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Mujer guerrera cuenta cuentos


Las calles estaban silenciosas, apenas empezaba a amanecer en la ciudad de Puebla. Carmen Serdán caminaba por las calles con una canasta en mano, se había despertado muy temprano como de costumbre. Se cruzó con el lechero, el panadero y el carnicero, pero no le interesaban ahora. Cruzó  las calles hasta llegar a la iglesia. Se dirigió a una pequeña puerta y la tocó dos veces. Unos ojos aparecieron por una rendija, al ver a Carmen desaparecieron y se abrió la puerta. Carmen ingresó al recinto apartado de la iglesia. Era el hogar de una amiga muy especial para ella.

--Bienvenida Carmen --dijo una voz en la habitación a la que Carmen entró. Carmen se acomodó el vestido y caminó hasta el sillón, se sentó y miró el asiento frente al suyo. Ahí una mujer ya anciana con los ojos cerrados estaba sentada.

--¿Cómo amaneciste? –preguntó Carmen. La anciana respondió:

--No veo pero escucho, no veo pero siento, y lo peor es que veo.

Para cualquier otra persona que no fuera Carmen sus palabras serían incomprensibles y la considerarían una loca. De hecho, muchos  consideraban loca a Martina.

--¿Qué has visto, ahora en sueños? –-preguntó Carmen. Martina se quedó en un profundo silencio y empezó a murmurar  unas palabras en maya. Carmen abrió los ojos asombrada, ella entendía de lo que le hablaba, la misma Martina le enseñó el maya.

--¿Muerte y terror? –preguntó Carmen--. ¿Qué hará ahora Porfirio Díaz?

Con la sola mención del nombre la anciana se levantó y dijo:

 --Estuvo mucho tiempo ya en el gobierno, eso lo corrompió --hizo una pausa–. Recuerdo cuando era apenas un general que luchaba por proteger al país de la invasión francesa. Sin embargo, a pesar del progreso que trajo, ocasionó miedo y desigualdad  entre los hombres.

--Lo sé –Carmen se levantó–. Pero su gloria se va a terminar pronto --sonrió acercándose a Martina y la tomó de las manos--. Mi hermano se está organizando con otras personas para derrocarlo.

Ante la sorpresa de Carmen la anciana comenzó a llorar ¿Qué reflejaban esas lágrimas? ¿Dolor? ¿Felicidad?

--¿Qué sucede Martina?

--Así que mis sueños no eran falsos, habrá más dolor y sufrimiento para estas tierras, lo presiento.

--¿Cómo puede haber más dolor y sufrimiento? –preguntó Carmen indignada--. ¿Qué no se supone que las cosas mejorarán? ¿No por eso se llama “revolución”?

-Querida mía, ¿piensas que esa es una justificación para una batalla sangrienta? No importa dónde, habrá muchas muertes. Entre nuestros propios hermanos nos lastimaremos y el dolor se expandirá por cada hogar.

--Yo nunca lastimaría a mis hermanos --dijo Carmen--. ¿Por qué habría de hacerlo?

--No me refiero a tus hermanos de sangre, sino a tus hermanos con los que convives todos los días.

--¿Quieres decir que todo el país es mi hermano?

--Cada habitante, incluso el mismo Porfirio Díaz.

--¡Mentira! –Carmen se levantó enojada--. Si fuéramos todos hermanos, Díaz trataría a todos por igual, no habría pobreza ni dolor.

--Son pocos los que se dan cuenta de la verdad, y cuando lo hacen, a veces es demasiado tarde –Martina también se levantó.

--¿Y tú que puedes saber? –le gritó Carmen-- ¡Tú eres tan solo una ciega loca!

Martina se sentó de nuevo con tristeza. Carmen se dio cuenta de su error y se acercó a ella avergonzada.

 --Lo siento Martina –le dijo--. No era mi intención gritarte ni decir eso, perdóname.

--No te preocupes, querida Carmen, a veces la ira nos ciega y nos obliga a decir tonterías --miró como si lo viera el reloj que estaba colgado de la pared--. Deberías darte prisa, recuerda que una mujer no se puede tardar tanto tiempo afuera y estos días no son seguros.

--No te preocupes, una mujer se puede tardar lo que quiera de compras --le guiñó como si la viera el ojo Carmen--. Pero en efecto tengo que marcharme, mañana  vendré a visitarte.

--Ten cuidado querida mía --la sostuvo del brazo antes de que se alejara- Perderás pronto a alguien importante y te dolerá. Tendrás que tomar una decisión muy pronto y de ella dependerán muchas cosas.

--¿Por qué suenas como si no nos volviéramos a ver? –le preguntó Carmen angustiada.

