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Por: Sergio Mastretta

Estrellas fugaces en La Preciosita

La Preciosita y el bosque. Los trabajadores por contrato en Carolina del Norte y Virginia. Las fotografías de los hijos de Raúl en las plantas de maricos, el video de uno de ellos en la fábrica de adornos navideños. Sus peregrinaciones en bicicleta a la Villa. La construcción de sus casas cuarto por cuarto, temporada tras temporada como trabajadores bajo contrato en la costa este americana.

La Preciosita Sangre de Cristo es un pueblo enclavado en la falda extrema del volcán Iztacíhuatl, en la frontera con Tlaxcala, en el municipio poblano de Santa Rita Tlahuapan. Fundado en el siglo XVIII por un hombre que juró erigir una ermita si salvaba la vida en medio de una borrasca que lo atrapó en el río que todavía hoy, menos bronco, baja de la montaña hacia la cuenca del Atoyac. Es un pueblo de montañeses que se han ido al norte, igual ilegales que bajo contrato para empresas empacadoras en Virginia.

Raúl es un hombre de 45 años que se mueve ligero por la vereda que nos lleva a El Mirador, el punto más alto en la reserva ecológica de La Preciosita, en la falda extrema norte de la volcana Iztacíhuatl. Sus ojos hábiles descubren las huellas ínfimas que dejan los venados machos para demarcar su territorio: el tamaño de la pezuña, la fuerza del orín que olerán las hembras, los tallos rasgados de los cedros, la densidad de las volutas de excremento, todo pasa por su conversación rumbo a la cúspide que nos abrirá la vista y los sueños al valle de Puebla, dominado desde este proyecto campesino con una pregunta sencilla: ¿qué futuro tienen estos pueblos mexicanos amarrados a la tierra, sometidos a la pobreza agropecuaria, alertados a la migración norteña, instalados en sus tradiciones como veladoras en las ermitas, habilitados por la fuerza de sus palabras vivas como las flores amarillas de Santa María, desvencijados en sus sombreros de trabajo como sus muros de adobe y sus tecorrales de antaño, serenos como el viento breve de un amanecer de verano en el monte?

Paulina mi hija mira a Raúl desde sus once años y lo interroga con la inquietud de la ciencia social de su quinto año de primaria; indaga sobre los rasgos de una comunidad rural: “Disculpe --le dice frente a la cabaña albergue en el centro del bosque, ya por la noche, justo la del sábado hacia el domingo en la que las estrellas fugaces alumbrarán el firmamento dorado por el rumbo de Las Leónidas--, ¿aquí siembran maíz y frijol?”. Y sus preocupaciones irán después hacia el ganado y el comportamiento de los burros que bajan del cerro envueltos con la gracia cristalina del pascle. Pero más le admira la figura del guardabosque, al que por primera vez en su vida encuentra personificado en nuestro guía hacia El Mirador.

--Sí –le responde cálido Raúl, y pocas veces he encontrado en mi vida mayor seguridad en una respuesta campesina--, yo soy el guardabosque.

--¡Guau! –grita, y sus ojos brillan intensos y fugaces como la lluvia de estrellas que bañará en la madrugada miles de rostros soñadores, ajenos al frío entero de noviembre.

Presidente por los últimos dos años de la Sociedad de Producción Rural que sostiene este proyecto en un territorio de 416 hectáreas de bosque cercado por una alambrada especial para venados, Raúl ha dejado el norte por un tiempo. Hoy hace de todo para atender a los visitantes de la reserva de La Preciosita: es guía y conversador de asuntos varios, desde costumbres de apareos en venados hasta la calidad de la flor del madroño en el sabor de unos huevos capeados; maneja con justicia el hacha en la madera y enciende en segundos una fogata; es discreto para servir un pipián florido en una mesa limpia. Campesino, guardabosque y prestador de servicios ecoturísticos, cumple con oficio la responsabilidad que le dio la comunidad, actividad por la que no obtiene salario alguno. Con pasaporte y visa para trabajar en los campos de tabaco en Virginia, Raúl ha hecho el viaje obligado de tantos hombres del campo poblano a Estados Unidos; un hijo suyo está ahora mismo en algún puerto de la costa este como obrero de una empacadora de camarón. Si no ocurre otra cosa, Raúl estará en la primavera bajo el mando de un capataz nacido en Morelos que les cuenta las raciones de galleta y los diez minutos de descanso en las jornadas largas de la granja norteamericana que lo contrata. Mientras, cavila sobre las posibilidades de la reserva ecológica que los de la Preciosita desarrollan desde 1993.

