• Juan Francisco Gemelli Careri
  • 06 Marzo 2014
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Mapa de la migración Azteca desde Aztlán, del libro “Viaje alrededor del mundo, de Gamelli Careri, 1704.

Del libro La ciudad de Puebla y sus viajeros entre los años 1540 a 1960, Antología realizada por el maestro poblano Ignacio Ibarra Mazari.

 

El sábado, día 12, a buena hora, volvimos a entrar en el montuoso camino, y después de andar dos leguas y media llegamos a la hospedería de Texmelucan. Bajando luego a u ameno llano en el que había esparcidas varias casitas campestres, al cabo de tres leguas llegamos antes del medio día al pequeño pueblo de San Martín. Después de comer quise ir a Tlaxcala, tres leguas distante, para ver los restos de aquella antigua ciudad, a la que jamás pudieron sujetar las armas del Imperio Mexicano. Pasados algunos llanos pantanosos y en parte cubiertos de agua, cercanos a la ciudad, hube de vadear un río en el que pensé perderme por la mucha agua que llevaba y por la oscuridad de la noche. Por desgracia, después de haber sufrido tanta incomodidad en el camino, me hospedé en un mal mesón.

El domingo, día 13, oí misa en la parroquia, en la cual está colgado un navío que representa el que condujo a Cortés a la Veracruz; y viendo que no había en Tlaxcala, convertida ya en una aldea, cosa notable más que un convento de franciscanos, me partí para la Puebla, a cuyo lugar se trasladó la residencia del obispo. Andadas cinco leguas de camino plano, llegué allá una hora después del medio día, y por un peso diario me hospedé en una casa particular cerca de San Cristóbal. La Puebla de los Ángeles fue fundada por los españoles en 26 de abril (1) de 1531, se le puso ese nombre porque, como dicen ellos, cuando se fabricaba la ciudad, vio en sueños la reina Isabel muchos ángeles que con cordeles trazaban el sitio.

Casi todos los edificios son allí de piedra y cal y compiten con los de México. Las calles aunque no están empedradas son mucho más limpias; todas son bien formadas y rectas, cruzándose entre sí hacia los cuatro vientos principales; mientras las de México son siempre fétidas y lodosas, de tal manera, que en ellas es necesario andar con botas.

Hay alrededor de la ciudad muchas aguas minerales: hacia el poniente, sulfurosas; hacia el norte nitrosas y aluminosas; hacia el sur y el oriente dulces. El lunes, día 14, fui a ver la plaza. Tiene por tres de sus lados buenos portales; todos uniformes, y hay en ellos ricas tiendas en que se encuentra todo género de mercancías. En el otro lado está la iglesia catedral, con su portada sobremanera vistosa y con una alta torre. Aún no está concluida la otra, que debe ser igual. Es pues esta plaza más hermosa que la de México. Habiendo entrado en la iglesia, encontré que está hecha por el mismo modelo que la de esa ciudad aunque poco menos grande. Tiene por ambos lados siete columnas de piedra como las de aquella, que forman tres naves. El coro y el altar mayor también están hechos a semejanza de los de la catedral de México, pero más bajos y al altar no se pusieron sino sólo doce columnas de buen mármol. Se estaba adornando esta iglesia actualmente con mármoles y rejas de hierro. Tiene veinticinco altares, una bien decorada sacristía, y una pequeña cámara llamada el ochavo, que sirve para guardar los objetos más preciosos y está ricamente dorada, lo mismo que si pequeña cúpula. Las capillas están igualmente bien doradas y pintadas. Junto a la misma iglesia, por el lado de la plaza, se ve otra capilla en que está depositado el Santísimo Sacramento, y tiene tres altares. En otro frontispicio muy bien labrado hay tres puertas que dan paso al palacio episcopal y el seminario. En esa iglesia, el dosel del obispo está en el lado del Evangelio, mientras que en la de México, el arzobispo, cuando asiste con el virrey, no tiene dosel sino que se sienta en el coro, en cumplimiento de las reales órdenes.

La renta del obispo es de ochenta mil pesos. Se distribuyen doscientos mil entre los canónigos y ministros de la iglesia, la cual tendrá cada año una entrada de trescientos mil pesos. Diez canónigos tienen de renta anual cinco mil pesos cada uno. El deán, catorce mil, el chantre ocho, el maestre escuela siete, y poco menos el arcediano y el tesorero. A proporción tienen bastante para su sustento seis racioneros, seis medios racioneros  y otros ministros inferiores.

