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La masa lo mira arder. El monigote de cartón relumbra. Los flashazos lo desconciertan. ¿Qué Estado es este que se quema en mil fotografías? ¿Cuánto de nosotros se convierte en cenizas?

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Regreso a México con mil emociones y la mirada puesta en una nación crispada, con el interrogante por el derrotero de su Estado. Trato de buscarlo en tres sucesos: el Estado del horror en Ayotzinapa; el Estado de la codicia en la Casa Blanca; y el Estado de la estupidez en Chalchihuapan. Cuánto de ese Estado contiene a la sociedad mexicana.

Y empiezo por ahí, por reconocer que el Estado lo formamos todos. Es un error pensar que el Estado es el Gobierno.

Y es gravísimo pensar a México sin Estado.

Y entonces acudo a uno de los profetas que han aparecido en estos tiempos apocalípticos.

Y miro a los marchistas ayer en medio México. Miles y miles, descontentos y aguerridos. Y contra cualquier otro propósito, pacíficos. El Estado está en las calles, reconstruyéndose a sí mismo.

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1.- “¡Fue el Estado!”, se grita en las consignas, se escribe en las cartulinas, se da cuenta en las fotografías. En la noche del jueves 20 de noviembre arde la figura de cartón del presidente encopetado. El mechón de fuego alumbra justo en el centro de la Plaza de la Constitución. En el remolino de la masa el aire revuelve el humo negro del fracaso de este Estado que construimos en el siglo XX mexicano. Hace tiempo que hemos perdido el sentido de nación. La masa esta noche no tiene dudas:

“¡El culpable es el Estado!”

“¡Yo soy el estado!”, entiendo que responde Peña Nieto cuando habla de “grupos desestabilizadores” con la quijada rígida, con el enojo que ha acompañado a los presidentes criminales Díaz Ordaz (“Aquí está mi mano extendida”, dijo en aquel 1 de septiembre de 1968) y Luis Echeverría (“¡muchachos facistas!”, gritó aquel 14 de marzo de 1975 en la UNAM). La tentación autoritaria es un aire que envuelve su voz:

“Pareciera que respondieran a un interés general de generar desestabilización --ha dicho desde el Olimpo que se construyen los presidentes en México--, de generar desorden social y, sobre todo, de atentar contra el proyecto de nación que hemos venido impulsando.”

“Los mexicanos no son estúpidos”, ha comentado el Finantial Times. Peña Nieto no ha dicho nada sobre la llamada Casa Blanca.

Son los dos extremos de México. 



Fotografías tomadas de SinEmbargo: Dos tipos de agresiones. Arriba, manifestantes linchan a un granadero; abajo, agentes federales y del DF atacan a un activista. Fotos: @davirrin en Twitter, y Francisco Cañedo, SinEmbargo.

 

2.- Hay muchas maneras de ser gobierno en este Estado nuestro. Están las maneras del gobernador Moreno Valle, decidido a hacer la guerra a los pueblos originarios. No lo entiendo: ni en Tetela ni en Cholula ni en Chalchihuapan.

Es de mañana el viernes 21. Leo la nota que da cuenta de la detención de Javier Montes Bautista, presidente auxiliar de San Bernardino Chalchihuapan, detenido por agentes ministeriales en la localidad de San Juan Amecac, en las faldas del Popo, casi en la frontera con Morelos. En esa comunidad llevan años de pelear por su reconocimiento como municipio, para separarse de Atzizihuacán, su cabecera. Hasta allá fue Moreno Valle a encarcelar al tercero de los alcaldes auxiliares que se rebelaron contra la desaparición de las juntas auxiliares. 


Foto de Agencia Enfoque/e-consulta.com

En las semanas anteriores el gobierno ha “cumplido” --así dicen sus voceros-- las órdenes de aprensión contra los ediles auxiliares de La Resurrección y San Miguel Canoa. A los dos les han negado la libertad bajo fianza.

Ahora ya la cuenta supera los cuarenta detenidos por oponerse a los planes sin consenso de Rafael Moreno Valle.

No entiendo su guerra. Pero comprendo cuánto comprometen sus acciones a este colapsado Estado nuestro.

 

3.- De  nuevo, la voz del profeta. Es el obispo Vera y se refiere a lo dicho por Enrique Peña Nieto:

“¡Qué lecturas tan cómodas! Ahora nosotros tenemos la culpa de desestabilizar el país. ¿Qué quiere? ¿Qué nos muramos en silencio?”

Y remata: “Esa posición ya es de dictadura”.

El obispo tiene memoria: recuerda los discursos de Carlos Salinas y su tierra prometida con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

“Con su promesa de primer mundo para México estaba hablando de un proyecto de nación para la primera fila de asistentes, los potentes de México. ¿Y qué es lo que hay: ejecuciones, desapariciones forzadas, extorsiones… En zonas de Guerrero y de Sonora la gente ni siquiera puede entrar en sus ranchos, hay gente que tuvo que cerrar sus casas.”

El profeta termina con la descripción de nuestro apocalipsis:

“No hay Estado. No hay acceso a la justicia. No hay acceso a una vida digna. No hay acceso a la seguridad. No hay acceso a un salario digno. ¡No hay! En su proyecto de nación es evidente que no somos personas humanas.”

No hay Estado, afirma Vera, y con él los hechos de los últimos tiempos.

 

4.- La masa encabronada sale a la calle. A decenas y decenas de calles en toda la tierra nuestra que todavía llamamos república mexicana. Se escurre a gritos eufóricos y terribles, inteligentes, creativos, soñadores, amorosos.  En su movimiento la nación se reconstruye. No tiene rostro de partido. Ahora sólo alcanza a decir de sí misma que es un movimiento cívico.

Profeta, todavía hay un Estado posible.