“Tenemos problemas –me dice en un recoveco de la conversación sobre linces y cabras de cuatro cuernos abatidas por la eficiencia de los felinos--, los socios desconfiamos unos de los otros. Apenas despunta alguno ya lo quitamos pa poner a otro y vuelta a empezar”.

La historia no es larga pero tiene los enredos y dificultades de quien busca un sendero en la maraña del bosque: A principios de los noventa, antes de que el gobierno federal pusiera término al control que la Papelera San Rafael tenía sobre el manto forestal del Izta-Popo, los ejidatarios de La Preciosita discutían sobre el futuro de un predio colectivo mal cargado ya de pino y encino; en contacto con una organización ecologista de la capital del estado, Puebla Verde, y con el objetivo de preservar de la tala su monte, decidieron embarcarse en un proyecto de reserva ecológica para la recuperación del venado cola blanca, nativo en extinción en la zona. En convenio con la Universidad de Texas y el gobierno norteamericano, y con el respaldo del gobierno federal –con Luis Donaldo Colosio como titular de la SEDUE--, que obligó en la práctica a la participación del gobierno estatal, entonces con Manuel Bartlett de gobernador, los campesinos iniciaron uno de los proyectos de recuperación forestal más importantes del centro de México. La ecuación, entonces, fue de suma: Puebla Verde logró la donación de los animales, a cargo de los texanos; los gobiernos mexicanos pusieron la cerca, el transporte y un capital de trabajo que alcanzó también para la construcción de dos casas de hospedaje en medio del bosque, con energía solar de por medio y equipo de intercomunicación para los nuevos guardabosques; propietarios de la tierra, los campesinos serían los dueños también de todos los recursos involucrados en el proyecto. Los venados llegaron en 1993, casi a jalones por las dificultades de captura y transportación, pero sobre todo por las burocracias a lo largo de los caminos y en ambos lados de la frontera. Recuerdo la noche de arribo del primer embarque: uno tras otros, agotados y temblorosos, deslumbrados por los ánimos filmadores que no faltaron para el registro, los machos a empellones, las hembras más tímidas, más finas, los cola blanca se perdieron en la espesura negra del monte.

Lo que siguió se resume en dos dinámicas: la sobrevivencia del bosque y la precariedad de la organización campesina. Ambas requieren de una descripción detallada que las analice y explique, porque en el fondo de la realidad del bosque recuperado y el grupo sobreviviente está buena parte de la imaginación social para rescatar entornos vitales en las serranías templadas del centro de México y sus pueblos campesinos.

Esa es la historia que guarda Raúl, un hombre ligero en el monte, y que lleva de cuando en cuando hasta El Mirador sus sueños de guardabosque.

 

Entreacto 1: Martín

Una calle cualquiera en Atlixco, al sur de la ciudad. Estacionado, un microbús destartalado impide la vista de una casa de tres pisos, donde vivió Martín Luna hasta los diecinueve años de edad. Un pequeño patio, dos perros que se atropellan a ladridos, plantas bajo resguardo femenino. Una sala con fotografías de familia: la madre de Martín, un matrimonio desecho, una figura paterna inexistente.

Mamá, la casa.

“Sí, aquí vivía yo antes, antes de irme, en esta casa. Yo me acuerdo, desde como los tres años nos pasamos a esta casa. Recuerdos… Aquí jugaba yo todo. Yo arreglaba el jardín, el patio cuando había mucha yerba la teníamos que cortar. Todos los perros que hemos tenidos. Los pollos que mi mamá ha tenido. A veces me peleaba yo con sus pollos, con sus guajolotes. Nos peleamos. Con mis hermanos también jugaba yo mucho acá. Mis amigos de la calle. Muchos recuerdos tiene esta casa para mí. Mamá nos enseño todo, sí, a zurcir, a coser. Ahí nos enseño mi mamá. Mi mamá nos enseño a coser… que a planchar, que a lavar, y un poco a cocinar. Es lo que nos ha enseñado mucho. Parejo a todos los hermanos. Sí, todos. Desde el más grande hasta el más chico hemos aprendido todo eso.”

