• Renata Cao de la Fuente
  • 21 Noviembre 2014
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Llegué al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México a las 15:30 horas, procedente de la ciudad de Cancún. No sabía con qué me iba a encontrar cuando arribara a la ciudad, pues había estado siguiendo los noticieros y reportajes de los manifestantes que marchaban hacia el aeropuerto, y de los enfrentamientos ocurridos entre los manifestantes y los granaderos a altura del metro Oceanía. Para mi sorpresa, al llegar al aeropuerto se encontraba tranquilo, sólo algunos granaderos seguían frente al metro Terminal Aérea, que por cierto estaba cerrado, y algunos más se encontraban en los alrededores a las afueras del aeropuerto.

Para mí, la marcha comenzó a las 18:30 horas, cuando mi primo, su compadre y yo llegamos a la marcha a altura de la Av. Insurgentes y Reforma. Ya para esa hora eran mares de gentes  que marchaban en Reforma con dirección al Zócalo capitalino. En ese momento, todo el sentimiento de angustia, por muy leve que fuera --infundado por la información que circulaba en las redes sociales de que  la policía iba infiltrada vestida de civiles, que existía la posibilidad de que nos ahuyentaran a todos con gas lacrimógeno, y que debíamos llevar Melox mezclado con agua por si se presentaban las revueltas--, se esfumó con el sentimiento de solidaridad, de paz, y de camaradería.

La gente cantaba, la gente te sonreía y todos nos acompañábamos con los gritos de “Justicia” y “Lucha” que caracterizan a estas marchas. Habíamos de todo, “Punks”, “fresas”, “rock stars”, “chairos”, “nacos”, “ricos”, “pobres”, “indígenas”,  “güeros”, “negros”, “gays”, “niños”, “viejos” y hasta mascotas, todas las expresiones de nuestro México marchaban en paz y solidaridad hacia Palacio Nacional. Por supuesto no faltaban los toques de picardía que tanto nos caracterizan y que con todo y el dolor y la indignación nos lograba sacar unas risas.

La entrada al Zócalo por la avenida 5 de Mayo fue imponente, miles de gentes nos conglomerábamos para entrar en esa pequeña avenida que finalmente viene a desembocar en la “plancha” del Zócalo a un costado de la Catedral. Los gritos, tambores y trompetas retumbaban con el eco de los edificios que encajonaban a la multitud. En mi caso, el sentimiento de paz se transformó en uno de alerta, pues de haberse suscitado alguna provocación por parte de la policía, hubiera podido desembocar en un lamentable incidente.

Cuando por fin se vislumbró la bandera nacional y detrás el Palacio Nacional, alrededor de las 21:30, parecía como si hubiéramos llegado demasiado tarde, los contingentes seguían entrando pero se desviaban a la izquierda sin entrar a la plancha, nadie nos estaba esperando con ningún discurso, y frente a Palacio Nacional se escuchaban petardos y se veía mucho humo.  Vendedores ambulantes por todas partes y gente  con sus elotes y jicaletas me recordaban a las kermesses que se organizan en mi pueblo. Sólo una vez se “dejó venir” la raza corriendo por alguna provocación frente a Palacio Nacional, pero la gente logró controlar el pánico gritando “no corran” y “nosotros somos más, sin miedo”.

Ya para las diez, sin organización, ni a quien gritar nuestras exigencias, dejamos el Zócalo para ir a tomar unas cervezas y reflexionar sobre lo acontecido.

Qué manera de regresar a México.

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