• Sergio Mastretta
  • 17 Octubre 2012
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Sergio Mastretta

Son historias que escucha un cura en confesión. El mando de su propia muerte y el gatillero que le confiesa el encargo que no cumplirá. Pleito de un cura con la organización política Antorcha Campesina, cuando se proyectaba para convertirse en una de las principales organizaciones políticas del México rural. No era un cacicazgo, dice Gustavo, era la búsqueda del control de la región, y en Zacapala las pandillas, las bandas de asaltantes, no se dejaban. Tampoco de Antorcha Campesina.

--Empecé a investigar las raíces históricas de la violencia –sigue--, y luego la coyuntura, me di cuenta de que había tráfico de drogas, de armas, de fayuca. Aquí, es estas lomas, bajaban las avionetas. Y había proteccionismo, del ejército y de la judicial, por ejemplo para una banda llamada de “Los Gatos”. Así de simple, Zacapala vivía en el pistolerismo. Hice una estadística, familia por familia, todas tenían un asesinado.

--Y alguien en la cárcel…

--No había ni cárcel, por más que se quisiera hacer justicia, nunca había ministerio público. Se levantaba al muerto: murió de muerte natural, se decía. Y si se intentaba acusar a alguien, nada, no había escrito. Tuvieron que ocurrir muchas muertes, hasta que el pueblo dijo ya basta, y finalmente también la justicia apoyó, empezó a meter a los asesinos a la cárcel, fue cuando se acabaron los asesinatos.

Era 1982, tiempo para el tercer acontecimiento histórico: el hambre. La desbandada por el hambre.

--El primer año no llovió en ninguna parte, no llovió ninguna tarde, ningún día. Entonces empezaron a morir los animales, las plantas, empezó a morirse la gente. Fue cuando yo llegué aquí, fue la desbandada por el hambre. Recuerdo a una señora, en una de las barrancas de por aquí, parecía tener 60 años, pero era de 30, rascaba el suelo con una pajita, succionaba la humedad, y la llevaba a una ollita. “¿Qué haces”, le pregunté. Dice: “Pus la voy a hervir con raíces de sábila, esa es la comida que tenemos que hacer, no tenemos otra comida”. Así descubrí el valor de la sábila, cómo curaba la úlcera del hambre.

Fue en 1983. Nadie entonces habló del hambre en la mixteca. Acababa de entrar Miguel de la Madrid, con la palabra modernización en la boca, con la llave del desmantelamiento del aparato económico del Estado y la puerta abierta al neoliberalismo del capital y las trasnacionales. Acababa de quebrar el Estado petrolero en 1982, acababa López Portillo de estatizar la banca. Fue el presidente que afirmó que defendería al peso como a un perro, que nadie volvería a saquear a México. Cuántas cosas puede decir tan tranquilamente un presidente en México. Pero nadie, entonces, habló de la desbandada por el hambre en la Mixteca, en el pozo profundo del sur de México.

--El coraje sigue siendo fuerte –sigue Gustavo--. Entonces la gente se organizó pasa comer. Trajimos gente valiosa, como un doctor de la ONU, Arturo Aldama, que se pasaba medio año en Ginebra, en la Organización Mundial de la Salud, y medio año aquí en la MIxteca, en el campo. Nos dio cursos de nutrición a base de soya y amaranto, de cacahuate. Y ya después la gente pasó a la cooperativa de ahorro y crédito, y de ahí a defender sus derechos humanos, y de ahí a luchar por sus autoridades y sus organizaciones. Se hicieron marchas en Houston, se participó en las parroquias, en los centros de atención a migrantes. Pero eso se empezó aquí mismo, en el pueblo…

Es la ruta del cuarto acontecimiento histórico que refiere la plática del padre Gustavo. El éxodo. Inició legal, con la contratación de braceros en los años cuarenta y cincuenta. Ahí arrancó el viaje mixteco a los Estados Unidos. Los mojados, como tales, siguieron cuando el programa bracero terminó. Justo en el momento que un sobrino nieto de Emiliano Zapata, nacido en Zacapala, se fue muy pobre, con deudas, con la responsabilidad dedsus nueve hermanos más chicos a los que, con el tiempo, sacó adelante. Alfonso Huesca Zapata, con el parentesco como único patrimonio que le heredó la revolución que mató a su tío abuelo. Cuarenta años después de que abandonara su pueblo es hoy el hombre poderoso de Zacapala. Empezo poco a poco, como tantos otros migraos que supieron encontrar el eslabón clave de la cadena migratoria: el préstamo para el viaje. Y después el cobijo mientras se consigue trabajo. Y por qué no, la chamba misma, digamos casi como contratista, como administrador del trabajo de sus paisanos como limpiadores de tiendas, de cines, de lo que se pueda. Chamba no falta. Y después, a cobrar con disciplina y rigor en las quincenas, no le aunque que sean sus familiares o los hijos de sus compadres.

--Fue en Houston –dice Gustavo--, les pagaba los coyotes. Cuando llegaban los migrantes les daba de comer un mes. Ya cuando los tenía trabajando les iba quitando cada quincena la mitad.

--Hasta que recuperaba su parte…

--No, más, mucho más –Gustavo sonríe--, les quitaba mucho más.

--¿han platicado ustedes de eso?

--Sí, él tiene un corazón bueno, pero una estructura negativa. Si quieres estar en Estados Unidos, sólo metiéndote en ese sistema capitalista puedes hacer algo, ¿no? Ahora él llega aquí, ayuda a los viejitos, a los enfermos, da dádivas para purificar su conciencia, pero lo fuerte fue la explotación. Algunos le han metido pleitos últimamente, y se los han ganado, y ha tenido que pagarles lo que les quitó, conservaban sus tiquets y lo demostraron. Los que los tiraron no pudieron demostrar el robo.


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