Mamá.

“Se llama Petra. Tenía cinco años que no había venido a México a visitarla. Y ahorita tengo la fortuna de haber venido aquí con la antorcha y vengo a visitar a mi mamá. Aunque sea un ratito, pero estoy aquí con ella. Y espero que después siga yo viniendo más seguido por acá.”

Hijo

“Pues pensando en él nada más. ¿Que cómo estará? ¿Si tendrá o no trabajo? Aquí pensando y pues pidiéndole a Dios y a la santísima Virgen pues que lo proteja y lo acompañe siempre y nunca le falte trabajo. Aunque sea poquito, pero que tenga, aunque sea para irla pasando.”

Los hijos

“Sí, están en el norte. Tengo a mi hijo Delfino, a mi hijo Fernando, a mi hijo Gilberto; están allá. Es una tristeza para uno. Todo el tiempo uno quisiera que los hijos estuvieran con uno, pero es imposible. Una vez que crecen, cada quien agarra su rumbo a donde más les conviene para que vayan a trabajar o lo que sea. Y pues ni modo que uno los detenga. Chiquitos los tiene uno, pero ya grandes, es imposible.”

Eran siete.

“Sí, eran siete. Era un poco pesado, pero uno como madre… pues el amor de madre hace que uno trabaje, hace que uno les de lo poquito que uno puede tener. Y pedirle a Dios que salgan adelante. Una se tiene que hacer fuerte para que ellos también salgan adelante.”

El precio

“¡Ehhh! Si, si. ¡Ahhhmmm¡ Sí me ha servido mucho eso de irme para allá porque he aprendido muchas cosas que yo aquí no, nunca… no podía yo aprender acá. He aprendido muchas cosas allá. A trabajar, a sobrevivir solo sin ayuda de nadie. He aprendido a sobrevivir. Y pues… sí me ha ayudado bastante, pero a la vez me ha molestado mucho. Me ha quitado todo lo que he tenido aquí. Tenía yo un buen trabajo acá. MI familia… he perdido bastante, pero también me ha ayudado mucho.”

Estados Unidos

“Me fui no porque necesitara dinero. Yo tenía un buen trabajo acá… ganaba yo bien. Me fui más que nada por la ilusión de conocer allá. ¿Qué es allá? ¿Qué era Estados Unidos? Porque muchas personas llegaban aquí bien cambiadas, bien arregladas y contando cosas maravillosas de allá. Que cuando uno llega allá se… ve uno todo y no es eso. Es otra realidad que es muy diferente. Entonces yo por eso me fui, para ver que era Estados Unidos. Para probar que era allá. Pero en realidad yo no necesitaba irme. Algunas personas, amigos de aquí de la misma colonia que venían, y venían con sus carros americanos, bien vestidos y contando cosas que ellos tal vez ni pasaban, pero con tal de venir a presumir acá, decían esas cosas. Y mis hermanos, en cambio, me decían al revés, que no, que no me fuera porque era diferente a lo que me platicaban. Entonces yo a veces pensaba que no, que a veces me estaban mintiendo mis hermanos con tal de que yo no fuera para allá. Entonces por eso yo decidí irme, para cuál de las dos eran las verdades. Y pues salió cierto que las verdades eran las de mis hermanos. Que ellos me comentaban todo… que no era vivir allá como rey, como muchos platicaban acá. Es más mejor vivir acá que allá en Estados Unidos. Es mucho mejor.”

México.

“Estoy en eso de que regresarme. Ahorita yo tengo eso de la carrera. Si por mí fuera yo me quedo en este mismo instante. ¡Ya no sigo la carrera!, pero tengo un compromiso muy grande y está a cargo de mí la carrera completa. Entonces yo no puedo abandonar la carrera así nada más. Estamos pensando de… llegar allá, hablar y que me den trabajo aquí y regresarme hacia acá, para vivir acá porque se necesita… Ahora me estoy dando cuenta en realidad la belleza que es México, todo el país de México y que tenemos muchas valiosas que disfrutar. Y sí estamos allá nos las disfrutamos. Sin en cambio, nos disfrutan allá a nosotros, nos exprimen y cuando nosotros regresemos aquí vamos a estar muy viejos ya. Ya no vamos a disfrutar lo bello que es el país de México.”

