• Sergio Mastretta
  • 28 Noviembre 2012
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Monólogo de un juez federal atribulado


Penalista, me gustó más que las otras áreas, quizá por la formación que me dio mi padre, desde chico, me preguntaba por qué esto, por qué las injusticias, por qué los asesinatos. Mi papá nos comentaba cosas de su medio, muy pesadas. Leía muchas cosas de historia de México, de Jesús Silva Hersog, me llamaba mucho la atención la cuestión social, por eso quise desde un inicio cooperar en remediar la situación social, haciendo algo que pudiera ayudar. Ahora  siento que hago mi parte arriesgando el pellejo, aunque da tristeza ver que en niveles altos eso no les interesa a los  políticos, o tampoco en el propio Consejo de la Judicatura: míralo en nuestra materia de trabajo, las consignaciones mal hechas por el MP, que suele hacerlo cuando quieren beneficiar a alguien, ve ahora lo de Hank Rohn, yo no puedo juzgar a la juez, si en autos aparece que se metieron sin orden de cateo, qué puede hacer, eso es lo que da coraje.


Algunos llegan más jóvenes, pero para mí no era una prioridad. Fui abogado por tradición familiar, estudié en la UNAM, pero vengo de un estado del sureste. Sales de la escuela por la rama común pero siempre me llamó la atención  lo penal. Por cuestiones de azar, no hay algo que me haya determinado, fue circunstancial. Mi primera chamba, de escribiente, arriba del intendente, el que barre el juzgado, en una jurisdicción federal. En Tabasco.  Empecé de meritorio en un juzgado, así se estila entre los abogados, es un mal necesario, se necesitan manos extras, yo ahora tengo cinco, aunque el Consejo de la judicatura diga que no es correcto, ocurre en todos los juzgados, y más ahora con los recortes presupuestales, la optimización de recursos, como les gusta decir, y la desaprobación de plazas extras. El escribiente escribe a máquina las declaraciones, los acuerdos, etc. El meritorio hace lo mismo, pero no gana. Yo empecé ganando 240 pesos al mes, y se me hacía mucha lana, a principios de los noventa, hoy un escribiente gana 14 mil pesos. Yo me tarde, gente de mi generación ya son hasta magistrados, pero me sirvió esperar pues tomé mucha experiencia en los puestos de abajo. Cumplí con todos los escalones: fui escribiente, oficial administrativo es el término legal; luego fui actuario judicial, el que lleva las notificaciones, realiza diligencias fuera de juzgado, va a los ceresos, se comunica con los procesados o realiza inspecciones oculares a partir de los autos, que si el muerto quedó a tantos metros de un árbol o quedó más allá; después subí a secretario proyectista de juzgado, el que hace el proyecto de auto de término o de orden de aprensión. Ahora llevo infinidad de  asuntos en mi juzgado y tengo  un montón de proyectistas, así que a veinte asuntos por secretario, ya te darás cuenta de cuánta chamba tenemos.  Hay juzgados de distrito y tribunales unitarios, por todos pasé, y estaba como secretario de tribunal colegiado, el que proyecta las sentencias a los magistrados, cuando me metí al concurso de oposición por la plaza de juez federal.  Más de 500 proyectistas participamos por quince plazas en el primer filtro de cincuenta preguntas, y quedamos setenta, y ahí ya vino el examen escrito y el oral, ocho meses después me nombraron juez.

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