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Por: Ramírez Rojo Daniel Alejandro/Taller de Periodismo Narrativo

Un hombre corre a gran velocidad, una mujer va detrás de él gritando ¡deténgalo!  Yo camino en el mismo sentido de la calle que el asaltante y la mujer agraviada llevan. Los empujones se hacen sentir en la gente que se interpone en el camino del ladrón. Personas son atropelladas brutalmente por él. Toda aquella persona que se interpone en el camino del hombre es un obstáculo potencial para su huida.

Es uno de los primeros días de mes de noviembre, apenas pasan de la una de la tarde y existe gran tránsito de personas en el centro. Mientras yo camino por una de las calles, y otras cinco o seis personas van delante de mí, en la misma banqueta que yo. En un instante el ratero pasa corriendo del lado opuesto a la banqueta donde yo me hallo. Mientras rebasa a una señora, puedo alcanzar a oír a lo lejos el grito de una mujer. La voz se intensificr, se vuelve más clara y entendible. Alcanzo a ver una mujer que sale de la esquina de la calle. Ella corre sin la más mínima muestra de temor. Los gritos de la señora se interrumpen sólo en breves pausas que hace para recuperar el aliento para correr.

Todo ocurre rapidísimo, pero todo se graba como en una fotografía.

El hombre es de estatura media, la vestimenta que usa lo hacen parecer de escasos recursos económicos. Lleva un pantalón de mezclilla azul con una playera gris. Usa zapatos negros cubiertos de tierra que les dan una apariencia desgastada. La mujer, por su parte, viste con pantalón negro, zapatos del mismo color y una blusa bastante colorida.

Después de ver  al asaltante acelero el paso para dar seguimiento a la historia. No veo ni una sola patrulla, ni un policía. Recorro dos calles a paso rápido. Alcanzo a escuchar los gritos de la mujer y por ello sé a dónde dirigirme. Mientras más acelero el paso parece ser mayor la distancia que me separa de los hechos. El escape del asaltante parece ser efectivo, pues ya no logro verlo ni a él ni a la mujer acometida.

Ya no logro escuchar los gritos de la mujer. Me encuentro en una calle muy larga y dudo que la persecución tomara otro rumbo, pues la magnitud de la calle no dejaría que el hombre pudiera escurrirse por otra. Apresuro más mi paso para no perder la situación. Mientras camino pienso que posiblemente la mujer desistió de su marcha, pero no es así. Logro ver la mujer a lo lejos, se encuentra detenida al lado de un grupo de personas.

Me acerco aún más. Encuentro al asaltante tirado en el suelo boca a bajo, mientras dos hombres lo sujetan. Uno de ellos, de robusta figura, está sobre la espalda del asaltante; el otro, puesto de rodillas, sujeta ambos brazos del ladrón. También hay otras cuatro personas alrededor. La mujer se acerca a su delincuente y lo patea dos veces en el abdomen, una tercera en la pierna, que es lo que encuentra a su alcance. El hombre sujeto se mueve imparablemente para escapar de sus captores. Entre más se mueve el bandido, mayor notoria es su captura. Se forma una barrera que rodea al ladrón entre la pared de una de las casas y  la gente que mira atentamente.

La policía todavía no llega. El hombre que sujeta los brazos del asaltante grita ¡alguien deme rápido una cuerda! La mujer insulta a su asaltante. Uno de los hombres saca una pequeña cuerda y la ofrece para sujetar al ladrón. El hombre que pidió la cuerda le dice a su acompañante que no será suficiente con la cuerda pequeña.

Llega una patrulla de la policía municipal. Son dos policías, que lo primero que preguntan es por la afectada. Después, los uniformados sujetan al ratero que sigue en el suelo. No opone resistencia, quizá sabe que no tiene muchas posibilidades de salida o tal vez agotó toda su fuerza en el intento de escape. La mujer continúa insultando a su asaltante en el tiempo en que lo meten a la patrulla. La gente se dispersa al mismo tiempo que el vehículo policiaco se aleja.