• Verónica Mastretta
  • 28 Septiembre 2015
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David Josué García Evangelista tenía 15 años el 26 de Septiembre de 2014. Por la tarde había jugado un partido de futbol de la tercera división, y por la noche regresaba a casa en un camión con el resto de sus compañeros de equipo, acompañados por el entrenador  y  algunos familiares. Esa noche en Iguala los policías municipales, brazo armado de Guerreros Unidos, ya habían arrancado su guerra contra los estudiantes llegados de Ayotzinapa, y le marcaron el alto al camión de los deportistas. El chofer se detuvo, pero eso no impidió que el camión recibiera una lluvia de balas que hirió al entrenador y mató al chofer y a David. Cuando los policías se dieron cuenta de que en ese camión solo iban niños y jóvenes deportistas, se fueron con su guerra a otra parte, dejando atrás 200 casquillos de bala percutidos. Un año después, el entrenador relata que él se salvó porque traía sobre el estómago la tableta con los apuntes de la estrategia a seguir en el partido. Dos balas le atravesaron los riñones y dos más quedaron en la tableta. En el radio escuché una entrevista con la mamá de David. Apunté el nombre que ella repitió despacio y con cariño. El  nombre del más joven e inocente de la noche de Iguala ha sido olvidado. Ni sus familiares ni amigos forman parte de las protestas que cumplieron un año ayer. Su mamá relata que ni el gobierno municipal de Iguala, ni el estatal de Guerrero, ni ninguna instancia federal, han cumplido con la obligada reparación del daño que ordena indemnizar a los familiares con una compensación económica. Ella no ha ido a marchas, ni reclama nada, solo señala que en general hay descuido por parte de las instituciones que tan ocupadas parecen estar en aclarar y cerrar heridas. Ella relata que como familia les ha costado mucho procesar la injusta pérdida  de David, pero que poco a poco lo han ido aceptando.- Quizás si por años todo hubiera sido distinto, si el estado mexicano no hubiera sido un estado completamente fallido en esa zona de Guerrero, tomada desde hace decenios por las guerras de la goma negra de la amapola, David seguiría vivo. Ella no se mete en más honduras. Hay paz en su voz porque a diferencia de otros padres de jóvenes muertos esa noche, ella si tuvo un cuerpo que velar y al que pudo besar y decirle adiós con certeza. Cuando pedimos en una oración que los difuntos descansen en paz, en realidad la paz la invocamos para nosotros mismos. Siempre es difícil procesar la pérdida de un ser querido, cuanto más la de un hijo.

 

Estoy convencida en base a todo lo que he leído, que los 43 jóvenes desparecidos en la noche de Iguala están muertos, aunque solo haya pruebas científicas de la muerte de dos. Hay para quienes decir esto es políticamente incorrecto. Me parece que el trabajo del gobierno y de los grupos de asesores independientes que han intervenido en el caso lo han documentado con muchos datos duros. Si usted lee el informe último  en el que se pone en duda el sitio en donde pudieron haber sido incinerados los jóvenes, dicho informe no pone en duda que estén muertos. Y sin embargo hay voces de madres que piensan que en algún lugar están sus hijos, prisioneros por razones inexplicables. Me parece cruel hacia los familiares de las víctimas el que les siembren una esperanza de vida que nada parece fundamentar.

 

Las motivaciones de porqué los policías al servicio de Guerreros Unidos y los mismos narcotraficantes actuaron con tal saña esa noche aún tendrán que aclararse. Las altas cabezas que aún no han sido detenidas y tocadas, y que están involucradas más allá de una lucha por territorios y rutas de la droga en Guerrero, también tendrán que aparecer junto con una explicación completa y probada que llene todos los huecos del rompecabezas de Iguala. Lo que no creo que vaya a suceder es que alguno de los 41 muchachos de los que aún no hay pruebas de ADN identificado vaya a aparecer vivos. Ahora ya hay quienes siembran la duda hasta de los estudios de la Universidad de Innsbruck, Austria, un centro que ha hecho identificaciones precisas de restos provenientes de muchísimos lugares del mundo. No imagino a los científicos de Innsbruck inventando identidades para darle gusto al gobierno mexicano. Pedir que aparezcan vivos 43 personas de las cuales dos ya han sido identificadas, me parece, insisto, una crueldad y un abuso hacia los padres y familiares de los desparecidos esa noche.

 

La película del Dr. Zhivago, basada en la novela de Boris Pasternak, narra el tormentoso e irremediable amor entre un médico rico y casado,  Yuri Zhivago,  y Lara, una joven a la que Yuri conoce por casualidad  antes de la revolución rusa y que acabará casada con una alto y durísimo líder bolchevique. La guerra, las circunstancias y la casualidad los acercará y alejará, hasta que en los años más feroces de la revolución, se perderán uno del otro. A lo largo de la historia vives la fuerza de un vínculo que ellos no eligieron, pero que sí abrazaron con pasión. Cuando se separan, lo hacen pensando en que volverán a encontrarse.  En la última escena de la película, ocho años después, un avejentado Yuri viaja en un tranvía cuando ve salir de una cafetería a alguien que se parece a Lara y que se aleja caminando pausadamente; ha sobrevivido a la separación, pero el espectador no adivina en su rostro ninguna emoción. Su hermosa cara es una máscara petrificada en un adiós. El tratará de abrirse  paso entre la gente para bajarse y alcanzarla. El aire empezará a faltarle mientras ella se aleja cada vez más. Yuri caerá muerto de un infarto antes de que logre que ella lo vea, antes de tocarla, ni oírla, ni mirarla por última vez a los ojos. Como espectadores tampoco sabemos si Yuri efectivamente vio a Lara o solo a alguien que se parecía a ella. La intención es dejarnos con el sabor amargo del destino incierto y sin resolver.

 

Nunca he olvidado esa escena.

 

--Aguanta hijo, aguanta, ya te vamos a encontrar --dice la voz de una mamá en la rueda de prensa que dieron el jueves pasado los papás de los 41 desaparecidos y dos muertos confirmados. Independientemente de exigir el total y justo esclarecimiento de los hechos, las esperanzas que les infunden de encontrar vivos a sus hijos  se me hace incomprensible y cruel. Parte del trabajo pendiente de todos los grupos y personas involucradas en resolver el caso, especialmente los grupos independientes que han colaborado en la investigación,  es  no darles a los padres una falsa esperanza que los está matando. Los grupos de investigadores serios y responsables tienen la obligación de ofrecer la verdad, por cruel, dura e irremediable que sea. Es un acto de generosidad y valor el atreverse a hacerlo, aunque para algunos parezca más conveniente seguir alimentando dudas que matan.                            

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