• Fidel Guillermo Prieto
  • 29 Mayo 2014
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Fidel Guillermo Prieto (México, D.F., 1818-1897), poeta, historiador y político liberal, autor entre otras muchísimas obras, del libro Memorias de mis tiempos (1853), es sin duda uno de los más altos exponentes de la inteligencia mexicana en los aciagos años que siguieron a la independencia. Lo recordamos bien por aquella famosa frase (“los valientes no asesinan”) que salvó del fusilamiento a Benito Juárez en Guadalajara, en el arranque de la Guerra de Reforma. En una de esas breves etapas de paz, apenas acabada la invasión yanqui del 47-48, el escritor Guillermo Prieto visitó la ciudad de Puebla para una estancia de una semana. Era el año de 1849. Publicada por etapas entre julio y noviembre en El Siglo XIX, esta crónica nos ofrece una mirada invaluable que nos permite conocer una ciudad orgullosa de sí, catolicísima, apenas consciente de que el mundo de la colonia había quedado atrás y para siempre. Prieto camina la ciudad, recorre todos sus templos, investiga en cuanto archivo tiene a la mano, y sobre todo, platica y parrandea con amigos de toda índole, pero especialmente poetas, literatos, abogados y doctores, la inteligencia liberal de la ciudad, que no deja de ver en “el mexicano” --por venir de la ciudad de México--, el elemento con el que se confronta y valora lo que se es y lo que se quiere ser. “Ocho días en Puebla” es la crónica de una ciudad al borde de unas guerras civiles cruentas. (Del Libro Ocho días en Puebla. Impresiones profundas de viaje arquitectónico, sentimental, científico y estrambótico de Fidel Guillermo Prieto. Editor Vargas Rea.México, D.F.1944)

(Del Libro Ocho días en Puebla. Impresiones profundas de viaje arquitectónico, sentimental, científico y estrambótico de Fidel Guillermo Prieto. Editor Vargas Rea.México, D.F.1944)

Ocho días en Puebla, 1849

Martes

Envuelto en mi nube, para hablar como un curro andaluz, y como una sonaja de contento, me disponía a mis correrías, cuando una parvada de amigos cayó en mi cuarto, y en un abrir u cerrar de ojos, nos declaramos en estado de meeting.

La tertulia prometía. Eran dos abogadazos como dos condes de La Cañada: dos estudiantes en escala menor, con sus puntas de copleros sentimentales: dos médicos, cáusticos y desparpajados, como son todos los recién recibidos, y otro par de poblanos sesudos y reacios, apegados a su patria e intolerantes con cuanto bicho se atreviera a opinar en contrario sentido. Así es que en mi mano estaba dar cuerda a todos aquellos resortes, y armarse una chamusquina de setecientos mil demonios.

Yo, que por las chamusquinas me desmerezco, y que me parece lúgubre cualquier conversación que no se amenice con algunos gritos y reyertas, estaba que se me hacía agua la boca por provocar una discusión estrepitosa, furibunda de grande efecto, como se dice ahora.

De estos planes me distrajo uno de los formales, diciéndome:

--Vamos, señor Fidel, ¿qué le parece a usted nuestro Puebla?

--Hombre --le interrumpió su compañero-- eso no se pregunta a un mexicano.

--Yo no puedo formar juicio; lo que sé decir a usted, es que a mí me gusta mucho.

--Usted qué ha de decir, la parte material es bonita; más digno, hermosa; pero su civilización no corresponde colocada tan ventajosamente por la naturaleza.

--Usted todo lo ve como estudiante, es cierto que no hay una cátedra de idiomas en cada esquina: pero en cambio, hay, respectivamente hablando, mayor número de gente que vive de su trabajo.

--Pues yo no soy estudiante, sino médico; y le digo a usted…

--Bien, ¿qué?

--Que aquí hay un lego franciscano que usted conoce, cargado de panes y reliquias, que así se entromete a curar una diarrea con tierra del señor, como… vea usted que los médicos sabemos mucho.

--Hombre, eso es entre el populacho; iguales preocupaciones hay en todas partes.

--No, caballero, niégueme usted que aquí el médico que pone una receta de a vara, con defensivos, cucharadas, friegas, pozuelos, es el medico que tiene séquito; y eso entre gente de razón, y siempre expuesto a ser suplantado por el lego franciscano.

--Vea usted, esa es crítica que puede convenir a todos los países, y es tal la medicina, que no hay más regla para distinguir a  los charlatanes de los que no lo son, sino la de estos últimos suelen confesar más frecuentemente su ignorancia. Pero aquí tiene usted médicos muy distinguidos de los que usted pinta, perfectamente recibidos, y que tienen negocio.

--Hombre, no quiero pasar por maldiciente, si no le diría a usted cuál es el estado de la ciencia, y vería usted…

--En cambio, esta es la tierra de los abogados.

