarse del piquete de albañiles que la derribaron cuando entubaron hace cincuenta años el río?  ¿Fue una decisión técnica?  ¿El técnico que lo hizo estuvo algún día de su industriosa vida en esta plaza de los pintores poblanos?

Así que desde el domingo 6 a mediodía, cuando tres aguerridas académicas nos enteran a unos cuantos reporteros que la Jueza del Cuarto Distrito les ha otorgado un amparo que ordena la suspensión provisional de la obra, decido contar la historia inmediata de otro litigio provocado por la manera en que los hombres del poder se las arreglan para parecerse unos a otros, como si nada hubiera cambiado en ochenta años, desde los tiempos de don Maximino.

 


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