Pérdida

“Fue muy triste porque mi mamá no me dejaba ir. Me rogaba bastante. Mis hermanos igual, no me dejaban ir. Una ocasión lograron que no me fuera porque me dejaron y… yo ya la segunda vez definitivamente ya me agarré y me fui. Mi mamá igual no me dejaba ir, pero al final de cuentas yo me salí, y pues ya. Lo único que hizo ella fue darme la bendición y me fui. Y dejé todo aquí, todo lo que yo tenía ya planeado, hecho. La casa, ahora que yo llegué, me doy cuenta que está yéndose hacía abajo porque no hay nadie que haga las cosas de aquí. Todos mis hermanos están allá. Están mis hermanas pero ellas no pueden hacer lo que tal vez un hombre puede hacer. Y me doy cuenta que en verdad yo hago falta aquí. No es necesario que esté yo allá. Ni que les mande yo dinero, ni nada, simplemente con que yo estoy aquí, yo se que sería muy importante estar aquí, arreglando las cosas, arreglando muchos problemas. El carro de mi mamá se vino abajo porque nadie podía llevarlo al mecánico, nadie podía manejarlo. Nadie quiso echarse ese cargo, ese compromiso. Sin en cambio, yo lo hacía yo; que se descomponía, que vamos al mecánico, que necesitaba que remacharlo, lo remachaba, que necesitaba cambiar los sillones, los cambiábamos… Entonces, eso fue muy triste cuando yo me fui. Dejé todo por ir a ver algo que me desilusionó a la vez. Y ahora que regreso me doy cuenta en realidad que si hago falta aquí, que fue un error muy grande haberme ido.”

La hija

“En sí, todavía no nacía mi hija cuando me fui. Después me siguió la mamá de mi hija hasta Nueva York y hasta ahorita. No, ya estamos separados. Ella vive allá con su otra familia y yo estoy muy aparte. Mi hija… pues ella se quedó aquí en México. Está con su abuelita, con la mamá de mi ex mujer. Ella está allá sola y pues… yo la apoyo en lo de las escuela… que comida, que vestirse. En eso… es un apoyo que nunca he dejado de apoyarla. Tiene como aproximadamente dos semanas y media, tres semanas que vine aquí y la vi. La fui a ver a la casa donde vive, a la escuela la fui a traer y bueno… hasta ahí la vi. Una gran alegría porque yo no la conocía más que en foto o por teléfono. Nunca la vi así en persona y yo cuando la vi, pues la abracé con mucho cariño y pues es mi hija, la quiero mucho y a pesar de que no está conmigo siento que me hace falta ella. Y fue una emoción bien fuerte para mí porque deseaba con tantas ansias, desde mucho tiempo atrás, en verla, en abrazarla, jugar con ella, tal vez. Y pues es lo que hice esa vez, jugar con ella, abrazarla y pues aunque sea… sé que es por un momento, que me tengo que regresar, pero espero el día que me tenga que regresar para estar en tiempo completo con ella.”

La abuela

“Pues sí estaría bien, porque es su hija y qué bueno que él la reconoce, porque así debe de ser. Y pues, sí él se viene aquí para ver a su hija, pues está muy bien. Sí él decide que se va y ya no regresa, ni modo, también.”

Tranquilidad

“No hay como que una familia esté siempre unida. Es muy bonito, pero una familia que está desunida, pues es triste. Es triste, pero hay veces que no se puede, po’s ni modos. Mucho sentimiento al ver que todos se fueron. Pero yo luego les digo… con que me hablen y el saber que están bien para mi es mucha tranquilidad. Que estén bien mis hijos, no importa aunque estén lejos. Que estén bien. Ya luego me hablan por teléfono, los oigo, es mucha tranquilidad para mí. Hay otras personas que reciben a sus hijos en una situación más triste pues digo yo… estando mis hijos allá y que estén bien, pues para mi es mucho. Bastante, mucho gusto que me da.”

Trabajo

“Si, algunas veces que mis hijos… pos’ tienen o lo que sea y ya me mandan lo que ellos pueden. Y cuando no pueden, pues aunque ellos quisieran. Y eso depende también de su trabajo. Sí el trabajo lo tienen y no les falta, pos’ si, a mi tampoco me faltaría. Pero si a ellos les llega a faltar el trabajo, pues no… a mi también me faltaría también.”

