• Sergio Mastretta
  • 11 Septiembre 2012
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Él es un reportero de 57 años. Viene a conocer este monte de la codicia metálica concesionado a los canadienses en cincuenta kilómetros cuadrados.

4.- Los actores llegamos todos a tiempo:

Al muy gruñón ingeniero Morgan Norm Dirk, lo sacaron de Blanca Nieves. Le falta su gorro frigio. Algo de sordera ayuda a su mal carácter. Ya en los sesenta, no puede sino hablar a gritos. Abiertamente es el canadiense del equipo minero, aunque no tuve forma de corroborarlo, y bien podría ser un gringo experimentado en los desiertos de oro de Nevada. Claramente odia a todo aquel que le parezca “ambientalista”. Sí, como sacado de cuento de brujas, rondará por todos los corrillos formados bajo el ruidoso auditorio de Santa María.

Roosvelt, el joven de la balanza y el realismo, es un ingeniero geólogo enamorado del desarrollo minero, de la tecnología y de las empresas ‘socialmente responsables’. Le calculo unos 30 años, y vive justo la etapa del trabajo de campo, de las botas y el polvo que todo lo muerde. Es un cruzado metalúrgico. Es un modelo para un reportaje de alguna revista de ingeniería mexicana. A él le han encargado presentar el punto de vista de la empresa canadiense ante la comunidad de Santa Maria Zotoltepec. Trae en la mano un escrito que imaginará un barreno para desbaratar las mentiras de “los ambientalistas”.

La Ambientalista, le llamaremos. También en los cincuenta. Está en verano, el trabajo universitario en receso, así que puede ir y venir por los pueblos serranos en franco plan de levantamiento contra los proyectos hidrológicos y mineros que parecen desatarse como trombas en el horizonte de estas cañadas de piedra y agua. Hace dos semanas logró presentar en Santa María un video sobre el cianuro y el tajo abierto de las mina en Centro América, y ha logrado conmover a algunas mujeres de este pueblo prendido al trabajo de la exploradora minera.

El campesino reconvertido en minero. Él es todas las voces y ánimos campesinos que han encontrado una alternativa a la inanición de la milpa. Entre treinta y cuarenta años la mayoría. Empezaron acompañando a los geólogos en sus incursiones en el monte, como guías, como cargadores, como conversadores. Han aprendido de ellos que se puede mirar al fondo de la tierra como la imagina un ciego, adivinar sus dolencias --anomalías, les dicen los expertos, convulsiones geológicas que anuncian fortunas a los electrónicos gambusinos--, olvidarse del monte que la cubre, dejar de nombrar a las yerbas, los hongos y las lagartijas, y pensar en piedras a las que ahora rompe con su barreno, pues tal confianza le han dado ya los canadienses. Como el alumbre, tal vez imagine que dejará de ser jornalero agrícola.

La autoridad de Santa María. Él es un inspector adusto, bigotón de ojos fríos y palabras certeras que sabe que tiene el mando sobre la asamblea. Ella se llama Rocío, Jueza de Paz y con las llaves del auditorio rústico en el que se dirimen fiestas y matrimonios y futuros. Ambos han llamado a esta reunión, pues los dos han visto el video guatemalteco sobre las consecuencias para la salud y el medio ambiente en una comunidad maya en la que la canadiense Goldcorp explota a cielo abierto el oro.

Él es un reportero de 57 años. Viene a conocer este monte de la codicia metálica concesionado a los canadienses en cincuenta kilómetros cuadrados. Llega como periodista para averiguar de este espíritu explorador de la comunidad campesina de Santa María. Pero acaba por el ser el presentador de la perspectiva que los campesinos-mineros llaman “los ambientalistas”.


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