• Paulina Mastretta Yanes/Taller de Periodismo Narrativo
  • 15 Mayo 2014
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Siempre me han fascinado las cabezas gigantes olmecas que están en la Venta.  Me recuerdan al rostro de un jaguar pero al mismo tiempo al de un hombre. Me pregunto que habrán pensado los que descubrieron esas cabezas después de que la selva se las tragase a través del tiempo, protegiéndola de los invasores y de la destrucción por parte de los españoles.

Y aquí estoy nuevamente frente a ellas.



La Cultura Olmeca es la madre de todas las culturas de Mesoamérica y representa una de las más antiguas que poblaron y florecieron en el Continente Americano, especialmente en el Trópico. Existen evidencias de su existencia desde al menos 3,000 años. 

Y para comprobarlo, las cabezas colosales que ahora contemplo en este pedacito de selva al que las trajeron.

 Representan los retratos de quienes gobernaban estos trópicos, en lo que ahora son los estados de Veracruz, Tabasco, Oaxaca y Chiapas en nuestro país.   Además de las grandes cabezas colosales, dejaron evidencias de otras piezas arquitectónicas.  La mayoría de estas piezas fueron trasladadas al Parque Museo de  La Venta, un parque en el centro de la ciudad de Villahermosa, en Tabasco. 



El Parque Museo de La Venta fue inaugurado el 4 de marzo de 1958. Combina la arqueología con la naturaleza en ocho hectáreas a la orilla de la Laguna de las ilusiones, en la ciudad de Villahermosa. Está dividido en dos áreas fundamentales: la zona arqueológica y el  zoológico.

Como estudiante de humanidades me fascina saber que esas cabezas junto con otras piezas de valor incalculable fueron rescatadas por un poeta que trasladó las piezas a la ciudad de Villahermosa. ¿Cómo habrán sido recibidas en la época aquellas enormes cabezas y con qué fuerza sobrehumana habrán sido trasladadas? 



Carlos Pellicer fue un importante poeta mexicano que en medio de sus viajes se propuso recuperar el arte prehispánico olvidado en México, particularmente en Tabasco. Y comenzó a recopilar figuras e idolillos que pronto inundaron su desván y su recámara.  Después comenzó a organizar museos a lo largo del país, y fue entonces cuando habló con el gobernador de Tabasco para proponer el traslado de las piezas de La Venta a un museo en la ciudad, con el fin de proteger  las piezas arquitectónicas, pues la zona donde se encontraban estaba siendo devastada por PEMEX y sus pozos petroleros.

 Pellicer deseaba que el paisaje fuese muy parecido al del lugar de origen y buscó que se colocaran las piezas de acuerdo a como estaban antes de desenterrarlas.  Así, durante dos meses hizo el movimiento de los grandes monolitos con ayuda de diversas instituciones gubernamentales.

Y escribió el poeta:

Pudrió el tiempo los años

que en las selvas pululan.

Yo era un gran árbol tropical.
            En mi cabeza tuve pájaros;

sobre mis piernas un jaguar

 

Y yo regreso a las cabezas.

Entre las piezas arqueológicas se encuentran una serie de tres cabezas colosales con fuertes rasgos estéticos, junto con esculturas menores, altares tallados en piedra, piedras recortadas y talladas, granes mascarones y restos de la cubierta de las tumbas olmecas. 

Entre las piezas que destacan están  La Cabeza del Jaguar, El Mono Mirando al Cielo, el Jaguar Humanizado, el Gran Altar, el Mosaico del Jaguar, el Rey, La Cabeza Colosal, El Altar con Ofrenda, la Abuela, la Cabeza de Viejo y el Altar del Sacrificio Infantil. 




Hoy estoy frente a ellas, el eco lejano de los turistas que se toman fotos me es insignificante, sólo escucho los sonidos de la selva en el momento en que estas cabezas fueron grabadas. ¿Quién será el modelo?  ¿Un guerrero? ¿Servirán como deidades protectoras?  Se dice que su mirada es la de un hombre y la de un jaguar, la bestia-hombre y el hombre-animal , un equilibrio entre los hombres y la naturaleza a la que nuestros ancestros temían , respetaban y  convivían con ella como parte de ciclos y momentos de la vida.

El sonido de dos guacamayas a lo lejos me despierta de esa visión, continúo caminando y me encuentro a esos animales que los ancestros vieron antaño: el gran cocodrilo, la pantera negra, el chimpancé, la tortuga, la guacamaya y otros habitantes de la selva que ahora permanecen en cautiverio porque desgraciadamente los tiempos han cambiado y la selva llena de magia y vida ha sido devastada por la mano del hombre a en el último siglo.  

 

Desde mediados del siglo XX se sabe que de la selva tabasqueña no queda ni una décima parte  y que muchas de las especies animales de la región se extinguieron desde hace tiempo.  Esto se debe a la explotación masiva de madera, la ganadería y la explotación petrolera. Si bien esto comenzó con la llegada de los españoles y continuó en los siglos que siguieron, el golpe más duro que ha sufrido la selva ha sido reciente:  desde los años ochenta los procesos deforestación se han debido principalmente al aumento de la ganadería extensiva, al crecimiento poblacional, la pobreza y la utilización no sostenible de la tierra. 

La selva perdida en Tabasco: foto aérea de la antigua región de La Venta.





La selva solía cubrir en su totalidad la mayor parte del estado de Tabasco, pero su superficie se ha visto drásticamente reducida y sólo queda el 10% de su superficie original  que cubría un millón de hectáreas.  La causa principal como mencioné antes, fue la tala y la quema de árboles para uso agrícola y pecuario.  

 

¿Qué pensarían nuestros ancestros si vieran cómo han acabado con sus preciadas tierras? Seguramente se llevarían una muy mala impresión de las sociedades actuales que perdieron la costumbre de adorar a los animales y cuidar la naturaleza como ellos lo hacían. 

La preservación  del pasado y del medio ambiente debe ser funamental para nosotros los mexicanos; no podemos presumir nuestras pirámides sin preservar el lugar donde nuestros antepasados moraron por mucho tiempo.  Una mirada al pasado debe hacernos reflexionar sobre cómo debemos actuar de ahora en adelante.

 

 

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