Meta

“Tal vez ver a mi hija. ¡Eh¡ otra meta es ir a entregar la antorcha aquí a Atlixco, que es lo que más deseaba yo que alguien trajera la antorcha aquí a Atlixco. Y que, pues a parte me siento orgulloso porque yo soy de aquí y que esa antorcha venga hacia acá y que la gente se entere que alguien está trabajando para eso, y que viene a la cabeza de todo ese grupo. Y que tengan a alguien con quien confiar y… les va a seguir trayendo esa antorcha hacia acá. Esas son mis metas, y terminar, terminar esta antorcha.”

Éxito

“Ese éxito lo voy a ver cuando yo llegue allá y la gente se de cuenta que uno puede hacer muchas cosas. Estando en esta carrera puede hacer uno bastante cosas. ¡Eh¡, cuando los… supongamos los diputados y el presidente se de cuenta que uno está luchando por eso, por nuestros derechos que nosotros buscamos, que nos den licencias, que nos den este… la tarjeta verde o un permiso para estar un buen tiempo allá para después ser legalizados. Hasta ahí yo sería yo… ya correspondido.”

12 de diciembre

“Espero que sea más, lo doble de los años pasados porque este 12 de diciembre es domingo, y todos… mucha gente no trabaja y van a llegar; no… hemos tenido el récord de mil personas. Yo pienso que van a llegar más y me imagino entrando con mi grupo, con la antorcha y que las personas nos feliciten, nos agradezcan que nosotros llevamos un mensaje en todo el camino, en todo México, en todo Estados Unidos. Que nos lo agradezcan y con ese seríamos más que pagados. Que nos agradezcan así de frente. Gracias por seguir esta trayectoria y llevando el mensaje que siempre tenemos en mente.”

Ensueño

          Mediodía en Atlixco. Sol irredimible. La Antorcha llega retrasadísima al templo de Guadalupe. Martín Luna es el corredor que llega con ella. Short azul, camiseta de Tepeyac. Rostro serio. El que sigue es el audio textual de la grabación.

Aplausos.

(Voz de una mujer): De una vez, de una vez.

(Voz de otra mujer): Déjame agarrarla tantito, ¿no?

(Martín): Sí, seguro, agárrala tantito.

Aplausos.

(Martín): Se vaya a quemar, con cuidado. Ya, ya… otro más.

(Voz de una mujer): Ya

(Martín): Si no, de todos modos ahorita se va poner en la iglesia ahí.

(Grito de un hombre): ¡Una porra! ¡Otra porra fuerte! ¡Una, dos, tres: … la virgen, la virgen, ra, ra, ra!

Aplausos.

(Martín): ¿Tonantzin?

Más gritos y porras.

(Martín): Tonantzin, Tonantzin, ra, ra, ra.

Nuevos gritos y porras.

(Martín): Ahorita que estemos allá adentro…

(Voz de una mujer): Sí…

(Martín): … aquí se pueden quemar. Ahorita a dentro te va a dar tiempo.

Más aplausos. También porras para Martín.

(Martín): gracias, gracias…

(Voz de otra mujer): Que Dios lo bendiga.

(Mar): gracias, se lo agradezco.

Más porras y aplausos.

(Martín): ¡E¡, dejen pasar, ey!, dejen pasar a la virgen primero.

(Grito de otro hombre): ¡No han abierto! ¡No han abierto!

(Martín): A ver, ahorita la llevamos así hacía adentro.

(Voz de mujer): Gracias…

(Martín): ¡Va…! Primero la virgen, pasen la virgen… eso. Ahora, vamos.

(Martín): Vénganse por acá… por acá.

Más aplausos y porras. Martín sonríe.

(Martín): ¿Quién? ¿Quién faltó? ¿Quién de ustedes faltó para entregarla? ¿Cualquiera de ustedes? A ver, ¿quién de ustedes van a entregar? cualquiera de ustedes venga. Cualquiera de ustedes, ven, ven, ven… Agarra y ahorita se la entregas al padre, sí, y el padre tiene que prender una veladora para sostenerla por ahí, si. Párate aquí en medio…

Realidad

Es media tarde. El sol sigue con su aporreo. Patio de la casa de la abuelita de Jacqueline, la hija de Martín Luna. En una escalera que va a la azotea se acomodan padre e hija. La niña lleva un vestidito blanco, como si fuera a ofrecer flores en el mes de mayo a la virgen; muy seria, no sonríe en ningún momento de la escena. La abuela permanece de pie, a un lado. Melchor, el director de la película, lleva la conversación.

