• Mariana Rita Ramírez Flores
  • 21 Noviembre 2014
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La plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco recibe a los manifestantes vestidos de negro, juntos forman una ola que inunda el eje Central. En lo alto de la avenida se ve una camioneta de Derechos Humanos; junto, un grupo de policías vestidos de civil toma fotografías de los estudiantes, parecen cazadores en busca de liebres. Sin embargo  los estudiantes ya gritan y gritan con airadas consignas, se aglutinan para la marcha.

Una lluvia abundante pero corta marca el inicio de la manifestación. Al frente van los normalistas,  rodeados por campesinos  machete en mano que los cuidan. Todo listo rumbo hacia el Zócalo de la ciudad de México.  El camión de los normalistas abre camino, y por un altavoz, de tanto en tanto, un normalista recuerda entre consignas los motivos de la marcha. Ayotzinapa, el crimen de Estado que ha provocado la insurrección cívica en México.

“¡Venimos desde Guerrero para exigir la presentación con vida de nuestros compañeros!”

Las consignas resuenan en la avenida, su tono es pausado,  con ese acento del campo. De una lado los hombres y en la parte de atrás la mujeres normalistas, todas ellas gritan con fuerza y sus voces son agudas, fuertes.

“¡No has muerto, no has muerto camarada, tu muerte, tu muerte será vengada!”



Foto de Mariana Rita Ramírez.

El normalista del altavoz nos recuerda que  ya son casi dos meses de la desaparición forzada, y que el gobierno no entrega cuentas de los muchachos.

A lo largo de la marcha caminan encapuchados con varas de bambú en las manos, pero como van en grupos pequeños la gente no los toma en cuenta, sin embargo están ahí.

Un hombre de sombrero lanza cohetes, y lo hará desde Tlatelolco hasta el Zócalo; las explosiones retumban y marcan el camino a salvo de los normalistas; al principio la gente se asusta con el estallido, gira su cabeza con un brinco, busca rápido con la mirada y descansa cuando descubre al cohetero.

Pasamos el edificio de Relaciones Exteriores, en su explanada se ve solitario un policía; en la esquina lejana los de vialidad cortan la circulación. El orden de la marcha lo marcamos nosotros, si alguien trasgrede aparece un comisionado del orden o bien los de derechos humanos  que piden a los motociclistas que no se enfrenten a la marcha.

“¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete…!  ¡Cuarenta y tres, justicia, justicia, justicia, justicia!”

La vanguardia  cruza por debajo del puente del Eje 1 y Reforma, donde comienza el barrio de Tepito; las paredes grafiteadas y los edificios abandonados muestran la parte norte de la ciudad  en ruinas; al pasar por Garibaldi los mariachis  retratan a los normalistas con sus celulares y los empleados del Museo del Tequila se encierran y solo se ven sus caras detrás de la puerta de vidrio.

La marcha la componen en su mayoría jóvenes, sin embargo hay profesores y padres de familia entre ellos, y también gritan consignas. Van ordenados todos, evitando que se filtren personas que puedan causar violencia en su nombre.

“¿Por qué nos asesinan si somos la esperanza de América Latina?” ¿Cuánto contiene esa consigna?

El teatro Blanquita ya ha prendido su marquesina, y a unas cuadras se ve el Palacio de Bellas artes rodeado de paredes metálicas color verde, ese detalle gubernamental logra quitarle la belleza a esa esquina de la ciudad.

El camino sigue, y no se avista un solo policía uniformado. Todo el orden está a cargo de los marchistas. Y sin contratiempos.

 

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Las marchas que han salido del Ángel de la Independencia y del Monumento a la Revolución se juntan en una sola y la masa entra por 5 de mayo. Nosotros que venimos de Tlatelolco entramos por la calle de Tacuba, el camión de los normalistas marca la vuelta en esa calle y todos marchan en el orden acordado.