--Nada de eso --le dijo la anciana, y una sonrisa encendió su rostro--. Nosotras nos volveremos a ver, eso te lo aseguro.

--Eso me hace sentir mejor --le dijo Carmen–. En estos tiempos eres mi único consuelo, nos vemos mañana.

-Sí, nos vemos mañana.

Ese mañana sonó lejano para ambas. Se despidieron como siempre, pero una sensación de malestar oprimió el pecho de Carmen.

Carmen tomó el mismo camino de regreso, deteniéndose esta vez en la panadería y carnicería. Estaba por llegar a casa cuando se cruzó con un oficial de la policía, lo saludó con educación y se alejó con desconfianza. Vio cómo el oficial giraba en la esquina e iba hacia la iglesia. Regresó a su casa. Ahí su hermano no dejaba de ver por la ventana, inquieto. Cuando ella entró, se relajó pero continuó serio.

--¿Qué sucede hermano?– le preguntó. Su hermano no le contestó y siguió rondando por la entrada de la casa. En ese momento tocaron la puerta y corrió hacia ella. Dejó entrar a la persona menos apreciada por Carmen del grupo de revolucionarios: el Chanflees.

Desconocía su verdadero nombre: ninguna persona conocía el nombre del Chanflees, él se presentó así ante todos y no se le preguntó nada más. El Chanflees era un hombre robusto, moreno y con una gorra café oscuro que ocultaba su cabello negro. Sus ropas estaban en mal estado pero eso no era lo que a Carmen le hacía desconfiar de él, era ese singular olor a alcohol que provenía del hombre, además de su gusto por las apuestas y el dinero. Aquiles subió las escaleras junto con el hombre en dirección a su oficina. Carmen se acercó a la habitación y tocó la puerta.

--¿Hermano? ¿Puedo pasar? –preguntó. Aquiles abrió la puerta en respuesta-. Adelante, nuestro amigo Chanflees me está convenciendo de que posponga mi viaje a la ciudad de México. Carmen miró con cuidado al Chanflees y el hombre a ella. De inmediato la mirada de él reflejó el deseo por la chica, y eso Carmen lo sabía.

--¿Y qué decisión has tomado? –preguntó entonces Chanflees rompiendo el juego de miradas.

--Haré caso de tu sugerencia, los tiempos están muy duros, y necesito reunir a mis hombres mañana, para explicarles el proceso de pasado mañana --dijo Aquiles. Veinte de noviembre, ese día habían quedado para iniciar el movimiento revolucionario. El día clave. El Chanflees sonrió complacido, esa sonrisa le dio escalofríos a Carmen pero su hermano no pareció notar nada.

--Entonces me retiro, no es bueno que un borracho como yo sea visto rondando por tu casa, podrían sospechar. El Chanflees salió de la habitación  pero antes de salir dijo:

--Hasta pronto Don Aquiles, hasta la vista señorita Carmen.

Dichas esas palabras se retiró de la casa. “Hasta pronto y Adiós”. Carmen sintió por primera vez mentira en esas palabras, consideró que no volverían a ver a ese sujeto. Recordó las palabras de Martina y un temblor recorrió su cuerpo y se sentó pálida.

--¿Estás bien, Carmen? –le preguntó Aquiles.

--Sí hermano --le respondió ella--. Solo estoy algo cansada.

Se levantó y salió de la habitación hasta llegar a la suya. Recostada en su cama cerró los ojos, esperando tener dulces sueños que la alejaran de esa pesadilla.

--¡Despierta Carmen!

Una persona zarandeaba su cuerpo. Carmen abrió los ojos, aturdida. Se encontró cara a cara con su hermana Natalia.

--¿Qué ocurre? --el sonido de disparos en el exterior respondió a su pregunta. Resonaban contra las paredes. Se levantó automáticamente ¿Sus temores se hicieron realidad? Jamás olvidaría el rostro de Chanflees. Salió de la habitación junto a Natalia y se reunieron en la sala con el resto de la familia y Filomena, esposa de Aquiles.

-Quiero que se oculten en un lugar seguro, sé que a ustedes no las dañarán, esos hombres vienen por mí –dijo Aquiles.

-¿Y tú que harás, hermano? –preguntó Carmen; ella estaba poco dispuesta a ocultarse--. Mantendré el orden con la ayuda de los camaradas que tengo aquí dentro, si las cosas salen mal me ocultaré en el sótano –les explicó Aquiles.
Carmen no pudo evitar pasmarse ¿Esconderse y no pelear? Eso sería lastimar a la patria de manera peor de la que lo hacía Díaz, sin embargo, no dijo nada y acató la orden de su hermano.

