• Josué Daniel Flores
  • 24 Abril 2014
".$creditoFoto."

El autor, Josué Daniel Flores (Puebla,1989), es licenciado en Comunicación. Ha tomado talleres de cuento en La Casa del Escritor de Puebla y en el IMACP. Ha publicado cuento y crónica en los sitios Punto en Línea (UNAM) y en el portal digital de periodismo narrativo LADO B.

 

Los que quedamos sabemos cuándo empieza la batalla. Bastan los sonidos de nuestras bocas para darnos cuenta que en el campo somos hombres que sólo buscan salir con vida. Mi estrategia es la misma de siempre: de un salto me trepo en un árbol y desde ahí observo el lugar en el que cada uno se resguarda. Nunca me han gustado los escondites. Es como si escogiera mi tumba con la misma convicción con la que lucho. Lo cierto es que cuando llega la hora de disparar me gusta creer que los restos de los otros soldados permanecerán ocultos.

Palpo mi arma, la madera es ya una extremidad más de mi cuerpo. El aire corre y  sacude la hierba, pienso que la naturaleza está de mi lado, que lo que se sacuden son como voces delatoras. Podría gritar, revelar con exactitud que aquel que se oculta en un tronco es Renato. Nunca le ha gustado jugar. Su rostro se contrae cuando sostiene su arma, su voz se va apagando y ni siquiera es capaz de soltar un grito de agonía. Por eso pienso que él será el siguiente en caer. Si no lo matan los Invasores pronto, lo hará una mujer o algún ladrón dentro de unos años.

Más allá, entre los mezquites, sé que Hilario aguarda. Él es como un animal que atacará sólo si está seguro que su mordida es letal. Dejará que caigan los demás, que sean las presas de un “juego inútil”, como él lo llama.

Lo cierto es que Hilario oculta algo. En la lucha anterior, cuando sólo quedábamos él y yo, observé que parecía suplicarme que, por primera vez, hubiera dos ganadores, o un grupo de aliados victoriosos. Intuí que él me cedía el control, el privilegio de ser líder.

Lo puedo ver: en diez años me buscará para salir de esta situación de la manera que sea. Yéndonos pal norte como nuestros padres o para poner un negocio. Aunque ese es Hilario “el bueno”. Si llegamos a tener problemas por un pedazo de tierra o por dinero, me atacaría por la espalda. Seguro que lo ensayará desde ahora.

Pero la verdadera dificultad es deshacerme de Ismael. Como aquellos hombres, los Invasores, él está presto a seguir sus pasos. Estoy seguro que en esta lucha él ya se ve como uno de ellos, aquellos que quisieran ser dueños del terror que nos hace parecer estiércol. Si llegara a tener la oportunidad, contaría las gotas de sudor que escurren por mi rostro cuando me apunte con su arma. Me cuesta verlo como el mismo Ismael que da consejos para acercarse a las mujeres. Ese mundo incierto que desde ahora percibo agridulce.

Sé que ha llegado el momento para atacar cuando escucho los disparos entre Hilario y Renato. “Ya te maté” escuchó el grito y de inmediato sé quién ha sido el primer caído.

“No sabes lo que te espera” grita Ismael cuando se percata que sus huellas han sido borradas. El aire golpea de nuevo  y él y yo estamos en otro tiempo: persiguiéndonos por una mujer, tras haber violado un juramento que creímos inquebrantable. Él no tendrá piedad si llega a ser como los Invasores. Nunca la ha tenido.

Disparo y mi bala es engullida por el pasto y soy capaz de ver cómo mi cuerpo es borrado por la naturaleza sin la menor dificultad. Ismael se yergue como un verdadero hombre. Ambos empuñamos nuestros rifles y somos capaces de ver odio en los ojos del otro. Renato nos observa como un fantasma que no quiere vagar en soledad. Hilario avanza entre charcos y por primera vez puedo sentir el sonido de la muerte: sus pasos son el único tiempo que vale. Levanta su rifle y se coloca a espaldas de Ismael. Es tiempo de aceptar su trato: los dos seremos sobrevivientes, y él, por primera vez, será el ganador. Pero distingo que es a mí a quien apunta. El siguiente disparo me dirá que no hay segunda oportunidad.

Levanto mis brazos esperando que acaben conmigo cuando un ruido nos interrumpe. Ellos están aquí, sus camionetas se retuercen como bestias indomables. A lo lejos nuestras madres nos llaman, pero no saben que los Invasores me han salvado.

Esta batalla ha terminado, aunque se aproxima la verdadera: esa en la que somos como roedores que sólo saben huir. Aventamos las armas y en la tierra se convierten en palos de escobas. Nuestras sombras se proyectan tan simples, tan endebles. Metros después escucho que alguien ha caído por los tiros de los Invasores. El miedo me impide darme cuenta si ha sido Renato, Hilario o Ismael.

Lo sabremos cuando en el campo de batalla haya una sombra menos.

Click HERE is best bookmaker in the world.
Offers Bet365 best odds.
All CMS Templates