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Lunes 26 de febrero

Adiós Italia, adiós desdichado pero maravilloso país del arte. Por muchos años fuiste el albergue de mis sueños, de mis luchas y sobre todo de mis sufrimientos. Hijo tuyo de adopción, luché por un mundo mejor, más noble, más sano, siguiendo la idea de un grande hijo tuyo, hoy proscrito y maldecido por escribas y fariseos de todas las lenguas y razas. Pero, día vendrá. ¿Más, qué vale lamentarse? Estoy pisando las láminas, y pronto será la tierra, del vencedor... He permanecido en la popa de la nave, en medio de un vendabal rabioso, cubierto con un impermeable que me prestó un marinero, hasta que vi desaparecer las últimas luces de los faros de las cosas de Liguria, que un tiempo orgullosa señalaran la ruta a la soberbias naves guerreras y mercantiles que a ellas se aproximaban...

Hoy dieron, en esta noche tormentosa, el adiós al hijo del inmigrante, que un día llegará a ellas henchido de ilusiones y que hoy zarpa colmado de amarguras... Adiós Italia. Cuando la última lucecilla palpitaba en la oscuridad (ojalá fuera la del faro de la Virgen del Portofino, que tanta ventura diera a los navegantes) abarqué con mi pensamiento los días de lucha y de gloria entre sus montes y los días de paz y bienestar en sus playas, ríos, llanuras y lagos. Y ví las ruinas sangrientas de sus cien ciudades y las huestes hambrientas y rebeldes saqueando sus campos, un tiempo ubertosos. Adiós Italia, adiós tierra del arte... El mundo olvida tus genios, tus navegantes, tus santos y ahora solo recuerda tus errores, que fueron tales, porque tu pueblo cayó víctima de la pobreza frente a la omnipotencia de aquellos que materialmente todo lo poseen... Pero debo estar poniendo una cara muy trágica y afl igida puesto que el negrito que funge de mesero en este comedor, único sitio de la nave que posee una mesa, se ha puesto a mirarme muy compungido... Así es que largo a la melancolía y entre un sendero y otro de esta infame barcaza, trazaré mis recuerdos de este día.

Salí del hotel acompañado por un boy del mismo, cargando una de mis maletas. Me acompañó hasta la centinela americana de la aduana, desde donde cargando en la espalda una maleta y en la mano la otra, comencé a caminar hacia el lugar donde, me dijo el sargento americano, debía yo encontrar el personal de aduana y la nave “John B. Gordon”.

Caminé a través de montañas de escombros hasta una caseta de madera, donde un grupo de civiles y de militares se atareaban y discutían alrededor de dos maletas repletas, una de pitillos y la otra de chácharas, fruto de las fatigas de los artesanos italianos. Mercado negro del tabaco. Pregunté a uno del grupo y me dijo que efectivamente se trataba de aduaneros y de marineros que tenían que despachar a cinco pasajeros civiles que embarcaban en el barco americano “J.B.G.”. Al oír que yo era uno de éstos, todos abandonaron sus discusiones y uno de ellos me dijo: “Mire joven, es inútil que abra sus maletas, puesto que de esta tierra solo puede llevarse hambre y maldiciones o escombros y estas cosas no figuran en la lista de objetos sujetos a revisión... ¿me comprende?”. Mostrado éste pude seguir mi triste camino hacia la nave, donde llegué jadeante; me subí por una escalera marina y con una cuerda providencial efectué la complicada maniobra de subir mi equipaje.

A bordo, unos diez estibadores atendían a la grúa, que vomitaba toneladas de escombro en las bodegas de la nave. Tenía razón el aduanero. Solo escombro pueden llevarse de Italia...

En el castillo de mando no había alma. Siguiendo a través de las crujías el eco de un canto que alcanzaba mi oído llegué hasta la cocina, donde un joven italiano, bastante mal vestido, lavaba una torre de platos. Cerca de él, un negro dormitaba en una silla con un cigarro apagado en los labios. Hablé con el improvisado lavaplatos: la tragedia de un ex–soldado de una nación vencida. Sin trabajo. Hacía tres días que se hallaba a bordo haciendo las tareas de los varios negritos de cocina. Era necesario comer. Mientras me explicaba esto, con una resignación fría, delicadamente quitó de los labios del cocinero de ébano el cigarrillo, encendiéndolo y fumándoselo ávidamente. Después prosiguió su tarea. Salí a cubierta en el preciso momento en el cual dos chicas salían de un camarote, rumorosamente saludadas por unas voces norteamericanas. “Nosotros volver dentro de mes y medio. Ustedes saberlo y venir. Bye, darlings” Pasando ante mí las chicas bajaron los ojos. Parecían de buen vestir y mejores modales. ¡Ah, es la guerra perdida..!

