• Gira
  • 21 Febrero 2013
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Mujer guerrera cuenta cuentos


Las calles estaban silenciosas, apenas empezaba a amanecer en la ciudad de Puebla. Carmen Serdán caminaba por las calles con una canasta en mano, se había despertado muy temprano como de costumbre. Se cruzó con el lechero, el panadero y el carnicero, pero no le interesaban ahora. Cruzó  las calles hasta llegar a la iglesia. Se dirigió a una pequeña puerta y la tocó dos veces. Unos ojos aparecieron por una rendija, al ver a Carmen desaparecieron y se abrió la puerta. Carmen ingresó al recinto apartado de la iglesia. Era el hogar de una amiga muy especial para ella.

--Bienvenida Carmen --dijo una voz en la habitación a la que Carmen entró. Carmen se acomodó el vestido y caminó hasta el sillón, se sentó y miró el asiento frente al suyo. Ahí una mujer ya anciana con los ojos cerrados estaba sentada.

--¿Cómo amaneciste? –preguntó Carmen. La anciana respondió:

--No veo pero escucho, no veo pero siento, y lo peor es que veo.

Para cualquier otra persona que no fuera Carmen sus palabras serían incomprensibles y la considerarían una loca. De hecho, muchos  consideraban loca a Martina.

--¿Qué has visto, ahora en sueños? –-preguntó Carmen. Martina se quedó en un profundo silencio y empezó a murmurar  unas palabras en maya. Carmen abrió los ojos asombrada, ella entendía de lo que le hablaba, la misma Martina le enseñó el maya.

--¿Muerte y terror? –preguntó Carmen--. ¿Qué hará ahora Porfirio Díaz?

Con la sola mención del nombre la anciana se levantó y dijo:

 --Estuvo mucho tiempo ya en el gobierno, eso lo corrompió --hizo una pausa–. Recuerdo cuando era apenas un general que luchaba por proteger al país de la invasión francesa. Sin embargo, a pesar del progreso que trajo, ocasionó miedo y desigualdad  entre los hombres.

--Lo sé –Carmen se levantó–. Pero su gloria se va a terminar pronto --sonrió acercándose a Martina y la tomó de las manos--. Mi hermano se está organizando con otras personas para derrocarlo.

Ante la sorpresa de Carmen la anciana comenzó a llorar ¿Qué reflejaban esas lágrimas? ¿Dolor? ¿Felicidad?

--¿Qué sucede Martina?

--Así que mis sueños no eran falsos, habrá más dolor y sufrimiento para estas tierras, lo presiento.

--¿Cómo puede haber más dolor y sufrimiento? –preguntó Carmen indignada--. ¿Qué no se supone que las cosas mejorarán? ¿No por eso se llama “revolución”?

-Querida mía, ¿piensas que esa es una justificación para una batalla sangrienta? No importa dónde, habrá muchas muertes. Entre nuestros propios hermanos nos lastimaremos y el dolor se expandirá por cada hogar.

--Yo nunca lastimaría a mis hermanos --dijo Carmen--. ¿Por qué habría de hacerlo?

--No me refiero a tus hermanos de sangre, sino a tus hermanos con los que convives todos los días.

--¿Quieres decir que todo el país es mi hermano?

--Cada habitante, incluso el mismo Porfirio Díaz.

--¡Mentira! –Carmen se levantó enojada--. Si fuéramos todos hermanos, Díaz trataría a todos por igual, no habría pobreza ni dolor.

--Son pocos los que se dan cuenta de la verdad, y cuando lo hacen, a veces es demasiado tarde –Martina también se levantó.

--¿Y tú que puedes saber? –le gritó Carmen-- ¡Tú eres tan solo una ciega loca!

Martina se sentó de nuevo con tristeza. Carmen se dio cuenta de su error y se acercó a ella avergonzada.

 --Lo siento Martina –le dijo--. No era mi intención gritarte ni decir eso, perdóname.

--No te preocupes, querida Carmen, a veces la ira nos ciega y nos obliga a decir tonterías --miró como si lo viera el reloj que estaba colgado de la pared--. Deberías darte prisa, recuerda que una mujer no se puede tardar tanto tiempo afuera y estos días no son seguros.

--No te preocupes, una mujer se puede tardar lo que quiera de compras --le guiñó como si la viera el ojo Carmen--. Pero en efecto tengo que marcharme, mañana  vendré a visitarte.

--Ten cuidado querida mía --la sostuvo del brazo antes de que se alejara- Perderás pronto a alguien importante y te dolerá. Tendrás que tomar una decisión muy pronto y de ella dependerán muchas cosas.

--¿Por qué suenas como si no nos volviéramos a ver? –le preguntó Carmen angustiada.

--Nada de eso --le dijo la anciana, y una sonrisa encendió su rostro--. Nosotras nos volveremos a ver, eso te lo aseguro.

--Eso me hace sentir mejor --le dijo Carmen–. En estos tiempos eres mi único consuelo, nos vemos mañana.

-Sí, nos vemos mañana.

