• Sergio Mastretta
  • 16 Mayo 2013
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Sergio Mastretta

Los volcanes      

Tochimilco y los cantos en el atrio del convento. Los cuetes y la transformación de la caravana: del territorio mixteco, amestizado, al territorio nahuatl, igualmente mestizo, pero mucho más expresivo en sus modos indígenas. Tochimilco es una buena entrada a los pueblos del volcán. No hay manera de que pierdas el sendero de los corredores, y menos en esta temporada de muertos: sólo sigues la huella del cempasúchil en el empedrado, o el canto agudo de las mujeres contra los paredones del convento, o el retrueno de la cohetería, o el repentino silencio de la multitud en el atrio. Tiempo antiguo, cristalizado en interrogantes sobre la historia detenida. A media tarde las campanas repican y se descomponen contra el llanto de niños prendidos por el rebozo a la espalda recia de sus madres. Imagino cualquier día de los últimos cuatrocientos cincuenta años en este convento construido a partir de 1560 por ánimo de la corona española y el franciscano fray Diego de Olarte. La Guadalupana no será aún el motivo de la procesión, pero la organización colonial ya dará para que a lo largo de las siguientes décadas los arquitectos armen con el trabajo de los indios un templo con una nave con testero plano y góticas bóvedas de nervadura, con la torre que pelea contra los pinos el señorío del paisaje, y la fachada omnipresente que se viene encima y se sostiene como nueva pirámide que engulle los padecimientos de un pueblo por siempre sometido. Es uno de los catorce templos que han atado el espíritu del volcán a la religión católica, o por lo menos a la manera que los indios reconvirtieron la religiosidad antigua a los santos y sus imágenes. Por una de ellas, Santa María de la Asunción, truenan los cohetes el 15 de agosto, y de todos los pueblos vecinos suben y bajan a la fiesta los campesinos todavía existentes.

Pero ahora manda el canto guadalupano, y como miles de procesiones más en la historia de Tochimilco, el canto femenino precede a una liturgia acomodada al entendimiento de los españoles y mestizos que han encauzado el padecimiento colectivo de los indios a la religión de la culpa personal, y el embozo del sufrimiento personal en un pecado antiguo, pero propio y original, maldad genética que redimirá la bondad divina en el fin de los tiempos.

La voz del cura, quien sea, explica la resistencia monumental de las instituciones, y también su impostura:

“En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Que la gracia y la paz de parte de Dios Padre esté con ustedes. Que la luz de espíritu santo conceda las gracias. Todos sean bienvenidos a la casa del señor y a esta comunidad de la gran señora de la Asunción en Tochimilco. Vamos a disponernos en esta tarde a hacer oración por nuestros hermanos, familiares y amigos que trabajan en Estados Unidos, para que María como madre, siempre cuide de ellos, para que María como madre interceda por ellos, para que María como madre siempre pueda tener ese amor que se necesita para los mexicanos que viven más allá de las fronteras.”

“Reconozcámonos pecadores delante de Dios”, sigue el sacerdote, y supongo que cada quien piensa en los suyos, y que ha pecado mucho de palabra, obra y omisión. Cómo, quién, traduce este lenguaje, quién confirma el pecado en náhuatl, quién lanza el anatema en mixteco. Por mi culpa, por mi gran culpa, por mi grande culpa repiten solemnes los nuevos y arcaicos sacerdotes desde hace quinientos años, pero no ruegan en totonaco a Santa María siempre Virgen, ni en otomí Dios todo poderoso tiene misericordia de todos nosotros, ni en popoloca perdona nuestros pecados y nos lleva a la vida eterna, amen.