El lunes, día 14, fui a ver el colegio del Espíritu Santo de los religiosos de la Compañía de Jesús, cuya iglesia tiene doce altares ricamente dorados. Encontré en el colegio al padre Crisconi, quien me dijo ser de Amalfi, en el reino de Nápoles.

El martes, día 15, fui a visitar al obispo D. Manuel Fernández de Santa Cruz, el cual salió a recibirme a la escalera y me trató con todo comedimiento. Este prelado que era tan docto y noble como cortés y moderado, renunció al virreynato de la Nueva España. Después de larga conversación acerca del Imperio de la China, me despedí, y él quiso acompañarme hasta la escalera.

Fui luego al convento de los padres carmelitas descalzos que está fuera de la ciudad. Se celebraba en él la fiesta de Santa Teresa. La iglesia, en que hay diez altares, es pequeña; pero el convento es grande, y tiene una espaciosa huerta.

D. Nicolás Álvarez, maestro de ceremonias de la catedral, me hizo ver en la tarde, en su casa, una piedra imán del tamaño de una manzana común, que sostenía doce libras españolas de hierro. Me mostró, además, una costilla de gigante, tan gruesa como un brazo humano, y de diez palmos de largo. Hay allí tradición que esos gigantes habitaban en los montes de Tlaxcala. En la Puebla llueve también después del medio día, como en México; y ese día se llevó la avenida del río algunas casas y animales, y, lo que es peor, cuatro hombres y dos mujeres.

El miércoles, día 16, me invitó a su boda D. Francisco Tagle. Hubo un magnífico banquete; mas el baile no fue animado, porque en las Indias no hay costumbre de que las mujeres bailen con los hombres.

El jueves, día 17, fui a ver a D. Cristóbal de Guadalajara, sacerdote muy instruido, el cual me mostró muchas curiosidades, especialmente de matemáticas. De retorno entré a la iglesia del convento de San Jerónimo, que es de religiosas, y vi en ella siete altares muy bien adornados.

El viernes, día 18, se dijo en el seminario, en presencia del obispo, con motivo de la apertura de las cátedras una hermosa oración latina. Fui a ver el convento de Santo Domingo, que verdaderamente es una bien grande fábrica. La iglesia es de bóveda y tiene doce capillas ricamente doradas, en especial la del Rosario. La iglesia de San Agustín, de los religiosos de este santo, es también de bóvedas, muy grande, y de mejor y más suntuosa fábrica.

La iglesia parroquial de San José, en la que entré el sábado, día 19, es de tres naves cubiertas de bóvedas, y tiene doce altares. En el lado derecho se estaba fabricando la capilla de Jesús Nazareno, con cúpula sobre cuatro grandes arcos de piedra. El convento de San Juan de Dios, de religiosos hospitalarios, que es pobre, tiene un gran claustro cuadrado, con buenas columnas. En su iglesia hay once altares. La de Santa Mónica, que es de religiosas, es digne de ser vista por el oro de que están sus cubiertos sus seis altares. No son inferiores los nueve de la de Santa Catarina, que igualmente es de monjas. La de la Santísima Trinidad también es hermosa; hay en ella seis altares, y el convento de las religiosas tiene una hermosa portada. El colegio de San Luis, de los padres dominicos, situado fuera de la ciudad, no es muy grande, y la iglesia no tiene más que cuatro altares.  Habitan en aquel, por causa del estudio, veinte religiosos, sujetos al provincial de México.

El domingo, día 20, fui a la ciudad de Cholula, que dista una legua de la Puebla. Parece más bien una selva, porque todas las casas están en medio de jardines. La alcaldía es muy productiva, pues habitan en ella muchos comerciantes ricos. Hay en el centro de la ciudad una antigua pirámide de tierra, sobre la cual se ve actualmente una ermita.

Habiendo vuelto a mi hospedaje, fui en la tarde a ver la iglesia de San Cristóbal, llamada también la Purísima. Tanto su bóveda como sus diecinueve altares están ricamente dorados. No es menos bella la iglesia de Santa Clara, en la que hay seis altares hermosísimos. El convento es sobremanera rico, pues tiene guardados en sus arcas quinientos mil pesos solamente de las dotes que las religiosas han llevado. La iglesia de San Francisco es bien grande; tiene veinticuatro capillas convenientemente adornadas, no menos que la bóveda. Antes de entrar en la iglesia se ve la capilla de la Tercera Orden, que tiene nueve altares bien dorados. Moran en el convento ciento cincuenta religiosas. No es tan grande el de los reformados, en el cual  habitan no más de veinticinco frailes, y también es pequeña la iglesia, que tiene cinco altares.