--Veamos cómo.

--Figúrese usted, le contaré dos casos para que forme idea de la administración de justicia: va el primero: Se disputaban dos vecinos de un pueblo cercano un solar valuado en setenta pesos; el pleito ha durado siete años, y vas gastando 2000 pesos de costas.

--Eso no es nada, chicos.

--Cómo así, señor Fidel.

--De esas cosas tiene usted en mi tierra a millones. ¿Ha oído usted algo del pleito llamado de los Volcanes?¿Del del  Peñon? Eso es asustarse de niñerías.

--Vamos al segundo: En otro negocio sobre un ojito de agua, se han gastado en los procedimientos de primera y segunda instancia, 7000 y tantos pesos, y falta lo que le costará la apelación.

--Vamos, ustedes están hablando de generalidades que convienen a toda la república; ¿quién no sabe que la administración de justicia es un caos en toda ella?

--Bien, sí señor --decía el estudiante-- serán generalidades; pero generalidades que afectan demasiado.

--Entre usted, entre usted en un colegio; verá usted que se rehúsa la gimnasia; verá usted costumbres del siglo pasado; verá usted al padre Guevara en boga; verá usted bachilleres huraños con las becas hasta el ombligo, para demostrar su superioridad intelectual.

--¿Pero hombres, ustedes han visto San Ildefonso y el Seminario de México? ¿Ustedes saben cuál es el estado de la instrucción en Querétaro? Sean ustedes más clementes con su país.

¡Bien! y que las muchachas no se vean sino en los templos, y que en ser huraños los hombres, consiste la formalidad y virtud.

--Vea usted, esas son exageraciones que lo más que probarán es, que aquí como en muchas otras ciudades, quedan rastros de la educación semimonástica que recibimos en tiempo del gobierno español.

--Lo que tienen los señores, es que porque han dado sus paseos por México, asistido a dos óperas y concurrido a tres tertulias de personas obsequiosas, ya creen que Puebla es un vasto convento, o una gran casa de vecindad.

--Lo que tienen ustedes es porque no han visto más que a Puebla, la creen superior a Paris mismo.

El negocio pasaba de castaño oscuro, llovían las inculpaciones, repetíanse las personalidades, y fue necesario cortar bruscamente el diálogo anunciando mi deseo de visitar algunas iglesias.

Dispersóse la reunión, y quedé solo con mi amigo H… a quien supliqué me condujese a un baño.

--Venga usted, vamos al de la calle del Espejo, es bastante bueno.

En efecto, el aspecto me agradó mucho; sus tinas, su aseo, todo recuerda, si no los baños de Vergara, si el de Betlemitas de México.

Íbame a preparar, cuando un sirviente muy atento me dijo que estaba descompuesta la cañería.

--Entonces venga usted; vamos al baño de la calle de Cholula, o al del Progreso.

Yo me aferré en que había de bañarme en el Progreso… Progreso.

--Vea usted, ese es de los peorcitos.

--¡Imposible! Con un nombre tan retumbante y significativo.

Dejóme mi amigo en la puerta, y quedé a la discresión del indiezuelo más parlanchín y más ladino que imaginarse pueda.

Tendré que contar.

Era un patiecito enlosado, tan reducido, que se ocupaba con el depósito de agua caliente y con un arriate de místicas y desconsoladas flores.

Por el reducidísimo espacio que quedaba entre estas dos obras de arquitectura non descripta, logré penetrar en un callejón húmedo, y tan estrecho, que no se creía a la simple vista que podría permitir ni la entrada de un buen pensamiento.

Entré en el cuarto de baño, que se distinguía por una honda zanja de azulejos, una percha sin dientes, una mesa enclenque y trémula, y una silla que tenía sus puntas de hamaca, por el blando movimiento que le imprimía el peso más leve de una sábana cortada por el molde de una canal de cigarro, completaba el diabólico ajuar.

--Señor, ¿se baña usted con media o con toda el agua?

--Hombre, con toda.

--Es que se paga más.

--Ya entiendo.

--Advertiré a su merced: para que no entre por una parte el agua fría y no se salga por la otra, le pondrá su merced las palmas de las manos.

--Excelente.

Desnudo y en cruz pasé aquel trago, deteniendo las corrientes; que a la más leve distracción,se desataban con furia.

El mío no fue baño; fue una lucha obstinada, ya para evitar el agua fría, yapara impedir el egreso de la tibia. Salíme de aquel tormento. Pagué enfadado, y por toda venganza puse en mis apuntes: BAÑO DEL PROGRESO.

Cuando regresé, me llamó la atención una panadería, y penetré en ella. Además del tendido como tienen las nuestras, hay en uno de los laterales, unas graditas de madera, en que están clasificados los panes y biscochos de todas las clases y con una variedad infinita de figuras y de nombres que no se puede retener en la memoria. Hay pan de pichón, pan de la vida, torcidas, menudencias, regañadas, colegiales, etc. Todo el pan de superior calidad al de México, porque sabido es que los trigos de Atlixco, San Martin, etc., no tienen rival.