“Señor ten piedad de nosotros”, canta el coro en el templo franciscano. Por un instante, la liturgia no impide el vínculo directo con ese personaje ininteligible que llamamos Dios. Al final, cada quien termina por construir el propio, más allá de los intercesores. Piedad de nosotros, escucho, y me veo a mí mismo, periodista en búsqueda del lenguaje y la práctica intercesora que construya ciudadanos que no busquen más dioses. Es una pena, me digo, pero caigo irremediablemente en el casillero de los inenarrables ministros de culto, funcionarios de las divinidades eternas, mágicas o digitales, bordadores de palabras vertidas en púlpitos y casullas laminadas en pedrería y electrónica. Ahí estoy, sometido por mí mismo en la ruta de la virgen, con el inaudito sueño de un ciudadano libre.

Ahora el cura lo intenta, con el lenguaje de la obediencia milenarista, y pide a la virgen por los migrantes, que siempre esté pendiente de ellos, que María madre interceda por ellos, que tenga siempre por ellos ese amor como lo tiene para todos los mexicanos aquí en México, y que lo tenga para los mexicanos en el extranjero.

Ni hablar, el coro responde, “aleluya, aleluya”.

Coyotes

24 de octubre del 2004, la carrera viene de Tochimilco en una mañana de sol pleno. La gente espera a la entrada del pueblo. Que ya viene la antorcha es un rumor que no se mide en minutos ni en impaciencia, el día está para eso, así que no hay problema. Estamos en Nealtican, población del territorio de Cholula. Su identidad reciente: los mariachis, El Pedregal, el Juvenil Oro de México, El Colonial y varios más. Sus sobrevivencias: el bloc, como el que elaboran aquí mismo, en los terrenos que dan a la carretera a San Nicolás de los Ranchos, y la piedra volcánica con la que se arma toda la construcción en el valle de Puebla; la arrancan de un malpaís enorme que dejó una de las erupciones apocalípticas del Popocatépetl; también el campo, más el maíz, y donde pueden verduras y frutales. En la memoria reciente, los pozos de agua perforados por el gobierno de Manuel Bartlett para la ciudad de Puebla, aceptados por la población bajo la conformidad de la liberación de los pobladores detenidos tras una manifestación de protesta reprimida a macanazos y gases lacrimógenos en el Paseo Bravo. Corría 1993, y Bartlett gobernaba al tambor batiente de las expropiaciones de tierra campesina en las cholulas, la especulación inmobiliaria, la obra pública para las compañías de los compadres y la noble frase de “la grandeza de Puebla”.

Pero sobre cualquier memoria y actividad, el norte. A grado tal que Nealtican ha desarrollado uno de los sistemas polleros más eficientes de la región. Con sus penas de por medio.

--También nos dedicamos a la producción de cacahuatillo –dice Andrés Ramírez, uno de los hombres que se afana en comité de recepción de la antorcha, encamisetado por la Asociación Tepeyac, como ha ocurrido a lo largo de todo el recorrido, desde los pueblos de Morelos y Guerrero.

Con todo y el pedregal de Nealtican, una inmensa sombra de roca que abarca un territorio cercano a la mitad del que ocupa la capital poblana, sus hombres están en el norte. La explotan desde los tiempos antiguos, pero los hombres y las mujeres se van al norte. Como Andrés Ramírez, que ha estado tres veces en Estados Unidos.

--Así es, tres veces.

--¿La última?

--Tengo dos meses acá.

--¿Por qué regresaste?

--Por la familia. Tengo mis niños, tengo mi esposa. Tengo un niño de ocho años, una niña de cuatro, por eso regresé.

Andrés trabajaba en sistemas de irrigación y jardinería para residencias de la región de New Jersey. Vivía en Russell, en ese estado, en un departamento, con dos de sus hermanos en el vecindario, y un tercero en Queens, en la ciudad de Nueva York. Andrés hilvana poco a poco su experiencia de trabajador bracero y, sobre todo, de vecino de los polleros de Nealtican, un pueblo que ha resuelto por sí mismo el complicado problema del paso por la frontera.