“¡Por un México sin PRI, por un México sin PRI!” Suena increíble, pero en México, ya bien entrado este nuevo siglo, se sigue gritando esta consigna.

La prensa camina delante de los normalistas, no hay un solo logotipo de las dos grandes televisoras de esta país, pues siempre que la gente los identifica los vapulea, por eso ahora marchan sin identificarse. Al llegar al metro Allende, que cotidianamente está abierto en las marchas, descubro que hoy está cerrado. Un grupo de policías de gorra roja impiden el paso.

No baja la energía. En cada bocacalle las consignas de las marchas se cruzan y expanden el griterío. Una de ellas da cuenta de la profundidad del enojo de los marchistas. La gente culpa al Estado. Y por él al presidente de la república.

“Que lo vengan a ver, que lo vengan a ver, ese no es presidente, es un asesino macho burgués.”

 

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Los que entramos por la calle de Tacuba vemos la Catedral iluminada que alumbra el Zócalo con su decoración revolucionaria.  La figura de un enorme Villa formado por lucecitas nos recibe en la plaza de la Constitución. Cierra la marcha con todos nuestros nombres históricos en un 20 de noviembre: Madero, Zapata, Villa. ¿Por qué no decimos Carranza, Calles, Obregón?  ¿Alguien celebra la Revolución?

La masa tiene otras preocupaciones:

“¡Fuera Peña, fuera Peña…!”

En el zócalo no hay lugar para la celebración oficial.  Si la masa celebra, ha tomado la plaza sin esos actos oficialistas rancios de la presidencia. En su lugar estamos mexicanos organizados en contingentes universitarios y ciudadanos, todos marchando con la esperanza puesta en el activismo pacifista. Al zócalo la gente jubilosa llega en ríos y ríos por ambas calles, canta y gritando consignas, con pancartas en diversos idiomas; y no faltan los vendedores cargados con tamales, tortas, plátanos, refrescos, y ahí están agregados los ambulantes de siempre, con sus bisuterías y sus espiritismos, que se plantados y divertidos  a los costados de la plaza.



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Imagino que los policías estarán en las calles laterales, por Moneda, Corregidora, Pino Suárez. No los vemos. El estrado lo han puesto frente a Palacio Nacional y sus oradores que ya no dan su nombre, ahora solo se identifican como madre o padres de desaparecido. Se siente el temor no solo en ellos también en la gente. El temor no impide que al centro de la masa un grupo queme una figura de Peña Nieto; todo ocurre en orden, la prensa toma sus fotos; las cámaras de Televisa toman imágenes que no verán sus televidentes. Yo observo la figura de cartón que arde.

Y el griterío mantiene la consigna  personalizada:

“¡Peña, culero, te corrimos de la Ibero!”



Foto de Genaro Villamil.

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Son las nueve de la noche y la gente sigue entrando a la plaza. Los jóvenes de la Universidad Autónoma Metropolitana plantel Xochimilco son los últimos en entrar por Tacuba, las porras se juntan con las del Politécnico y los de la UNAM van casi juntos y el ambiente se torna festivo, los jóvenes están inyectando amor a este país. Sin embargo por 5 de mayo aún continúan entrando contingentes.

Emprendemos el regreso a casa.  Antes veo que ahí están los llamados “anarquistas”, a quienes hemos visto apostados a lo largo de la marcha; otro grupo de personas que no tienen que ver con la marcha fuman marihuana. No me quedo a atestiguar la violencia que se viene sobre la plaza.

Vuelvo sobre mis pasos en Tacuba. Casi todos los comercios han cerrado, solo los que han visto que los manifestantes son muchos y son pacíficos y buenos clientes se mantienen abiertos, entre ellos un café que recibe a los que van de regreso y les apetece cenar.

Yo me siento un momento. Escribo una primera frase para esta crónica: “Este 20 de noviembre la esperanza se vistió de negro la violencia que llega después sabemos de dónde viene.”

 



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