 

A las doce del día acabaron los estibadores. El lavaplatos me invitó a comer. La oficialidad, ausente. Llegaron a las tres los otros cuatro pasajeros. Dos hombres y dos mujeres. A las seis de la tarde, finalmente, apareció el Capitán no muy en sus cabales, el piloto del puerto y el segundo de bordo. En pos de ellos, dos policías militares americanos condujeron esposado a un marinero. Llegó el remolcador a las siete, con la noche encima, se inició la maniobra de salida de un puerto minado y lleno de naves hundidas. Al pasar cerca del magnífico “Conte Biancamano” semihundido, sentí un dolor terrible. Me asignaron un camarote con camastros militares junto con uno de los otros dos pasajeros: se trata del Marqués de Montebello. ¿Qué diantres va a hacer a los Estados Unidos un primo del Rey de Italia? Ya lo sabré... y a las nueve, en medio del bailoteo infernal de este barco, que sigue bailando siempre más, se perdió la última luz. Me pregunto ¿por qué le pondrían a este barco “Liberty Ship”? A mí me parece más indicado llamrala “Boogie–woogie ship”... ¿volveré un día a Italia? Hace quince días una gitana en Milán me vaticinó que sí volveré... Adiós, tierra del arte...

Miércoles 27 de febrero

Hace 48 horas que no duermo. El mar es lo más malo que me ha tocado ver en mi vida y, a cuanto parece, también en la vida de muchos de los 37 tripulantes de esta nave. Los otros cuatro pasajeros no salen de sus camarotes. He andado por la cubierta con un marinero maltés, con el cual he enlazado amistad, pues conoce perfectamente donde se encuentran los víveres. Ya me chocó la jalea y las galletas saladas. Y pensar, que en Italia, hacía cinco años que no veía la jalea. Tenemos los salvavidas puestos, por orden del capitán Wolfsberg, un danés con cara de pescador de ballenas. El Marqués de Montebello, primo del rey, vuelve el estómago plebeyamente y ronca ídem. “Vanitas vanitatem”...

Comienza a gustarme el viaje, pues esta chusma de 37 hombres de veinte países en este barquillo de fondo plano y con el timón fuera de combate, puede volverse emocionante o, por lo menos, divertido... Hoy caminamos 56 millas en el Golfo del León...

Viernes 1 de marzo

En la noche entre el miércoles y el jueves el capitán invirtió la ruta metiendo la proa hacia

Marsella, maniobrando con el timón directo, pues el automático está averiado. Pero viendo que el viento amainaba, volvió sobre sus pasos tomando ruta hacia las Baleares. El maltés me ha puesto al tanto del personal de bordo: la oficialidad comprende, además del Capitán Wolfsberg, danés, un segundo capitán, que grita más que el primero y me da sospechas que sea del G–Men Militar” con funciones de vigilancia, además de ser “american 100%”; tres oficiales de ruta que se turnan en las tareas y en la bebida con tres suboficiales radiotelegrafistas y tres oficiales de máquinas. Nacionalidades de estos sujetos: tres suecos, dos noruegos, un danés, dos holandeses y un chileno, que es radiotelegrafista. En cuanto a la marinería, quitando a los tres negros de cocina de los cuales uno es cubano, otro haitiano y el tercero americano y agregando a estos el cocinero ( que es filipino y cuando no está mareado hace muy buenos hot cakes) son en total 22 hombres destinados a las varias misiones del servicio de la nave. Pertenecen a todas y cada una de las naciones y nacioncillas europeas, pero TODOS afirman ser americanos... Ya me cercioraré de lo que piensan. El cubano, que subió maniatado en Génova, está en la sentina encerrado, pues mató de certera puñalada a un marinero fi landés, riñendo con él en una fonducha.

El difunto también era del personal de la nave y estando ésta bajo el contro del “War

Shipping Adm.”, lo llevan preso a New York para procesarlo militarmente. También ya sé más sobre mis cuatro compañeros de viaje. Además del marqués de marras, viaja la Condesa Guerrini Maraldi, que ha superado bastante victoriosamente los cuarenta y “pico”, aunque lleve pantalones y le dé al pincel tan bien como Rafael; es americana de nacimiento y está casada con el conde Maraldi, actual representante de Italia ante el bandolero Tito. La otra mujer, guapa por cierto y coqueta a pesar de estar mareadísima, figura en la lista como Mrs. Gibson. Se casó hace diez días con un capitán americano, que le dobla la edad, el cual, debido a sus ocupaciones militares, viaja en otro transporte con sus “juanes”. La chica es de Brescia y la ví llorar en Génova cuando el barco salía. Completa la lista el “doctor” Gino Comba, obispo nada menos que de la iglesia de Calvino y va a los EE.UU. a solicitar, de las sectas protestantes calvinistas, fondos para reconstruir las iglesias destruidas pertenecientes a dicha congregación. Es afabilísimo, sufre terriblemente el mareo y pasea su rechoncha humanidad por la cubierta, observándose el rostro periódicamente en un espejito que tiene en el bolsillo superior de su saco... No cabe duda que la ociosidad me vuelve curioso; pero es que estas cuarenta personas me pueden indicar lo que piensa el mundo, este mundo tan enredado de la post guerra...

