• Sergio Mastretta
  • 04 Abril 2013
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Depresión

La noche mágica en la carretera Zacapala-Matamoros. Hemos dejado atrás la depresión del Atoyac, pero tenemos que imaginar la sombra de la laguna de Petatlán, hermosa en su cerco tropical hacia el territorio de la caña de azúcar. Los corredores apostados ven venir la antorcha deslumbrados y ya corren con ella en el sentido inmediato de sus vidas: cumplir, soñar, esperar, y de nuevo, correr. Subidas y bajadas, como en cualquier camino. Es el sur campesino. A final de cuentas la pregunta de si todavía es el México profundo. Es un hecho que es el México de las depresiones. Ahí va corriendo el Atoyac. Lo imagino en la noche. Viene de Puebla, desde las montañas del Ixtacihuatl, y forma parte de la enorme cuenca del Balsas. Territorio agreste, verde reseco, mármol escurrido en rajas en la montaña herida. Cactus sonámbulos, como en Coatzingo, flotantes en la penumbra, como si levitara el alma de la tierra. Pregunta esquiva en las sombras, ¿qué tanto ha cambiado México?, ¿lo revela esta tierra? A lo mejor este viaje intenta responder ese interrogante. Yo no lo sé. Venimos de Zacapala, un pueblo que vivió su guerra civil. Como muchos otros, como decenas de pueblos en el estado de Puebla en los últimos 30 años. Y el hambre. Y la desbandada. Sin duda, a sus pobladores les ha cambiado la vida el norte. Ya no sé si hablar del sur campesino y más bien del norte campesino. Del norte de Estados Unidos campesino que le transforma la vida poco a poco a éstas comunidades. Y al mismo tiempo sigue ocurriendo lo mismo. En Zacapala hay de alguna manera un cacicazgo en manos de un norteño. De un hombre que salió como muchos de ellos, con más que sueños, pero sin nada. Sin nada en las manos. La ilusión del norte. Y ahora, es de alguna forma acusado por una buena parte del pueblo de un nuevo cacicazgo. Son las sombras antiguas. ¿Qué tanto ha cambiado el México profundo? El territorio está aquí y es milenario. También el alma, el pensamiento y la ilusión. Y tal vez ahí el ánimo por la guadalupana. Porque ahí está el México profundo.

Al final, en la noche, sólo queda el ruido de camiones y autos solitarios en la oscuridad de la carretera.

 


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