• Sergio Mastretta
  • 04 Abril 2013
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El sur profundo

Zacapala, en el arranque de la depresión del Balsas, guarda una historia que enlaza al viejo sur con el ánimo nacional. 10 de marzo de 1911, los mexicanos han soltado al tigre: la rebelión de los pueblos cunde por todo Morelos con la conciencia de la tierra y la libertad en las carabinas alzadas contra el régimen porfiriano y las haciendas. Emiliano Zapata, hijo de Gabriel Zapata y Josefina Salazar, nacido en 1879 en Anenecuilco, del otro lado del río, en los campos yermos, fuera del verdor de los cañaverales regados con esas aguas por los españoles propietarios de la hacienda de El Hospital, y educado para entender, como decía su padre, “que para comer en casa hay que sudar en el surco y en el cerro, pero no en las tierras de las haciendas”, se va a la guerra para marcar la historia trágica de una nación. Punto de quiebre: Chema Zapata, hermano de Emiliano, acusado de asesinato por los hacendados, huye de Morelos al estallido de la revolución y se refugia en Zacapala, tierra de matones a orillas del río Atoyac, en el olvido mixteco, 50 kilómetros al sur de la ciudad de Puebla. Salvo la memoria que de él guardan sus nietos, poco se sabe de quien fuera uno de los nueve hermanos que tuvo Emiliano. De Eufemio, que le acompañó en la insurrección campesina, sabemos más, por ejemplo que fue quien calificó de “tierno” para ser el caudillo de la revolución a Madero, justo en 1912, cuando los porfiristas conspiraban contra el prócer y mandaron al general Huerta a Morelos a exterminar a los zapatistas. Eufemio firmó el Plan de Ayala en las montañas poblanas. Pero de Chema, nada, no llegan tan lejos las biografías de Zapata. Sólo la memoria de Zacapala, de que un día llegó a ese vallecito, regado por el río en medio de la aridez de la mixteca baja, para fundar descendencia.

Cualquier día de 1983. En Houston, Texas, Eulogio Huesca Zapata, sobrino nieto del general Zapata, recibe a un grupo más de paisanos de Zacapala que han cruzado la frontera en Texas para trabajar en la limpieza de tiendas y escuelas en esa ciudad petrolera. Eulogio salió veinte años antes, arrojado por la pobreza de la tierra que repartió la revolución que no ganó su tío abuelo, pero en dos décadas ha logrado levantar un negocio indispensable en el trasiego de los ilegales mexicanos a los Estados Unidos: presta los dólares para el viaje; les da cobijo a los mojados mientras arreglan acomodo en un trabajo; después, cobra disciplinadamente quincena tras quincena su capital y sus intereses. Poco a poco, y desde lejos, se convierte en el nuevo cacique de su pueblo. Punto de quiebre: dos catástrofes se ciernen sobre los campesinos de la región de Zacapala: La sequía de 1982 arrecia en los campos del sur de Puebla, el hambre y la muerte azota las familias, en un hecho histórico que no forma parte de los anales de la historia de Puebla. Y llega a su término el régimen del presidente de la república José López Portillo, por lo que los matones contratados por el jefe de su Estado Mayor, el general Godínez, nativo de Zacapala, y contratados por él para servir a la república, regresan al pueblo. Es una historia larga la del pistolerismo en el sur de Puebla, se remonta por lo menos al XIX, con la banda de los Platones azolando al régimen de don Porfirio. Pero en 1982 los matones encuentran un pueblo en guerra, con los bandos partidos y en refriega, todos escudados con charolas de soldados y judiciales. Es una guerra absurda, pero los campesinos mueren. Matanzas y hambre. El éxodo. Don Eulogio Huesca Zapata, allá en Houston, prospera.

 


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