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De la novela Viejo siglo Nuevo. Por: Beatriz Gutiérrez Müller

El viernes 22 de febrero se cumplen cien años del asesinato de Francisco I. Madero, el hombre que por un instante alumbró la posibilidad de construir un mejor país. El golpe de estado que lo derrocó y asesinó desató al tigre de la guerra civil. Es un hecho que no lo tenemos hoy, incapaces como hemos sido de resolver por la vía democrática los problemas añejos de una nación marcada por la desigualdad y la injusticia.

Con la ficción literaria traemos a Mundo Nuestro la memoria de ese tiempo trágico de México. Con la galería fotográfica constatamos que lo primero que dejó la revolución fueron los cuerpos de miles de hombres masacrados en veinte años de guerra que iniciaron con esos diez días trágicos.

Viejo siglo Nuevo, la nueva novela de Beatriz Gutiérrez Múller, publicada por Planeta, recrea el levantamiento armado que encabezó un demócrata espiritista decidido a transformar su país en una patria que albergara bien a todos. Dice Madero en uno de los largos monólogos creados por la novelista: “Qué frágil es nuestra república, qué frágil soy. Me matarán, es un hecho. Todo este tiempo que fui presidente no supe detener el caudal de los ríos, aligerar los malestares de la gente, escuchar a mis amigos, soy un espíritu desasosegado…”

Viejo siglo Nuevo será presentada el próximo martes 26 de febrero, a las cinco de la tarde, justo en la Casa de los Hermanos Serdán, en la 6 Oriente 206, con la presencia de la autora y la participación de los historiadores Emma Yanes Rizo y Javier Pérez Siller, y el periodista Oscar López “El Gallo”.

Francisco I. Madero

México, Palacio Nacional, 21 de febrero de 1913.

Temporada gloriosa aquella, cuando fue posible sentir que la paz se había restablecido en la República, bajo el imperio de la ley. Teníamos la posibilidad de hacer una nación grande, fuerte y respetada; pero sobre todo, de ser mexicanos libres. Era el 7 de junio de 1911.

No es que el mal exista, Dios quiere a todos sus hijos por igual: no los hace inferiores o superiores; cada uno elige ser inferior o superior. Por decir: un obrero debe pensar que de él depende mejorar su situación y hacer un esfuerzo personal para lograrlo. Eso es lo que ustedes, los magonistas, no entendían. Nunca habría podido decir que el gobierno nos da felicidad porque esta es un bien personal, un esfuerzo propio, una búsqueda constante en la que hay que emplearse a fondo en el camino de la vida.

Sé cuán importante era buscar justicia, justicia y libertad; o como dijo tantas veces el general Zapata: “tierra y libertad”. No basta la libertad (concededme que vais a pensarlo, a razonarlo porque nunca es conveniente opinar sin razonar) pero de qué sirven las tierras si somos esclavos. Los porfiristas prefieren la asonada y el cuartelazo, la traición, la conjura, los males del mundo: ruegan a Dios que la patria siga siendo una tierra esclavizada por ellos y sus felinos intereses. ”Si triunfamos (decía antes) no fue por la fuerza de las armas sino por la opinión pública.”

Llegamos a la ciudad de México el 7 de junio de 1911, cuando venció la causa de la democracia y la libertad, y dije a mis compatriotas que ya no habrá otra dictadura porque la República no lo merece. “Sufragio efectivo, no reelección”, ¿cuándo surgió la frase? Le escribí lo mismo a William Randolph Hearst: preparada la opinión pública, las armas serán aceptadas para derrocar a Díaz. Los malos son quienes se olvidaron de ser niños, bendita inocencia. No pudimos tener hijos, Sara, habré sido yo, buscando la superioridad de mi espíritu, tú, Sarita, no tenías por qué pagar ese precio, pudiste haber buscado otra compañía, eres noble, llena de lealtad, madrecita (las mujeres de mi vida…). Eras como un ángel, me dejaste ser inocente, siempre creíste en mí. Me hinqué a mi madre muchas veces, pidiéndole perdón por el cobarde asesinato de Gustavo; tú no hacías más que callar y acariciarme, y llorar, yo soy el causante de su muerte, yo tenía una venda en los ojos. Los padres tienen la misión de formar el carácter de sus hijos, reprimir sus malas inclinaciones, es una misión sagrada. Mamá, tú la cumpliste con creces.

Debí entender a tiempo y no reclamar a la Providencia no tener hijos: mi misión no era ser padre de ninguna criatura y, aunque lo hubiese hecho un hombre honrado, o una mujer, un hombre o una mujer de familia al servicio de su patria… Madrecita, tú con tantos hijos, todos extrañamos a José y a Raúl que murieron, pero ellos siempre te envían todo su amor, están mejor, sí, no me digas que estas son extrañezas, que mi comportamiento es demasiado intolerante, “todos estamos de paso”, que reprima mis ímpetus (aprendí a domesticarme), que tengo mucho carácter y que soy poco flexible... Mamá: sí lo sabes, ¿verdad? Creí como nadie que la política es la mejor forma de hacer el bien. ¿Y qué he cosechado? Descrédito, difamación, me llaman traidor, falsario, crédulo o manso o retraído, madrecita, ¿o es que he ganado un lugar en la historia de mi patria por mi irrefrenable lealtad a la Constitución liberal? Es que… bueno, creemos en lo mismo: en Dios y en Jesús el Nazareno pero diferente, mamá, no espérame, ella no lo va a entender (decía Sara): acéptala, ámala, respétala, como dices: las religiones siguen queriendo gobernar el misterio de Cristo.

Ahora me toca hablar contigo, Aquiles. No sabes cuántas veces te he invocado, quiero hablar con tu espíritu descarnado que vela por todos nosotros y nuestra causa. Estuvimos juntos en San Antonio, preparando el golpe final contra la dictadura del general y te volviste a Puebla a iniciar la revolución. Te asesinaron el 18 de noviembre de 1910 y tres meses después nació tu hijita Sara, ¿será que es Sara por mi Sarita? Te sentaron en una silla luego de apresarte en tu propia casa. Te resististe. Tiro de gracia. Aquiles, hermano de espíritu: tu muerte germinó el suelo patrio, sabías que no se puede esperar todo de un gobierno sino esperarlo de uno mismo: tú iniciaste la revolución. Tú y tus nobles hermanos Carmen y Máximo, y tu noble esposa doña Filomena. En deuda quedaremos con ustedes. Llegaste a San Antonio con Bordes Mangel, González Garza, Sánchez Azcona y Miguel Albores. ¿Supieron ellos que eras espírita? Yo, yo me cuidé lo más que pude porque tarde comprendí cuánta intolerancia hay en la sociedad hacia lo desconocido. El Imparcial nos difamaba, bueno, a mí ya me difamaban de todo. El hombre, cuando sueña, muere un poco, “Morís todos los días.” Ningún temor te abrumó, Aquiles, tú eres un espíritu perfecto, la luz y el camino de los que aún seguimos con vida. No temáis nunca a la muerte.