• Sergio Mastretta
  • 17 Octubre 2012
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Sergio Mastretta

Marcos termina con la historia de Marcos Sotomayor, un cura diez años más joven que él, a quien conocí como párroco del pueblo de San Juan Tianguismanalco, cercano a Atlixco. Marcos fue el sacerdote que inició el vínculo con los migrantes y, particularmente, con los organizados en la Asociación Tepeyac, en Nueva York.

--Trabajó conmigo desde que se ordenó –recuerda--, en la pastoral juvenil, se dedicó a crear grupos en mi parroquia. Después lo mandaron a Ixcamilpa de Guerrero, en el sur, ahí empezó a estar cerca de los migrantes. El con la gente de Chila de la Sal e Ixcamilpa, yo con la gente de Zacapala, ahí empezamos este movimiento de migración. El vivió ahí en ese pueblo del sur lo mismo que yo, a él le tocaba con frecuencia levantar los cadáveres en Ixcamilpa.

Marcos murió en el 2003, luego de un tiempo de fuerte deterioro de su salud. Tuvo que dejar Tianguismanalco. Intentó involucrarse más con la gente de Nueva York, justo cuando ocurrieron los atentados a las torres gemelas, en el 2001. No tuvo más tiempo. Así lo vio Gustavo:

--Marcos murió en la desesperación de ver que no había respuestas oficiales, apoyos eclesiales. Murió en la soledad, entre los atentados, las muertes, los asesinatos, el hambre y la migración que deja a la gente sola…

Depresión

La noche mágica en la carretera Zacapala-Matamoros. Hemos dejado atrás la depresión del Atoyac, pero tenemos que imaginar la sombra de la laguna de Petatlán, hermosa en su cerco tropical hacia el territorio de la caña de azúcar. Los corredores apostados ven venir la antorcha deslumbrados y ya corren con ella en el sentido inmediato de sus vidas: cumplir, soñar, esperar, y de nuevo, correr. Subidas y bajadas, como en cualquier camino. Es el sur campesino. A final de cuentas la pregunta de si todavía éste sigue siendo el México profundo. Es una hecho que es el México de las depresiones. Ahí va corriendo el Atoyac. Lo imagino en la noche. Viene de Puebla, desde las montañas del Ixtacihuatl, y forma parte del enorme territorio de la cuenca del Balsas. Territorio agreste, verde reseco, mármol escurrido en rajas en la montaña herida. Cactus sonámbulos, como en Coatzingo, flotantes en la penumbra, como si levitara el alma de la tierra. Pregunta esquiva en las sombras, ¿qué tanto ha cambiado México?, ¿lo revela esta tierra? A lo mejor este viaje intenta responder ese interrogante. Yo no lo sé. Venimos de Zacapala un pueblo que vivió su guerra civil. Como muchos otros, como decenas de pueblos en el estado de Puebla en los últimos 30 años. Y el hambre. Y la desbandada. Sin duda, a sus pobladores les ha cambiado la vida el norte. Ya no sé si hablar del sur campesino y más bien del norte campesino. Del norte de Estados Unidos campesino que le transforma la vida poco a poco a éstas comunidades. Y al mismo tiempo sigue ocurriendo lo mismo. En Zacapala hay de alguna manera un cacicazgo en manos de un norteño. De un hombre que salió como muchos de ellos, con más que sueños, pero sin nada. Sin nada en las manos. La ilusión del norte. Y ahora, es de alguna forma acusado por una buena parte del pueblo de un nuevo cacicazgo. Son las sombras antiguas. ¿Qué tanto ha cambiado el México profundo? El territorio está aquí y es milenario. También el alma, el pensamiento y la ilusión. Y tal vez ahí el ánimo por la guadalupana. Porque ahí está el México profundo.

Al final, en la noche, sólo queda el ruido de camiones y autos solitarios en la oscuridad de la carretera.


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