Ese mañana sonó lejano para ambas. Se despidieron como siempre, pero una sensación de malestar oprimió el pecho de Carmen.

Carmen tomó el mismo camino de regreso, deteniéndose esta vez en la panadería y carnicería. Estaba por llegar a casa cuando se cruzó con un oficial de la policía, lo saludó con educación y se alejó con desconfianza. Vio cómo el oficial giraba en la esquina e iba hacia la iglesia. Regresó a su casa. Ahí su hermano no dejaba de ver por la ventana, inquieto. Cuando ella entró, se relajó pero continuó serio.

--¿Qué sucede hermano?– le preguntó. Su hermano no le contestó y siguió rondando por la entrada de la casa. En ese momento tocaron la puerta y corrió hacia ella. Dejó entrar a la persona menos apreciada por Carmen del grupo de revolucionarios: el Chanflees.

Desconocía su verdadero nombre: ninguna persona conocía el nombre del Chanflees, él se presentó así ante todos y no se le preguntó nada más. El Chanflees era un hombre robusto, moreno y con una gorra café oscuro que ocultaba su cabello negro. Sus ropas estaban en mal estado pero eso no era lo que a Carmen le hacía desconfiar de él, era ese singular olor a alcohol que provenía del hombre, además de su gusto por las apuestas y el dinero. Aquiles subió las escaleras junto con el hombre en dirección a su oficina. Carmen se acercó a la habitación y tocó la puerta.

--¿Hermano? ¿Puedo pasar? –preguntó. Aquiles abrió la puerta en respuesta-. Adelante, nuestro amigo Chanflees me está convenciendo de que posponga mi viaje a la ciudad de México. Carmen miró con cuidado al Chanflees y el hombre a ella. De inmediato la mirada de él reflejó el deseo por la chica, y eso Carmen lo sabía.

--¿Y qué decisión has tomado? –preguntó entonces Chanflees rompiendo el juego de miradas.

--Haré caso de tu sugerencia, los tiempos están muy duros, y necesito reunir a mis hombres mañana, para explicarles el proceso de pasado mañana --dijo Aquiles. Veinte de noviembre, ese día habían quedado para iniciar el movimiento revolucionario. El día clave. El Chanflees sonrió complacido, esa sonrisa le dio escalofríos a Carmen pero su hermano no pareció notar nada.

--Entonces me retiro, no es bueno que un borracho como yo sea visto rondando por tu casa, podrían sospechar. El Chanflees salió de la habitación  pero antes de salir dijo:

--Hasta pronto Don Aquiles, hasta la vista señorita Carmen.

Dichas esas palabras se retiró de la casa. “Hasta pronto y Adiós”. Carmen sintió por primera vez mentira en esas palabras, consideró que no volverían a ver a ese sujeto. Recordó las palabras de Martina y un temblor recorrió su cuerpo y se sentó pálida.

--¿Estás bien, Carmen? –le preguntó Aquiles.

--Sí hermano --le respondió ella--. Solo estoy algo cansada.

Se levantó y salió de la habitación hasta llegar a la suya. Recostada en su cama cerró los ojos, esperando tener dulces sueños que la alejaran de esa pesadilla.

--¡Despierta Carmen!

Una persona zarandeaba su cuerpo. Carmen abrió los ojos, aturdida. Se encontró cara a cara con su hermana Natalia.

--¿Qué ocurre? --el sonido de disparos en el exterior respondió a su pregunta. Resonaban contra las paredes. Se levantó automáticamente ¿Sus temores se hicieron realidad? Jamás olvidaría el rostro de Chanflees. Salió de la habitación junto a Natalia y se reunieron en la sala con el resto de la familia y Filomena, esposa de Aquiles.

-Quiero que se oculten en un lugar seguro, sé que a ustedes no las dañarán, esos hombres vienen por mí –dijo Aquiles.

-¿Y tú que harás, hermano? –preguntó Carmen; ella estaba poco dispuesta a ocultarse--. Mantendré el orden con la ayuda de los camaradas que tengo aquí dentro, si las cosas salen mal me ocultaré en el sótano –les explicó Aquiles.
Carmen no pudo evitar pasmarse ¿Esconderse y no pelear? Eso sería lastimar a la patria de manera peor de la que lo hacía Díaz, sin embargo, no dijo nada y acató la orden de su hermano.

Aquiles se despidió, y Carmen, junto con las otras mujeres, subió a la habitación más segura de la casa donde esperarían su destino. Carmen explotó, ella no se quedaría como princesa de cuentos de hadas esperando a que vinieran a salvarla. Salió de la habitación sin hacer caso del llamado de las demás. Tomó un fusil y se asomó por la ventana. Por un instante los disparos de los soldados cesaron y miraron sorprendidos a la mujer.

--¿Cómo osan atacar esta casa de manera tan deshonesta,  el hogar de una familia? –les gritó Carmen manteniendo el rostro en alto. Las risas de los soldados fueron la única respuesta que recibió y continuaron disparando. Una bala atravesó el cuerpo de Carmen  antes de ser jalada por Natalia y Filomena.

--¡Viva la Revolución!

 


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