--Es sencillo, porque hay varias personas que nos ayudan. Nosotros decimos ayudar, a lo mejor es ilegal hacer esos viajes, pero no. La gente de Nealtican ya no trabaja en Nealtican. Sí usted ve las bloqueras y todo eso, las piedras y las canteras, no es gente de Nealtican, es gente de Puebla para allá. No sé como se llame. De Tlaxcala. Toda esa gente, esas casitas por decirle, que ve aquí, es de gente que no son de acá y viene a trabajar todo. Ya nadie trabaja acá, todos se van a allá. Entonces por medio de las personas que hay acá, que hay en San Buenaventura, se comunica uno con ellos y se va uno. Y en porción de 15 días uno está allá. Sí es que está bien o sí tiene suerte, en una semana está allá.

Por ejemplo, el último viaje, sencillo, como dice Andrés, con el secuestro de la mercancía de por medio.

-- ¡Híjole, estuvo duro! –recuerda y sonríe.

Y cuenta el viaje: el trazo a Sonora en autobús, hasta Agua Prieta; el cruce el mismo día que llegaron, sólo que secuestrados por otro pollero. Apenas bajaron del carro. Todos, los diecisiete, porque los llevan en grupo. Y adonde va el guía se van todos. Una operación sencilla, como dice el propio Andrés: una conversación casual con alguno de los braceros, a dónde vas, qué vas a hacer, cuéntame, yo voy a tal lado, ¿y tú? Ah, pos yo voy a Los Ángeles, ¿y quién te lleva? Te van sopeando, y ellos llegando ya saben, gente de tal persona. Así que caen todos, hasta el guía que va de Nealtican.

--¿El también cayó? –pregunta ingenua.

--Sí, porque él es el que supuestamente lleva todos los datos de quién es el que nos va a recibir y todo. Y pues, todos, todos caen. Y ya de ahí pues, te llevan, como no conoces a las personas de allá, a quien te lleva, tú vas con el guía que te tocó acá. Entonces ahí ya te llevan a un apartamento. Ya pides hablar con la persona que tú vas, pero no más no te la dan, no te la dan, no te la dan, y cuando te enteras, ¡pum!, estás secuestrado. Y ya…

Así de fácil, cuando todo va bien, ya estás secuestrado. Mera ciudad de Agua Prieta, famosa por el golpe de estado que desde ahí hicieron sonar Plutarco Elías y el general Obregón, en la primavera de 1921, que terminará con el asesinato de Venustiano Carranza en mayo de ese año, en las soledades húmedas de Tlaxcalaltongo, en la sierra de Puebla. Qué poco importa ya la historia, qué poco cuenta ya la revolución mexicana, con sus ajusticiamientos y planes patrióticos, con sus sueños nacionales y sus miserias. Agua Prieta, Sonora, desierto puro, tránsito de braceros al paraíso de los rancheros fanáticos de Arizona. Lo que sea, pero sobre todo territorio de las mafias elementales de los polleros y sus reyertas.

--Así que de este lado cayeron…

--Sí –prosigue Andrés--, pero desde ahí, ya desde ahí, los que supuestamente nos cobraron ya cobraron en dólares. De a 300 por cabeza, 300 por persona. Ellos ya cobran 300 porque yo te lleve diez a donde está tu… tu guarida, o que sería, donde se juntan ellos y ya…

-- ¡Uhm!

--Son diez, son tres mil tres mil pesos, aquí están. Pagan ellos y ya te quedas ahí. Y ellos te pasan, lo que quieren ellos es su dinero otra vez. La ventaja de acá, los que te llevan de acá es que tú pagas allá. Allá tus familiares, aquí está mi hermano, aquí está mi dinero.

--A ver, normalmente, si no hubiera ocurrido el secuestro, ¿tú pagas al pollero, le pagas en Estados Unidos?

--En Estados Unidos. Hasta donde me entrega a mis familiares, ellos pagan. Como la última vez, que pagué mil 700 dólares, más los tres o cuatro mil pesos que se gastan en el camión de aquí a la frontera.