Sábado 2 de marzo 

Ocho días hace que dejé Milán... Pero, en fi n, “Alea, jacta est”, la suerte está hecha, y un sol radiante y un mar, como un billar de liso, me obligan a contemplar esta naturaleza tan bella y olvidar mis miserias. Pasamos, como entre once y cuarto de la tarde, a lo largo de Ibiza. Había tanta serenidad y tanta paz en el paisaje, sobre el cual se destacaba el famoso santuario–faro de la “Luz del Mundo”, que materialmente, después de tantos años de estar continuamente en contacro con tantas miserias, me he olvidado de todo... y de todos. Es este maravilloso y radiante sol mediterráneo el que conmueve a cualquiera.

Tal parece que ha acontecido hasta con el lobo marinero del capitán de la nave, el cual, ha soltado al cubano pues le he encontrado discutiendo animadamente, en español, con un fogonero portugués. ¡Qué gente más aventurera hay en esta carcacha...! Casi me siento en familia... ¿O no es un aventurero aquel que todo lo deja por una ilusión? ¡Bah! ¡Qué más da! Este sol mediterráneo hace relucir hasta mi cinismo, de por sí tan opaco...

Domingo 3 de marzo

El mar tranquilísimo y el sol resplandeciente. Viajamos con rumbo a Gibraltar, costeando la parte meridional de España. ¡España! O sea el último vestigio de la obra de Mussolini, como hombre político, que aún resiste a la borrachera democrática que atraviesa el mundo. Por fi n, aunque el barco siga bailando a pesar del mar tranquilo, el Obispo calvinista Comba, el Marqués de Montebello y las dos damas, dejaron por la paz el mareo. Hablé largamente con el obispo, que más parece un mercader, por su aspecto, que un hombre de iglesia. Trataba de convencerme que Calvino tuvo razón al iniciar su campaña contra la Iglesia de Roma. No pudo conmigo, pero debo admitir que es un gran hombre y un cristiano, en el sentido de que comprende la idea de Cristo, aparte de sus vicios sectarios y doctrinarios. Tiene la locuela fácil y tendrá éxito en su misión. Me mostró la fotografía de sus dos hijas, pidiéndome que asista yo a su primera conferencia en Nueva York. Naturalmente, le dije que sí. Quiso después saber algo de mí, pero con agilidad me salí por la tangente. ¿Es realmente un obispo? Volvía a ver al fogonero portugués hablar sospechosamente con el cubano galeote y me intrigué a tal grado que logré conversar con el cubano. Se llama Pancho Gudiño y es un rabioso partidario de Grau San Martín. Se enroló en la marina de los EE.UU. a raíz de su huida de Cuba por haber matado “defendiendo su honor”. Eso dijo. No queriendo la cosa, supe que es un comunista “activista de la Unión Internacional de Marineros”, que es una organización subterránea de “Comitern” y que el portugués de finas facciones y educados modales, aunque fogonero, es un exiliado de su patria, por cuestiones políticas y representa, a bordo del barco, la susodicha Unión de Marineros, ¡Hum! El cubano de Marras es, a mi modo de ver, el tipo clásico del delincuente lombrosiano hereditario. Gran novedad a bordo: por fi n barrieron el barco y desaparecieron de los corredores los frascos de Chianti, rotos, y las botellas de licor, vacías. Ya me estaba yo acostumbrando a su aire de cantina internacional barata de bajos fondos, cuando lo barrieron. Lo único que no pueden barrer es a los tipos que hay a bordo. No cabe duda de que esta nave tiene algo de cosa hecha por docena. Hoy le dió por viajar inclinada a babor dos horas. Dicen que entraremos a

Gibraltar a reparar el timón. Estas no son naves que se reparen. Tienen el fondo plano como una caja de jabón, debido a que, cuando las construían, no se servían de diques, sino simplemente descansaban al fondo plano sobre unos gigantescos rodillos y después le soldaban los costados y demás quemaduras. Adiós estabilidad, por consiguiente... Ahora comprendo porqué el papá de Emilia Parodi no compraría una de estas naves ni por una lira... Mañana llegaremos a Gibraltar, bombardeando la cual, murió Tito Visconti en octubre de 1941... Ya me chocó la jalea y más aún me chocaron las galletas saladas...

