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Una historia muy perra o una perra historia. La de un anciano decrépito, taquero jubilado que a sus 78 años NO está escribiendo una novela –Teo, ¿Por Teodoro, por Theodor, por Theodor Adorno?- en algún departamento (el 3-C) en el centro de la ciudad de México, aunque Francesca, la líder del grupo fundamentalista de tertulia literaria del edificio de viejitos, la presidenta de la asamblea del edificio, la autoridad última en materia de chismes y calumnias le asegura a todos que así es:

 

  “– ¡Es un artista!

   - ¡Yo no soy artista!

   - ¡Se los dije, es taxista (gritó Hipólita)!

   - En realidad estoy jubilado.

   - ¿Y se puede saber a qué se dedicaba?

   - Era taquero.

    – ¡Taquero! 

– […] ¡Le pido disculpas por haber sido taquero, Madame!

– […] No mienta, en el edificio, todos nos enteramos de todo…

– ¿Acaso un taquero le parece digno de escribir una novela?“

 

Un grupo de viejitos mojigatos que amortiguan el tiempo mientras despachan sus lecturas al ritmo del zaguán -personas entrando, personas saliendo- mientras Teo, fiel a su ejemplar de la “Teoría Estética de Adorno” que en la primera página -una página en blanco- tiene un sello de la Facultad de Filosofía y letras de la UNAM (“ladrón que roba a ladrón, que roba a ladrón”).

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