De aquí a la frontera, luego el desierto. Pero terminemos con el secuestro. Así que Andrés iba a pagar en New Jersey. Primero pasaron como si nada por el desierto. Y llegaron a Phoenix. Porque los pasaron a todos. Y les piden el teléfono de un familiar…

--Sabes qué, no tengo, yo no tengo. ¡No quieres dar el teléfono! Te agarran a chingadazos y tienes que soltarlo.

--¿A chingadazos?

Entendieron que estaban secuestrados.

--Sí. Nos dijeron, nos dijeron, nos dijeron. Porque para irnos tuvimos que pedirle, le digo: déjame hablar con tal persona y habla y dice: no, ese canijo la cagó, dice ya los secuestraron. Pues vamos a ver cómo le hacemos, los vamos a tratar de recuperar. Entre ellos, entre ellos hacen tratos…

--Entre pollero y pollero… O sea, le robaron la carga al pollero.

--Ándale. Le robaron y otra vez quería recuperar con lo mínimo de dinero para no perder tanto supuestamente, porque no pierden. Y le digo: pero ya, después no… Por eso tarde como diez días secuestrado… Llegando nos pidieron el teléfono. Yo no tengo teléfono. ¿No tienes? No, no tengo. ¿Qué no tienes? No, pues vas a ver que sí tienes y ¡sopas! Y ven que le dan a uno y todos azotan ya. No pues yo sí tengo mi teléfono, aquí está y ya le hablan a tus familiares. Sabes ¿qué?, tengo a tu familiar, mándame tanto, es tanto de dinero. Mil 600, mil 700, mil 800, mil pesos no más ahí. No que son mil 800, te lo mando a dónde. Y ellos quieren el dinero… si reciben el cheque, van, compran, vámonos. Ya te mandan ellos. Ahora, la única desventaja que tienes tú cuando te secuestran es que si caes en el aeropuerto o algo, te regresan y ya no tienes garantía quién te lleve. Y si con los mismos de acá, si te agarran, te vuelven a pasar ellos sin nada, sin ningún quinto más.

Esa es la operación normal. Es sencilla, llegan con la gente que el pollero tiene. Están ahí. Los reciben en la terminal, se van a un hotel. En la primera noche, a caminar. Que sí la ruta es corta, una noche. Que si no, caminan una noche, todo el día se descansa y otra vez, otra noche a darle hasta lo que le llaman los cargaderos. Ahí pasa el carro, y pa’rriba. Es un decir lo del carro, puede ser una camioneta, o un cochecito de cuatro cilindros. Y meten diez o doce, todos ensardinados, dice Andrés, hasta Phoenix, cuatro horas. Y el que va del lado del escape pobre porque se cocina. Porque van adentro, en la cajuela desde Douglas, ya en Arizona, en la cajuela seis, siete, de cebollita, encogidos, estibaditos. Uno y uno. Pies con cabeza, pies con cabeza, así se van. Y una lona encima y nada más. El viaje, el ruido, el sudor, la respiración, una, dos, tres, y son seis, siete. Aguantar, pensar. Mejor no pensar. Y que no los agarren. Entonces pensar en el tiempo: cuanto se aguanta, en qué se viaja desde Nealtican, el viaje a Puebla, a la central, o si se va en avión, digamos que sí, en avión, si saliste de aquí, cuando te va bien, bien, bien y te vas en avión sales de aquí, en la tarde estás allá y sí esa misma noche salen, al otro día ya pasaste, estás en Phoenix. En día y medio estás en Phoenix. Que ahí te mandan en avión, en tres días estás en New Jersey cuando es así, rápido.

Volvamos al secuestro.

