• Sergio Mastretta
  • 31 Enero 2013

Hidroeléctricas en la Sierra Norte

Olintla: cuando al Estado se le acabó el camino

El Estado bajó en bulldozer al río. Pero en Ignacio Zaragoza se le acabó la carretera.

La que baja desde Olintla hacia la pequeña comunidad totonaca es una brecha de un solo sentido: vas o vienes,  subes o bajas, no hay vuelta atrás ni anuncio de próximo retorno. Si vas a pie, vas encantado mirando el paisaje; si cargas un bulto de sesenta kilos de café, no te darás esa oportunidad, pero con esfuerzo llegarás a tu destino. Si vas en auto, como de cuando en cuando ocurre, estás metido en un lío si te topas a otro en tu camino.

En esa brecha el Estado modernizador se atascó con su bulldozer.  El mundo totonaca no lo deja bajar al río.

 Y no es un bulldozer de un Estado cualquiera, llegó en un tráiler de la corporación minera Grupo México  que corrió por todo el filo de la sierra hasta Olintla, un pueblo asomado al barrancón del río Ajajalpan, que con sus poderes mestizos --comerciantes, maestros, funcionarios municipales-- apoya el proyecto hidroeléctrico. Desde hace dos meses, un plantón de vecinos le puso el alto a la máquina y desató un conflicto más por los proyectos industriales que el gobierno estatal impulsa de la mano de las grandes corporaciones mineras: Frisco y Grupo México.

No es un Estado cualquiera, es uno que representa a la principal corporación de la industria minera en México: ¿Cómo es que no pueden verlo?, se preguntan los empresarios: tiene ventas de más ocho mil millones de dólares en el 2010, es propietario de las reservas de cobre más grandes del mundo, y es el productor de cobre con menores costos a nivel mundial. Claro, no quiere pagar tanta luz. Sus proyectos hidroeléctricos le ahorrarán millones de pesos al año. Sí, tiene que producir energía para bajar más sus costos.  Por eso han traído un bulldozer  que apenas cabe en el tráiler que lo ha dejado en Olintla, y ha hecho sufrir a la cuadrilla que cubre con llantas la terracería de tres metros de ancho para que no se afecten sus orugas con las piedras. Es la terracería que lleva al río, pero que se acaba en Ignacio Zaragoza, trescientos metros por encima de una corriente que no se deja ver por lo escarpado del monte, por la cerrazón de sus árboles, y porque no hay carretera que baje a su orilla.

¡Hágase la luz! Para eso trajeron el bulldozer.

 

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Ir y venir en un camino estrecho, el del interrogante por la vocación de estas montañas campesinas.

La ruta del industrial que piensa que con su bulldozer trae el progreso:

 “Esta es una región de bajo nivel económico  --les dijo a los totonacas Francisco Cervantes, representante de la empresa, ese mismo día 26, en medio del jaleo entre campesinos de lengua antigua, ingenieros hidroeléctricos consumidos por sus energéticas ansias, comerciantes locales con visión de futuro, autoridades mestizas que se jalan los pelos ante la cerrazón indígena, activistas decididos a hacer valer la justicia, funcionarios estatales arreados y presionados en celulares de recarga en OXXO por sus jefes--. Aquí, ustedes lo saben, las oportunidades son escasas.  Por eso vamos a crear empleos, vamos a pavimentar sus carreteras para que ya no caminen en el lodo.”

Y la vereda de los totonaca a la que no le hace sentido el mundo moderno:

“Señor --le ha dicho Miguel Váquez, uno de los campesinos propietarios de la tierra que cortará el bulldozer monte abajo--. Yo ya tengo trabajo, yo sé trabajar con el machete el campo, siembro el maíz, cultivo mi café.”

Bulldozer y machete, ahí mismo, en ese camino sin retorno en el que desde siempre está metido México.

Por eso el Estado, representado por el Grupo México, se ha atascado en la comunidad de Ignacio Zaragoza.

 

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