Aquiles se despidió, y Carmen, junto con las otras mujeres, subió a la habitación más segura de la casa donde esperarían su destino. Carmen explotó, ella no se quedaría como princesa de cuentos de hadas esperando a que vinieran a salvarla. Salió de la habitación sin hacer caso del llamado de las demás. Tomó un fusil y se asomó por la ventana. Por un instante los disparos de los soldados cesaron y miraron sorprendidos a la mujer.

--¿Cómo osan atacar esta casa de manera tan deshonesta,  el hogar de una familia? –les gritó Carmen manteniendo el rostro en alto. Las risas de los soldados fueron la única respuesta que recibió y continuaron disparando. Una bala atravesó el cuerpo de Carmen  antes de ser jalada por Natalia y Filomena.

--¡Viva la Revolución!

 


 

Despertó, se sentía la fría y dura cama. Definitivamente no estaba en su casa. Fue abriendo los ojos y lo primero que vio fue un techo gris con un foco colgando.

Trató de levantarse y un estremecimiento recorrió su columna. Sintió dolor en su cadera y se sostuvo la herida vendada preguntándose en dónde demonios estaba. Los rayos del sol entraron por la pequeña ventana con barrotes iluminando la habitación y su rostro. Carmen fue recobrando la memoria de lo que había sucedido.

--Nos atraparon --fue la primera idea a la que pudo llegar. Se recargó en la pared junto a su cama. Era fría. Alguien le había atendido la herida, por lo tanto la querían viva. Como si eso le importara ahora solo quería saber el destino de los demás. Recordaba vagamente que Natalia y Filomena la metieron a la casa después de que la lastimaran. Quizá también las capturaron a ellas. ¿Y su hermano Aquiles? Al pensar en él un vacío incómodo llegó a su corazón. No tenía que esperar a que alguien le diera la noticia. Ella lo sabía, su hermano estaba muerto. ¿Por qué demonios no la mataron también? Se plantó frente a esos soldados que se burlaron de ella y dispararon sin compasión ¿Por qué no murió? La respuesta llegó a su cabeza repentinamente. El rostro de Martina apareció.

--¿Por qué me dieron otra oportunidad? –se respondió a sí misma mientras cerraba los ojos y comenzaba a llorar en silencio.

--¿Por qué lloras, niña? –preguntó una voz al otro lado de la pared, en la otra celda. Carmen se acercó más a la pared y encontró un pequeño agujero, solo un ratón podría entrar por ahí.

--¿Quién eres? – preguntó Carmen.

 --Mi nombre… lo olvidé --le dijo la mujer al otro lado–. Llevo días aquí y ya soy vieja.

--¿Pero cómo pudieron meter a una anciana en un lugar como este?

--Ellos meten aquí a quien consideren culpable, sea quien sea.

--¿Por qué te metieron? –le preguntó Carmen recargando su cabeza en la pared.

--Según ellos por bruja y estar apoyando el movimiento contra el gobierno ¿Y a usted?

--Mataron a mi hermano y nos metieron a prisión a mi hermana, mi suegra y a mí --contestó Carmen--. El mío sin embargo fue “justo” para ellos.

 La otra mujer preguntó:

-¿Cómo te llamas, niña?

-Carmen, Carmen Serdán.

Unas lágrimas de alegría recorrieron el rostro de la anciana, por desgracia Carmen no pudo verlas pues la pared las separaba. Pasaron los días y el único consuelo que tenía Carmen eran las palabras alentadoras de su vecina. Le contaba historias mágicas, de reinos lejanos y antiguos, entre ellos el que más le gustaba era el de la “Mujer guerrera” -

--Cuéntame esa historia de nuevo –le dijo Carmen–. Y sus aventuras en la guarida del jaguar. La anciana empezaba su relato, su voz iluminaba aquella fría y desolada celda. Transformaba el entorno y Carmen se veía como una mujer guerrera que vivía aventuras por el mundo ayudando a los débiles. Como toda guerrera necesitaba una compañera, y esa era una hechicera ciega. Para Carmen esos relatos le hacían sentirse viva y los rumores que se esparcían entre las presas sobre el triunfo de la revolución y la renuncia de Díaz al poder, retirándose éste del país la hicieron sentirse mucho mejor.

Una noche le dijo a la anciana.

--Tus relatos son mágicos, la guerrera triunfó y también la revolución.

Tomó la mano de la anciana, ambas habían hecho que ese hueco fuera creciendo lo suficiente para que se pudieran sostener una mano.