Lunes 4 de marzo

Hoy sin duda ha sido el día más divertido, para mí, a bordo. Anoche después de hacer mis anotaciones en el diario, salí a la cubierta a observar las luces de la costa española, de esa nación que tuvo en noviembre de 1942 en sus manos la suerte del conflicto atroz que tanto ha destrozado. ¡Ah, si Franco hubiese saltado sobre Gibraltar mientras la flota de Eisenhower desembarcaba en Marruecos, estas banderas que veo ondear en las naves que circundan la nuestra, pues estamos desde hace dos horas en la bahía de Gibraltar, tendrían otros colores! Pero, en fi n, estamos solo en el intermedio entre el segundo y tercer acto. Al fi nal del tercero y última acto ¿qué pabellón ondeará..? Hoy me dolió el oído más de lo deseado y a las seis de la mañana paseaba yo en la cubierta de popa esperando el sol. Noté que faltaba una de las balsas de motor situadas en la extrema popa del barco y la cosa me sorprendió poco pues dado el carácter distraído del personal de este traste de cocina con hélice y chimenea, si las calderas se caen al mar nadie se daría cuenta cabal de lo ocurrido. Pero cuando vi salir del castillo de popa donde duermen los fogoneros al segundo capitán, de apellido Currott, con una cara poco recomendable y tras él al portugués y a un yugoeslavo de rostro truhanesco comprendí que algo excepcional había acontecido.

Pasando cerca de mí Jorge Vargas Cordeiro, el portugués, me dijo en español: ¿Sabe, amigo que Panchito se ha marchado esta noche a saludar a Franco? y prosiguiendo su camino volvió el rostro y me hizo una mueca elocuentísima. Resuelto a saber la verdad de lo acontecido, por la tarde fuí al departamento de calderas mientras el portugués descontaba sus horas de guardia. Calor a reventar pero ambiente bueno para confidencias y Jorge Vargas habló más de la cuenta. Supe que es de buena cuna, estudiante de leyes y filosofía repudió su clase seducido por las utopías de Marx, Lassalle, etc... Es un comunista peligroso pues cree firmemente lo que dice. Lo seguí en sus ideas y me dijo que Panchito había destripado al finlandés a margen de una discusión política y que siendo miembro activo del partido y de la Unión Internacional de Marineros, él, Jorge, y el finlandés habían decidido ayudar a Pancho a esquivar las preguntas de un fiscal americano pues así lo estimaban conveniente para todos.  Dijo que Currott lo había interrogado y quería enjuiciarlo por la fuga de Gudiño pero que no tenía pruebas... A mi objeción de que me parecía que el cubano caía del sartén a las brasas pues la policía española le haría pasar un mal rato sonrió con desprecio y altivez diciéndome que ya Panchito tenía una buena dirección para un amigo de Cartagena y que además el chileno rediotelegrafi sta, también del partido se había encargado por la mañana de transmitir lo más tarde posible el radiograma que el Capitán Wolfsberg había enviado a las autoriades españolas de la costa advirtiendo del probable desembarque del cubano en esas playas... y que estando el Capitán preocupado porque en la bodega de proa entraba el agua a través de una amplia grieta que se había producido durante la tempestad en el Golfo del León, grieta que pretendía reparar en Gibraltar no se daría cuenta del retraso en la transmisión del radiograma a los franquistas... Mientras más animada estaba nuestra charla acertó a pasar por el lugar el delgado y misterioso Currott el cual en buen francés me preguntó si me gustaban las máquinas, si entendía yo de máquinas y por fi n si antes de embarcarme conocía yo a Jorge Vargas pues me veía frecuentemente charlar con él. Comprendí la intención y contesté que nunca había yo visto máquinas más perfectas que las de esta nave, que entendiendo de máquinas admiraba yo la potencia de los ingenieros navales americanos, que esa nave pertenecía a una clase de artefactos mediante los cuales había sido posible a Uncle Sam de aplastar al Eje y, por fi n una verdad, que nunca antes de embarcarme había visto al portugués y que si charlaba yo con él era porque hablaba español y me interesaban sus explicaciones acerca del mecanismo maravilloso que tenía ante mis ojos.

A mi modo de ver, Captain Currott creyó que yo admiraba las máquinas pero que también conocía, desde antes de embarcarme, al portugués jefe de la célula comunista a bordo del “John B. Gordon”... Allá él... Llegamos a Gibraltar a las seis de la tarde. Muchas naves de guerra. La Roca famosa en cuyas faldas se estrelló el trimotor de Tito Visconti tiene aire cansado y anacrónico tal cual los ofi ciales ingleses que subieron a bordo: la vieja Albión también perdió la guerra... Se ve enfrente el faro de Cauta. Pobre Mar Mediterráneo cuna de toda la civilización. Vodka y whisky dominan tus costas.

Laredo, Texas, marzo de 1946. México a un paso. Todavía la custodia del FBI.

María de los Ángeles Guzmán Ramos. 1939.