--En el secuestro pasó otra cosa –dice Andrés--, que la mitad pagó y la mitad no. La mitad supuestamente se iba a arreglar con el coyote. Pues nos tuvieron a chingadazos ahí hasta que pagaron. Pero nos fuimos recortando uno por uno, uno por uno. Y ya cuando nos recuperó la gente del chavo que nos tenía que llevar, ahí nos tuvo dos días en su casa. Y fuimos… yo mismo fui a comprar los boletos, fui a comprar los boletos para irnos a Nueva Jersey. Y nos fuimos.

--¿Y no le echaron bronca al pollero?

--¿Qué bronca le vamos a echar?

--Pues por no estar ahí en la terminal cuando ustedes llegaron…

--¿Qué le dices?, todos andan con su pistolota.

--¿También los de aquí de Nealtican?

--¡También¡ Bueno, por aquí no, pero allá sí todos andan. Y fuimos a cobrar lo del dinero que me enviaron para comprar los boletos, y otro señor estaba cobrando dinero, y no mas están haciendo así, y le digo: qué, ¿qué pasó? Y dice: no, pues, este… le habla y dice: oyes, nos íbamos a chingar a la señora que… qué estás haciendo ahí. Es puro ratero ahí en Phoenix, todo.

Algún sentimiento queda, después de eso.

--Está duro. Ya la verdad pues esta última vez ya ni me dan ganas. Ya, la verdad no me dieron ganas de regresar, así ya no… se siente feo. Quieras o no el susto, piensas muchas cosas.

Por ejemplo, en las mafias. Dice Andrés:

--A pesar de que íbamos secuestrados, todavía hablamos por teléfono nosotros. Y nos dijeron: miren, váyanse con él, no hay problema, váyanse, ahí en Phoenix los recuperamos.

Eso les dijo su propio pollero. Y más: que no traten de escapar, nada. Ahí vayan con ellos y en Phoenix ya arreglamos nosotros, y en Phoenix los recuperamos. Y pensamos que sí, pero no, la mitad se fue y la mitad tuvimos que esperarnos más tiempo. Y lo que discutían eran por 50 dólares. 50 dólares por persona y estaban discute y discute; que cómo te voy a pagar eso, yo no te voy a pagar eso. Hasta que hablamos con el que nos llevaba y le dijimos: ya no estés fregando, digo, dales sus cincuenta, te damos de a cien allá, pero ya sácanos de aquí. Es que era una tensión que no más oías el de la voz, el que entraba, el que era el mero mero coyote y ¡ya vino ese canijo!, y todos se escondían o se hacían el dormido. ¡A ver tú!, no pues ya voy a recibir mis madrazos, porque ese era el que madreaba, uno que ni es mexicano, es centroamericano, están en New Jersey, al menos él dijo que su familia está en New Jersey, pero, quien sabe. Y ni pensar en poner una queja, una denuncia, es que es duro. Bueno, las represalias son duras. Es que allá están bien agarrados ellos, ¡eh!, ¿y a mi familia? Es duro, es duro meter denuncias. Sí, porque son conocidos en el pueblo, todavía nos conocemos la mayoría. La mayoría todavía nos conocemos y yo no puedo por decir, a lo mejor hasta es un familiar mío, un amigo mío, o un primo, qué sé yo. ¿Y voy a ir a denunciarlo? Está muy canijo, ¿no? Entonces qué, no, no, no… Ahora, le digo que aquí casi no han pasado casos de que extravíen o eso, no, no, no. No sucede eso con los de acá. Y por eso, aunque aumentan de precio no hay problema, yo me voy. ¿Cuánto, cuánto cobran hoy?, no, pues ya subió, ¿cuándo te vas?, el lunes, apúntame, y así. Y el dinero, mil 800 dólares, casi veinte mil pesos, de dónde lo saca la gente, pues con un amigo, yo me voy a ir, mi amigo me hace el paro allá, le hablas por teléfono, si, te hago el paro, y la gente de allá ayuda, sí, allá pagan, allá, en lo que empiezo a trabajar, y luego voy liquidando ahí. Y así sucede. Tú ya te fuiste, pero ya me vine yo. Ahora junto para traer a mi hermano. Y ya, se hace la cadena. ¿Cuántos estamos de aquí? Yo le tiro más de 5 mil o más, si es que no más, por cada casa están tres o cuatro, tres hermanos míos allá, y un cuñado que tiene cuatro, cinco hermanos allá.