--Mañana, podremos salir de este lugar, buscar una casa en alguna parte de la ciudad, visitar todos los lugares de México y el mundo. Las dos juntas relatando cuentos mágicos a los niños para que olviden los tiempos oscuros.

--Será fabuloso --dijo la anciana, y sostuvo la mano de Carmen con fuerza.

--Ahora es mejor que descansemos, mañana hablaremos cara a cara y necesitaremos estar preparadas --y sus manos se soltaron.

-Buenas noches –dijo Carmen y se acostó en su cama. Mañana dormiría en un lugar mejor.

--Sí, nos vemos mañana --dijo la anciana y cerró sus ojos ciegos. Le agradó encontrarse de nuevo con la niña Carmen. Martina sonrió y de esa manera se quedó dormida encaminándose al reino de la muerte, donde sus ancestros la esperaban.

 

Carmen abrió los ojos, había tenido una pesadilla en la que Martina se despedía de ella.

--Debe estar bien --sonrió--. Llevaré a “cuentacuentos” a que conozca a Martina, seguro se llevarán bien.

Abrieron la puerta, era un hombre uniformado, Carmen lo reconoció de inmediato: era Máximo, su hermano menor.

--Carmen, me alegra que estés bien- dos mujeres entraron, se alegró al ver que eran Natalia y Filomena.

--Las demás presas están siendo trasferidas al hospital, tú también deberás ir --le explicó su hermano.

--¿Y la revolución? ¿Es verdad que triunfó? –le preguntó Carmen, él sonrió.

--La batalla ha terminado, muy pronto erigiremos un altar a los héroes de esta batalla y el apellido Serdán figurará entre ellos. Su hermana y cuñada ayudaron a caminar a Carmen, pues su herida aún no había sanado del todo, tenían que llevarla con un médico profesional. Cuando iban saliendo de la celda Carmen le pidió a Máximo.

--Por favor, hay que sacar a la mujer de al lado, merece ser tratada como toda una guerrera. Máximo se quedó en silencio y las dos mujeres bajaron la mirada. Carmen preguntó:

--¿Qué sucede?

--La anciana murió ayer en la madrugada, en un ataúd se la llevarán con los demás muertos.

Carmen palideció y gritó:

--¡Quiero verla! --las mujeres trataron de detenerla. Su hermano vio el rostro de Carmen, la ayudó a caminar y llamó al guardia. El guardia abrió la celda y ella la vio. Ahí estaba Martina, acostada en la cama cubierta por una sábana blanca. Todo su mundo se desmoronó en ese instante. Se apartó de su hermano y fue a abrazar el cuerpo de Martina, la hechicera ciega y cuenta cuentos.

--Quiero que ella sea enterrada al lado de la tumba de mi hermano; y a mi lado cuando yo muera --dijo Carmen cuando en el auto rumbo al hospital. Máximo asintió, las mujeres permanecieron calladas. Carmen lloraba mientras la ciudad pasaba por la ventanilla. Era libre, era libre, tal y como le había prometido a Martina. Quería gritarlo a los cuatro vientos, quería contarles a todos los niños las historias de Martina, jamás dejaría que la mujer guerrera quedara en el olvido.

Carmen fue internada en el hospital donde permaneció hasta que sus heridas sanaron. Se quedó trabajando un tiempo atendiendo niños y contándoles las historias de la mujer guerrera y su compañera la hechicera ciega. Iba a visitar la tumba de su hermano y luego la de Martina, la mujer que le había salvado de perder la cordura en la cárcel y quien le enseñó que toda mujer lleva dentro de sí una guerrera y cuentacuentos.

Pasaron los años y Carmen fue envejeciendo, les contaba sus historias a sus sobrinos, nietos y amigos de ellos. Ya era una anciana, justo como Martina. Carmen caminó con ayuda de su bastón hacia la ventana de su casa mirando la ciudad. Se sintió en una ciudad desconocida. Puebla estaba cambiando.

La encontraron sentada en su mecedora con el rostro alto y majestuoso con una sonrisa llena de paz. Sus nietos al verla gritaron:

--¡Es Carmen! ¡La mujer guerrera! ¡Es Martina! ¡La cuentacuentos!

Fue enterrada con honores y como lo deseaba: al lado de las tumbas de Aquiles y Martina, las dos personas que habían sido muy importantes para ella. Al funeral fueron sus familiares, amigos y todas las personas que escucharon las historias mágicas de la cuentacuentos. Al final cuando todos se retiraron, una mano anciana depositó una flor en su tumba.

--¿Lo ves? Nos volvimos a encontrar, mujer guerrera, cuentacuentos.

 

(Gira es estudiante de literatura en la BUAP. En sus textos, todas las mujeres cuentan historias.)