(Melchor): Haz de cuenta que no nos conocemos, digo, nos conocemos un poquito.

Martín sonríe

(Melchor): Quiero que me platiques, ¿quién eres, cabrón?

(Martín): Ok. Bueno. Mi nombre es Martín Luna… ¡eh¡, ella es mi hija Jacqueline Luna Nieves. ¡Eh!, ella es mi chiquita que tiene cinco años que no la veo. Yo… no la conocía yo, solamente por fotografías y por teléfono. Yo me fui a Estados Unidos cuando tenía ella… le faltaban dos meses para nacer. ¡Eh! y hasta ahora la vengo a ver. Está una niña… está bien grandota, tiene cinco años y pues aunque la conozco apenas, la he querido siempre, desde que ella nació ha sido mi adoración, y estoy muy feliz ahorita al lado de ella, que me quiera y que yo la quiera. Aunque es muy seriecita, pero aún así ella es mi adoración. Así es.

(Melchor): Platícame, en éste ir contando quien eres, ¿dónde vives?

(Martín): Bueno, yo vivo aquí en Atlixco, Puebla, aquí en la colonia San José… ¡eh!, ahí es donde yo vivo. Mi hija vive aquí en la colonia Valle Sur, igual en Atlixco, y pues aquí estoy con ella.

(Martín): Pero vives en Nueva York, ¿no?

(Martín): Ahora estoy residiendo en Nueva York. ¡eh!… tengo lo que tiene ella, cinco años allá en Nueva York viviendo. Es lo que tengo allá ahorita en los Estados Unidos.

(Melchor): Bien, ¿qué te gusta?, ¿qué sueñas?, ¿qué te da miedo?

(Martín): Empezamos con el miedo. Me da miedo quedarme allá. ¡Eh!, miedo a la vez de que pierda yo, no sé, el cariño de mi hija. Y son cinco años que yo no la he visto… ¡eh! Y siento feo porque… yo la siento muy alejada de mí. Sí fuera yo… otra cosa que yo estuviera yo aquí con ella sería otra cosa más diferente. Sería más cariñosa conmigo, anduviéramos jugando, pero no es el caso. Es el miedo que yo tengo. Seguir viviendo en Estados Unidos y perder el cariño de ella que es lo más importante para mí. Y… por el otro, mi anhelo, mi sueño es venirme para acá, vivir ya a México definitivamente. Estoy tratando de que me den el trabajo aquí en México para venirme directamente a trabajar acá y estar más tiempo con mi pequeña. Y disfrutarla que ahorita está pequeñita y no esperar a que, no sé, tenga 15 o 20 años. Sería un tiempo desperdiciado.

(Melchor): ¿Sí te la pudieras llevar, te la llevarías?

(Mar): Sí. Si me la pudiera llevar, claro que sí, haría yo lo más…

La mujer, la abuela, que ha escuchado en silencio, por fin interrumpe:

(Abuela): Mientras yo… mientras que también yo quiera dejársela a él, porque su mamá, pues francamente me la dejó ella, ella. Me la dejó ella porque se fue primero y ya después él… la mandó a traer, ora Martín, a su mamá de mi Yaqui. Pero no sé que problema tuvieron allá, que precisamente hubo una discusión, que él andaba medio chueco, sí… con otra mujer, ¿eh? Y claro que francamente, a mi me la entregaron, a mi me la dejó mi hija, y yo se la tengo que entregar a ella. Ora, sus problemas de ellos… le digo, hablen bien ustedes. Sí se van a juntar bien, y si no, pos’ ustedes tiene que hablar, ¡eh!, tienen que hablar, para que así le digo, ni una, ni… él, ella… la niña no pierda papá, ni la niña tiene porqué perder su mamá. Tiene que confrontar los dos… ¡uhm!, los dos, pa’ que ésta niña sepa que tiene sus padres. Yo, desde que me la dejó ha estado creciendo. Nunca le he dicho, pues, que no es tu papá. Siempre le enseño en su fotografía, mira hija, este es tu papá, esta es tu mamá, ¡eh! Entonces yo no… yo soy su abuelita ¡eh!; soy su abuelita, no su mamá. Y por eso le digo también… le digo, se vieran… te hubieras portado bien con Yola ¡eh! No sé qué discusión tuvieron allá en Nueva York ¡eh! Y sí, claro, mientras… pues yo; mira tú Martín, yo no te la puedo dejar hasta que hablen los dos, ¿no?, los dos. La responsabilidad es mía porque sí me la dejaron chiquitita ¡eh!, chiquitita. Tú no sabías sí comía la niña; no comía ¡eh!, no sabías…

(Martín): ¿Cuántas veces yo le mandé dinero?

