• Sergio Mastretta
  • 23 Noviembre 2012
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Por: Sergio Mastretta

Miércoles 21 a mediodía. Estamos en las instalaciones de lo que los chinos planean será la planta de explotación de la mina La Lupe. Estamos en la explanada que ha hecho la empresa frente a las bocaminas, que están sobre la ladera del cerro, unos treinta o cuarenta metros más arriba. En un costado, se levanta el armazón de lo que será una bodega, con siete postes por lado, de unos 150 metros cuadrados. Los campesinos han tomado la plaza, y dialogan tranquilamente con unos silenciosos chinos que los miran sonrientes y murmuran en chino entre ellos. Eso ocurrirá toda la mañana, chinos sonrientes con voces ásperas, agudas, destempladas como única respuesta. Primero la ironía campesina, y viene de un hombre con camisa de franela: “Les agradecemos que nos hayan hecho un centro turístico, no sabemos qué van a hacer, si unas cabañas para disfrutar de este panorama de la vegetación, unas albercas. Muy agradecidos en ese sentido, pero de explotación de minas, nada, no hay permiso de parte de la ciudadanía, somos el pueblo el que decide.”


“Mexicanos, todo esto es de mexicanos --dice el hombre de la gorra amarilla, y con su mano derecha abarca todo la cañada--. Esto es Zautla”


Los dos llevarán una larga conversación con quien se deje de los chinos. Y terminarán por llevarlos en bola a la asamblea que los expulsará de Tlamanca más tarde. Pero por lo pronto encuentran un sonriente y bien humorado interlocutor. Es el Señor Chiu, el mayor en edad de entre todos los chinos, quien se decide a parlamentar. Está enfundado en una camisola azul con el logo de JDC Minerales a la altura del corazón. Canoso, escaso de pelo, con antejuelos, podría tener mi edad cincuentona.

“Amigo --dice, y su mano se desliza en el aire como la de un director de orquesta--, ahorita, juntos los país, toda gente, un intercambio de negocio…”

“No, no”, le interrumpen los otros. Y argumentan: “Yo voy a Estados Unidos y no me aceptan…”

“¿No?”, y no puede creerlo, su cuerpo se balancea, sus manos las lleva al corazón. Y sigue: “Eso era antes. Ahorita estamos haciendo negocio. Ahorita mucho mexicano en fábrica grande, mucho negocio para China, por eso ahorita mucha gente China aquí regresa, aquí negocio, igual amigo, sí…”

“No, no”, insisten los mexicanos. Van y vienen nos y sis, ey ey ey y caravanas del chino y sonrisas de sus mudos colegas.

Y el Señor Chiu se sostiene: “Sí, mucho amigo negocio china…”

Pero el campesino responde: “El negocio es para ti.”

“No, no, no, el negocio es para todos”, dice el Señor Chiu.

Ahora el mexicano de la gorrita: “Amigo, reconozco de China su inteligencia, pero no meter su mercado más a  México, ¿por qué nosotros qué vamos a hacer?”.

El Señor Chiu no deja de moverse, intenta responder, pero ataca el de la franela: “Porque tú te llevas todo el oro a China, y a nosotros cuánto nos cuesta un anillo…”

El Señor Chiu se voltea con sus chinos, garraspea…

“Es muy caro un anillo acá en México, es muy caro esto”, sigue el dela franela, y señala en su cuello una cadena.

“No, no no --sigue el chino, y ahora extiende los dos brazos hacia la montaña--, esos todo arriba, esa montaña, todo pagar…”

“No, no, no --ahora niegan los mexicanos--. ¿Quién es su patrón? ¿Carlos Slim?”

“¿Patrón? --se interroga el Señor Chiu--, patrón mexicano, no chino…”

“¿Carlos Slim?”

El Señor Chiu ahora sí se le queda viendo al cuestionador, no gesticula por un instante, me pregunto si pensará que es una broma.

“¿El presidente de la república? ¿Felipe Calderón?”

¿Es una broma?, me pregunto yo.

No, el Señor Chiu no piensa que sea broma:

“Felipe Calderón ahorita va abajo --dice, y acompaña su voz con el movimiento de su mano derecha que apunta a la tierra--, poquito tiempo.”

“Por eso dejó vendido todo”, remata el de la gorra amarilla. “Vendió las tierras mexicanas, pero aquí los mexicanos somos nosotros, somos el pueblo, no el presidente”

“Este patrimonio es México, es nuestro, no del presidente”

El Señor Chiu no puede estar más de acuerdo, a juzgar por los asentimientos de su cuerpo, que contonea de arriba abajo:

“Sí, lo sabe, es México, pero en China mucho dinero va a montaña --y la señala, todos los ojos van a ella y regresan con él, pero ya provocó a los gallos.

“No, no, no…

Y así siguen, en un intercambio que a ratos se entiende y a ratos es una pantomima. Les dice de repente el chino Chiu: “Amigos, hora de la comida en sus casas”, y mira su reloj, y los  otros en lo suyo:

“No más chinos”, afirma el de la franela, y señala el suelo en el que está parado el Señor Chiu.

“México, de turistas, okey”, respalda su compañero de la gorrita.

“Socios, socios”, se recupera el Señor Chiu.

“De trabajo, nada”, sigue el otro.

“Amigo, por favor, ¿qué pasó?, yo no patrón…”

“Yo llego a China, ¿a poco me van a dar trabajo?”

“¿Y quien es tu patrón?

“Patrón mexicano. no chino”, insiste el Señor Chiu.

“¿Quién es?”.

“Ah, yo no sé, yo poquito español casi nada, no entiende.”

“Aquí tu patrón necesita el permiso de la ciudadanía.”

“Cómo se llamas tú?”, pregunta el Señor Chiu.

“Y por qué quieres saber mi nombre?”

“Yo trabajo para ti, ey, pásale amigo…”

Nueva oleada de nos. Y de ey del Señor Chiu.

Y luego el arrebato del campesino de la franela: “¡Fuera chinos!”

“No, no, amigos, qué pasó.”

“Tú amigos por el dinero”, y hace la mueca con la mano el de la franela.

“¿Dinero?. Nada de nada”, dice el Señor Chiu, y se apalea el trasero.

Y un nuevo intento de cortar el diálogo: tiempo, por favor, amigos, dice.

Y el de la gorrita que ya lo quiere llevar a la asamblea. Se dirige a todos los que rodean la conversación: “No podemos tratar con ellos nada si no van a bajar a dialogar al evento, no podemos hacer nada”.

Luego, lo impensable. Un campesino que ha ido al otro lado:

“¿You want the comunication in that side del pueblo?”

Este habla inglés, me digo, pero el chino no se inmuta. El de la franela se anima y lo intenta en italiano:

“Sí capiche…”

You spik inglish, dice el de la gorra amarilla.

No, nada de nada… La respuesta inmutable del chino.

 

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