Una cadena, dice Andrés, bien armada desde Nealtican. Polleros conocidos, de acá, a lo seguro porque ellos cobran hasta allá. Y si alguien se les pierde, ellos tienen que regresar, son del municipio, entonces nadie puede perderse, que vienen aquí y la familia los lincha. Quieras o no, la familia pregunta, ¿y mi hijo?, ¿y mi nieto?, o lo que sea. Así que el pollero puede ser tu hermano, o tu primo, o el hijo de tu compadre, o tu compañero de escuela. Cayó la PGR apenas, pero a quién encuentra, que si yo tenía el pelo largo como que me rasuro, que si yo era, me cambio. A veces la gente dice, no pues es un delito, ¿pero qué delito? El razonamiento es simple: gracias a él mi familia está mejor. Yo no tenía esto, pero me fui allá y ya tengo casa. Yo no tenía esto, pero me fui allá y… Así que son amigos, son amigos, son amigos. Póngale, hay coyotes que hasta le dicen, sabes qué, no tengo dinero, pero me quiero ir, ¿de veras te quieres ir? Si, vamos, yo te lo cubro y tú me pagas después. Ellos ponen su dinero. Y le consiguen casa ahí con conocidos de ellos, y mientras entra a trabajar, ellos le pagan. Y el chavo agradecido le paga. ¿Cómo no van a ser su amigo?, le echó la mano, ¡dime porqué no va a ser su amigo! Al contrario, lo atienden, le visitan, ¡ah!, ¿cómo estás?, ¿qué onda?, lo que quieras, ¿cuándo te vas de nuevo?, ¿no?

Amistad, confianza, seguridad. Nadie nace pollero. Todos los coyotes, en su día, fueron ilegales, igual cruzaron la frontera, igual trabajaron indocumentados, igual sufrieron el riesgo del desierto, la persecución de la migra, igual un día, de tanto ir y venir, se hicieron amigos de los coyotes de allá. Y ahí, en una plática, tal vez con una cerveza, alguien dice, ¡aviéntate tú!, tráeme no mas la gente a la frontera. Y no falta el arrojado, te la traigo, ¿cuánto me pagas?, ¡tanto!, órale. Y pasa el tiempo, y ahí está el riesgo, y la tentación, no, pues, si me está pagando tanto y yo puedo hacer lo mismo, yo consigo otros acá y me los pasan, y yo los llevó hasta allá y gano el doble, el triple, pues mejor hago eso. Y si se lo propongo al jefe, ¿sabes qué, le quiero entrar a la organización? Y la respuesta, okey, pon 10 mil dólares y eres coyote. Y no hay bronca, tú gente va a trabajar, pero das tu cuota. Y primero uno, y luego otro, y ya está, ya tienen sus coyotes los de Nealtican. Pudo ser cualquiera, un antiguo cantero, o un mariachi, o uno que apenas acabó la secundaria siguió a uno de sus tíos al norte. Ahora es pollero, y lo respetan, y ya juega en territorio propio en la frontera.

Al final, en qué terminó la historia del secuestro, porque como toda historia, puede terminar con una pregunta absurda: si entre coyotes se chingaron, si otro coyote los chingó, los secuestró, ¿no se pueden quejar con los jefes de arriba?

--Si –confirma Andrés--, yo platiqué con el que me fui. Dice mira, el que te secuestró, dice, le decían un tal jarocho, dice: está muerto. Por eso no es conveniente que hagan sus cosas ahí, porque se los truenan. Dice: el que nos hizo eso está muerto.

 

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