El colegio de San Pablo, de los padres dominicos, es pequeño igualmente; moran en él veinte religiosos, y la iglesia no tiene sino cuatro altares. Al salir yo de ésta, vi que el volcán de México arrojaba muchas llamas. El convento de la Merced es bastante amplio para los cincuenta religiosos que en él habitan, y la iglesia, que es hermosa, tiene doce altares y diez capillas bien doradas.

La de los religiosos betlemitas hace quince años que está en obra, lo mismo que el convento. El colegio de San Ildefonso, que es de los padres jesuitas, y está reciamente fabricado, es bastante grande y habitan en él cincuenta religiosos. La iglesia tiene siete altares bien dorados. A ella está contigua la parroquial de San Marcos que tiene doce altares.

Hay además de éstas, la de Santa Inés, con siete altares; la de la Concepción con ocho; la de la Santa Veracruz, que es parroquial de clérigos, con catorce; y la de San Roque, de los religiosos de San Hipólito, que es pequeña, con cuatro solamente.

De tanto número de conventos, tan bien dispuestos y ricos, podrá inferir el lector la grandeza, magnificencia y riqueza de la ciudad. Habiendo ido a despedirme del señor obispo, me hizo éste un regalo valioso en cincuenta pesos. Fui después a cumplir el mismo deber con D. Francisco Meca y Falces, a cuya casa concurría yo todas las tardes con el fin de pasar el tiempo agradablemente pues era aquel un caballero de mucho mérito.



Giovanni Francesco Gemelli Careri (1651–1725), aventurero italiano, escribió en 1669 su reconocido libro Giro del Mondo

 

Nota de Ignacio Ibarra Mazari

Gemelli Carreri, Juan Francisco. Viaje a la Nueva España. Traducido por José María Agreda y Sánchez. México. Sociedad de Bibliófilos Mexicanos, 1927. Libro Tercero. Capítulo I. 2Viaje a la Puebla de los Ángeles. Se describen las cosas notables de esa Ciudad.” pp. 157-164.

Juan Francisco Gemeli Carreri, nació en Redicena en 1651, una pequeña aldea agrícola del municipio de Terranova. Estudió en Nápoles con los jesuitas y obtiene el grado de doctor en Derecho. Debido a un espíritu de viajar y conocer nuevas cosas, se convierte en mercenario, además de que a este estado lo orillan las circunstancias.

El primer libro de Gamelli se titula Viaggi per Europa y es publicado en 1693. El día 19 de enero de 1697 llega al puerto de Acapulco en el galeón San José, que había partido del puerto de Cavite el 29 de junio de 1696. Parece ser que en México es muy bien acogido, pues se ha mencionado que fue amigo de don Carlos de Sigüenza y Góngora quien le regaló dos mapas, uno de la peregrinación de los mexicanos hasta Tenochtitlán, y otro del siglo mexicano, que publicó en el tomo 6 de su obra.

Regresó a Europa en un galeón de la flota española, que llegó a Cádiz el 4 de junio de 1698. Había salido de México el 14 de Dic. de 1697.

Las obras que escribió aparecen por primera vez entre 1699-1700 el Giro del mondo; la versión definitiva de Viaggi per Europa en 1701; La campagna d’ Ungheria, segundo volumen de Viaggi apareció por primera vez en 1704, y se publicó también como parte de la obra total de Gemelli en el volumen número ocho de La Aggiunta ai viaggi d’ Europa, que se editó en 1711 y que fue incluida en el volumen nueve de sus obras completas. El Viaje a la Nueva España que es el libro VI del Giro del Mondo, apareció traducida al español por primera vez en 1927, traducido por José María Agreda. Gamelli pudo ver publicada su obra, y vio con satisfacción que se reconociera su trabajo.

En Puebla estuvo del 12 al 20 de octubre de 1697.

1 La primera fundación se realizó el 16 de abril de 1531 y tiene que ser abandonada a causa de las fuertes lluvias, así se traslada a un sitio más alto, para 1532 ya está definitivamente en el lugar que ocupa hoy.

Pintura que muestra un costado de la Catedral, donde se aprecia el antiguo Sagrario.

 

Transcripción por Ramírez Rojo Daniel Alejandro/Taller de Periodismo Narrativo

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