• Tomás Gage
  • 13 Febrero 2014
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1625, Tomás Gage: “El aire que se respira es bueno”

 

Del libro La ciudad de Puebla y sus viajeros entre los años 1540 a 1960, antología por Ignacio Ibarra Mazari.

 

La ciudad más notable que se encuentra después de Tlascala (sic) en el camino que nosotros llevamos, es la Puebla de los Ángeles, adonde teníamos vivísimos deseos de llegar, porque sabíamos que hay allí un convento de religiosos de Santo Domingo de la misma observancia que nosotros, no habiendo encontrado aún ninguno desde nuestra salida de San Juan de Ulúa.

Descansamos en efecto tres días con la mayor satisfacción entre nuestros hermanos que no sabían qué hacerse con nosotros para agasajarnos.

Nos paseamos por toda la ciudad, y vimos cuanto era digno de la curiosidad de un viajero. Notamos su opulencia y sus riquezas, no solamente por la actividad de su comercio, sino por el gran número de conventos de frailes y de monjas que se han fundado y que se mantienen en ella. Hay pues un convento grande de Santo Domingo, cuya comunidad es por lo menos de cincuenta a sesenta religiosos; otro de Franciscanos, otro de Agustinos, otro de la Merced, otro de Carmelitas Descalzos, y una casa de Jesuitas; habiendo además cuatro conventos de religiosas.

La ciudad está asentada en un valle agradable, separado como diez leguas de una montaña altísima que siempre se ve cubierta de nieve. Dista cosa de veinte leguas de Méjico (sic), y fue edificada el año de 1530, por mandato de don Antonio de Mendoza, virrey  de Méjico, y con el consentimiento de Sebastián Ramírez, regente, que había sido anteriormente de Santo Domingo, y presidente aquel año de la chancillería de Méjico (sic), en lugar de Nuño de Guzmán, que se había portado muy mal con Españoles y con Indios. Componían aquel tribunal cuatro jueces o consejeros, a saber: el licenciado Juan de Salmerón, Vasco Quiroga, Francisco Zainos y Alonso Maldonado.

Estos magistrados administraron mejor la justicia que lo había hecho Nuño de Guzmán, y entre otras cosas buenas se les debe la población de esta ciudad, y la emancipación de los Indios que antes ocupaban el recinto; lo habían abandonado por el mal tratamiento que les daban los Españoles, y se habían retirado unos a Jalisco, y otros a Honduras, a Goatemala (sic) y demás provincias que aun se mantenían en guerra con los conquistadores.

La Puebla de los Ángeles era llamada por los Indios en tiempos de su independencia Güetlaxcoapan (sic) o culebra entre las aguas, porque tiene dos fuentes, una con agua malísima, y otra con agua muy buena.

Ahora es silla de un obispo, cuya renta, después de la separación de la Jalapa de la Vera Cruz (sic), vale más de veinte mil ducados anuales.

El aire que se respira es bueno, y su pureza atrae todos los días multitud de gentes de todas partes que fijan allí su domicilio. Pero el vecindario se aumentó más considerablemente el año de 1634, cuando Méjico fue inundada por las aguas de la Laguna: muchos habitantes de la capital huyeron con sus muebles y alhajas, y se establecieron con sus familias en la Puebla,  de suerte que el número de sus moradores sube en la actualidad a diez mil.

Hácenla famosa los paños que se tejen en sus fábricas, paños que llevan a diversas providencias, y que pasan por ser tan buenos como los de Segovia, que son los mejores de España, de donde no envían ahora a la América tanta cantidad, habiendo bajado mucho su precio, y saliendo todos los años tan fuertes remesas de la Puebla que bastan para surtir todo el país.

Los sombreros de la Puebla son los mejores de toda la Nueva España.

También hay una fábrica de cristales, cosa tanto más rara cuando que es la única de su clase que se ve en todo el país.

Pero lo que más la enriquece es la Casa de Moneda, donde se acuña la mitad de la plata que sacan de las minas de Zacatecas: por eso mira la Puebla como la segunda de Méjico (sic), y con el tiempo competirá en población con la misma capital.

Fuera de la ciudad hay jardines y huertas que surten de verduras y ensaladas las plazas. Esta tierra que abunda en trigo, y está cubierta de haciendas, cultivándose también mucho la caña de azúcar. Entre otras, la que pertenece a los religiosos de Santo Domingo, y que no está lejos de la ciudad, tiene tanta extensión que se ocupan en ella docientos negros, hombres y mugeres (sic), sin contar sus hijos que les ayudan en el trabajo.

Ilustración por Thomas Gage                                                          

Nueva relación que contiene los Viajes de Tomás Gage en la Nueva España, etc.           París, Librería La rosa 1838, tomo I, Capítulo XII “Prosigue nuestro viaje desde        Tlascala a Méjico por la Puebla de los Ángeles y Guacocingo.”

El prológo reproduce el de la última edición de 1699.

 

Gage, Tomás, nació en Inglaterra en 1597, y muere en Jamaica en 1656. Con el nombre de Fray Tomás de Santa María formó parte de un grupo de misioneros que se dirigía a las Filipinas y que se embarcaron en Cádiz el 1º de julio de 1625, el grupo hace escala en la Nueva España, el 26 de agosto en el puerto de Vera Cruz, Gage en vez de continuar con el viaje se fugó en Chiapas, pasa a Guatemala, Nicaragua y Costa Rica. En Puebla estuvo el 14 de septiembre de 1625. Regresará a Inglaterra hacia 1637.

En 1648 publicó Nueva descripción de las Indias Occidentales en el cual relata la experiencia en la Nueva España, describe fenómenos físicos, geográficos, con lo que dio a conocer la riqueza de las posesiones españolas, lo que tal vez sugirió a los ingleses la idea de emprender una serie de expediciones.



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