(Abuela): ¿Eh?, pues ahí tengo los papeles, ¡eh!, sí. Y la que ha estado mandando, ¿sabes quién?, Gerardo. Gerardo sí, Gerardo.

(Martín): Pregúntele bien a sus hijos, ¿quién ha mandado dinero?

(Abuela): Por eso mira, por eso mira. Sí de veras quieren a su niña, vengan los dos ustedes acá. Y hablen conmigo ¡eh!, porque yo desde chiquitita yo la he estado creciendo desde chiquitita, ¡eh!

(Martín); Pero la pregunta era…

(Abuela): Ustedes no saben…

(Martín): La pregunta era…

(Abuela): Ustedes no saben si se enferma la niña, o no se enferma…

(Martín): …Pérame, pérame, pérame…

(Abuela): Mientras les mandaba yo… pérame… Mientras yo les mandaba yo pedir. ¿Sabes?, le falta que leche a la niña, ¿no? Ahora, cuando se vio mala de la viruela chiquitita, nunca les di molestias. La molestia fue conmigo ¡eh!, hasta ahorita…

(Martín): A ver, a ver, la pregunta que están haciendo…

(Abuela): Ajá…

(Martín): Es, ¿si yo me la pudiera llevar?, más no están diciendo, ¡te la vas a llevar!

(Abuela): No. Tú estás diciendo que sí te la vas a llevar…

(Martín): No, dije que si me la pudiera llevar, sí me la llevaría…

(Abuela): Pero mientras que yo quiera…

(Martín): Por eso, pero entienda usted, que la pregunta…

(Abuela): Aquí hubieras dicho, hubieras dicho… mira, miren, mientras si mi suegra da consentimiento, que se la lleve, si…

(Martín): Pero si usted no me deja acabar la conversación que estoy haciendo con él, y usted se mete, entonces yo no puedo acabar de explicar las cosas…

(Abuela): ¡Uhm!

(Martín): Entonces, sí usted me hubiera dejado explicarle las cosas, de lo que le estoy explicando a él, ya hubiera sido otra cosa y usted no hubiera dicho nada. Yo le iba a explicar todo lo que…

(Abuela): Es que mira, también debes de pensar, para hacer las cosas debes de pensar, no así, debes de pensar, tú este Martín…

(Martín): Ajá…

(Abuela): Pues desde que se fueron ustedes, yo no preguntaba si la niña comía, no comía. Sí tenía vestido… este, vestuario o no tenía ¡eh! Hasta ahorita no les ha dado molestia más que lo que, cuando yo les digo, mándenme es porque me mandan…

(Martín) Pregúntele…

(Abuela): ¡Méndigos 50 dólares!

(Martín): Pregúntele, pregúntele a su hija cuantas veces yo le he mandado dinero, ¿a nombre de quien lo pone?

(Abuela): Bueno, eso yo no sé… eso yo no sé.

(Martín): Ahí está… ¿a nombre de quien?, el dinero que… ¿a nombre de quien lo ponen? A nombre de su hija…

(Abuela): ¡Fíjate!

(Martín): Pero el dinero siempre ha sido mío.

(Abuela): Cincuenta, siempre me has mandado cincuenta dólares, pos’ si no, así es…

(Martín): ¿Segura?

(Abuela): ¡Segura, ahí tengo los papeles!

(Martín): Son cien dólares los que yo le mando mensuales…

(Abuela): Mensuales… ¡uh, mensuales!

(Martín): Cuando yo le he podido… (inentendible)

(Abuela): si tú… este…

(Martín): Aaaay¡ bueno, este…

(Abuela): ¡Mira¡

(Martín): Este… ¡córtale¡, este, hacemos…