La primera iglesia que me propuse visitar fue la de la Compañía, por ser la más cercana al hotel.

La fachada de este templo la forma un vestíbulo saliente, compuesto de cinco arcos, tres sobre la bóveda del vestíbulo, que es el coro, en ellos ven al Occidente, uno al Norte y otro al Sur; al interior, se elevan torres, con un atrevimiento de ejecución que admira.

En un tiempo, según los inteligentes, estaba perfectamente caracterizado exorden gótico de la fachada; hoy, merced a las mejoras que se han hecho está recargado de labrados y molduras de minuciosa perfección, y que al examinarlos nos recuerdan los cuadros en que hemos visto representadas las iglesias más célebres y más romancescas de Burgos, de Granada, de Milán y Colonia.

El interior de la iglesia recuerda la Profesa de México; es de tres naves, sostenidas de robustas columnas y cerradas por bóvedas en extremo elegantes. Losa altares están dispuestos con bastante armonía, y encerrados en un balaustrado corrido, de excelente gusto.

Los cuadros y esculturas son de mucho mérito: el aseo extremado que se nota en todas partes, y la magnificencia y propiedad con que se sirve el culto, son dignos de elogio.

Contiguo a la iglesia está el colegio Carolino, por otro nombre, es Espíritu Santo, de cuyo establecimiento he podido recoger los datos siguientes: (7)

“Los muy ilustres colegios de San Gerónimo y San Ignacio, que fueron de los padres jesuitas, se reunieron al del Espíritu Santo, por orden superior, en 1790.

“Este colegio (el del Espíritu Santo), fue ocupado en los tres hermosos patios de su recinto, por tres departamentos; el primero, por el rector, catedráticos, teólogos y juristas; el segundo, por el vive-rector y filósofos; y el tercero, por el maestro de aposentos y gramáticos”.

El salón más notable de los que sirven para los estudios, es el general, fábrica hecha a todo costo y con el más exquisito gusto.

Por decreto de 28 de Mayo de 1825, se declaró que el Estado ejerce en él inspección suprema por medio del gobierno.

Los fondos del gobierno consisten en algunas fincas urbanas, en los réditos de un capital de setenta mil pesos, impuestos sobre fincas rústicas, y en las pensiones de los colegiales, todo lo que en el año de 25 produjo 15,512 ps., 2rs., 8gs.

El señor Múgica (8) en este colegio, como en todo lo que es adelanto y beneficiencia, ha puesto su atención, y actualmente piensa en la reforma del plan de estudios y en otras mejoras que serán muy benéficas, y de que hablaré al tratar sobre instrucción pública. Se decía que se iba a poner al frente del colegio al seños licenciado Almazán (9) joven cuya modestia y sabiduría lo hacen muy recomendable: esta sola providencia equivaldría a la más importante de las mejoras, pues hay cosas para el adelanto de los colegios, dependientes absolutamente de la capacidad del que los dirige.

Pasé algunas horas en la biblioteca del colegio, y viendo las obras selectas de que se compone. Hay muchas, relativas a la estadística de Puebla, y a la historia de México, que sería desear que se pusieran en la debida separación y clasificaran competentemente. Aunque la mayor parte de las obras son de ciencias eclesiásticas, hay algunas modernas de ciencias, de literatura y de artes, que dió al colegio el señor Francisco Coronel.

Las pinturas de que están adornados los claustros, y algunas salas del colegio, son bastante buenas, según los inteligentes. Varias de ellas se atribuyen a los más sobresalientes maestros de la escuela española. (10)

Voy a dar así, como entre paréntesis, una agradable sorpresa a mis lectores, y es continuar en otro número esta narración, que conozco que va siendo demasiado cansada.

 

NOTAS:

7.-- Consúltese: Alberto Pérez Peña, El Colegio del Estado de Puebla, en el primer centenario de su vida civil, 1925. Puebla, 1931.

8.-- Don Juan Múgica y Osorio fue gobernador del Estado, desde el 1º. De Mayo de 1848 a febrero de 1853.

9.-- Lic. Pascual Almazán, nació en México en 1813, falleció en Puebla, el 12 de octubre de 1885. Ocupó diversos puestos públicos, tuvo afición por la ingeniería, escribiendo dos obras sobre esta materia y elaborando varias cartas geográficas. Con el seudónimo de Natal de Pomar escribió: Un hereje y un musulmán, novela histórica, México, 1870, y Estifelio, leyenda sajona, Puebla, 1874.

10.-- Consúltese: Delfino C. Moreno, Historia de la Biblioteca de la Universidad de Puebla, año I,num. 3. Noviembre de 1940.

 

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