• Sergio Mastretta/Emprendedores del barrio de Los Sapos
  • 15 Julio 2015

Javier Nava lo domina todo desde la sombra del tenderete armado afuera de su casa de antigüedades, en el centro de la plazuela de Los Sapos. “San Francisco” se llama su negocio. Por su mesa de trabajo pasan todos los artilugios que se expondrán a la venta. Es la vida detenida en el territorio del anticuario. Cuánto tiempo han contado esos relojes, qué esperanzas alumbraron esas monedas, qué orgullos guardaron los medallones. Pero ahora lo miro a él. Es su propio tiempo el que ronda por la plaza. Y es su voz la que cuenta esta historia.

 

Le voy a decir, este barrio no descansaba, era un barrio de gente cabrona, malandrina…

Sí señor, llegué hace más de treinta años, y ya tengo 54. Estoy cascado, pero no tanto, de 23 años llegué. A los 26 me casé, pero aquí llegué solo.

Ya estaba el bar de la Rana, ahí estaba la rana. Era una pinche cantinucha en la que vendían las ranas, una bebida que inventaron acá precisamente en el barrio de los sapos, era con vodka, tequila, como que todo, una mezcla, muy sabrosas. Y en estos accesorios había uno que otro bazar, y ahí en la calle se formaban los camiones de carga, ya que en esa época se vendía mucho mueble. El estacionamiento era diferente. Había en la mañana mucho cargador, mucho estibador y gente que traía o aquí hacía muebles. Entonces empezó el auge de los muebles rústicos, empezaron con tallercitos pendejitos.

Ahí estaba la Bella Elena, que era una pulquería, y a la vuelta otra pulquería, y una carnicería que vendía chicharroncitos, clayitos y  puestecitos con señoras que hacían memelitas y quesadillas, todo muy adoc a lo que era un barrio. Pero fue entonces que empezaron a pulular gringos, increíblemente, gringos que venían a buscar tesoritos,  así les llamaban, quiero tesoritos, decían y nos venían a cambiar oro por espejitos, y empezó un movimiento muy fuerte, muy duro, esto era una plazuela que había salido de la nada. Aquí no se sabía ni lo que iba a ser. Cuando Alfredo Toxqui Fernández de Lara era el gobernador, donaron esta plazuela, él la donó para antigüedades, ya era jardín, pero entonces empezaba a pulular la gente, ya se hizo tianguis de antigüedades, no nada más cosas de viejo, sino cosas que le interesaban a la gente que le gustaba el arte, que sabía apreciar la historia, gente que venía a comprar, como el licenciado Bracamontes, que venía a comprar libros, o el notario Tejeda, que también venía por libros, o un señor que en paz descanse, cómo se llamaba, ora sus hijos son diputados, era el de turismo en aquella época, una bella persona, que ayudó mucho al migrante de Estados Unidos… ya no me acuerdo, pero así como él muchísima gente, del cine, del teatro, empezaron a comprar cosas valiosas, y así se empezó a hacer el tianguis. Primero a nivel nacional, y después a nivel internacional.

 Si pregunta en el internet por antigüedades salen los Sapos. Aquí se vendían muchísimas cosas, ya cosas que ya no hay, desgraciadamente, por ejemplo antes se venía mucho lo rústico mexicano,  pero colonial, no español, si, no el colonial español, que son cosas muy diferentes, son conceptos diferentes.

Pero cuando yo llegué eso ya estaba, tenía unos siete ocho años así, pues ya aquí por lo menos hablamos de cuarenta años…

Aquí todo era muy fluído, en la mañana los camiones, los cargadores, el movimiento de carga de los muebles, y en la tarde cerraban los bazares y empezaban a pulular los mariachis y funcionaban las cantinuchas, no se descansaba hasta que aparecían los barrenderos y aparecían de nuevo los cargadores y los operarios, los albañiles, los pintores,  los herreros,  los fontaneros que hoy quedan pocos, pero antes eran muchos. Venían los carros y gritaban, un fontanero, un pintor, y aparecía el fontanero, aparecía el pintor y ahí se arreglaban si se arreglaban. Ahí siguen, pero ya no como antes.

Aquí en la plazuela no se descansaba, ahí estaban los trabajadores, hasta relojeros había. Hoy ya no es como antes.

Yo vivía en Loma Bella, allá en el sur. Yo entonces trabajaba como agente de medicinas, pero quería cambiar de trabajo al ver que las trasnacionales empezaban a meterse con los clientes de uno, por ejemplo Marchan, Autrey, que eran grandes compañías en aquella época, nos fueron mermando el cliente. Y mientras yo veía que aquí se vendían cosas increíbles, cosas apolilladas, cosas viejas, cosas que nadie quería, y aquí desgraciadamente o agraciadamente las compraban, y las pagaban bien caro… Entonces, es la falta de cultura, la falta de quererse meter, como todo mexicano, las cosas fáciles, no nos cultivamos, no hacemos  la historia…

Yo no tenía idea de esta profesión, nada, nada, yo me metí a esto porque me robé a mi mujer, me la llevé para Oaxaca. Ella es veracruzana, de San Rafael, pero me la encontré en Loma Bella y me la llevé pa Oaxaca, mi familia es de allá, de Teposcolula… sí, suena como albur, tepescoloyo, pero no, Teposculula, en la Mixteca Alta, donde se encuentra un hermoso templo del siglo XVI, el único del continente americano que tiene su parroquia abierta, una belleza, hecho por frailes dominicos, ora en el mero centro del pueblito, con sus mazmorras, con todo lo que lleva un convento, de los dominicos… Yo fui prefabricado allá pero nacido en la hermana república de México, en Lomas de Chapultepec, aunque usted no lo crea, y de allá me trajeron para acá.

Lo anticuario no me viene del pueblo, me viene de la necesidad… La primera merca que hice fue a ciegas, porque ya mi hermano compraba lo que eran porquerías para mí, ay cabrón es que ya compré esta mesa, y cuánto pagaste y quién te va a comprar esa porquería le decía, me costó cincuenta pesos, ay cabrón, ¿cincuenta pesos?, estás re loco, quién te va a comprar eso, y después cuánto te dieron y  ay cabrón,  realmente vi que la vendió en ¡cuatrocientos!, dije ay cabrón, esto es negocio.

Él tampoco era anticuario, nada más por inercia, por llegar y haber contactado a un amigo, iba y le regalaban algo en una casa  y llegaba y aquí nombre, las ofrecía y acá se las pagaban inmediatamente, así venía, como estos que llegan a ofrecer lo que encuentran.  Es la necesidad de uno: yo cuando vi que le pagaron una mesa en tanto, ai nanita, dije, puede suceder, es negocio. Y luego empezamos a vender algunas cruces, algunas mesas, algunos roperos, algunas cómodas, algunos zaguanes, pero cada vez se hacía más pesado este pinche negocio, ya nos pedían zaguanes…

Llegó mi hermano allá a Oaxaca, y yo no tenía trabajo ni cómo mantener a mi mujer, y no podía estar en Puebla porque me había yo robado a mi señora, estaba cabrón el suegro. Entonces me dice mi hermano, ayúdame a comprar cositas viejas, oye, yo no sé de esas chingaderas… tú págalas, me dijo, y me deja un dinero, y por el hecho de no saber es una cosa increíble, no le tiene usted aprecio ni apego a las cosas, tampoco sabe qué cosa está usté comprando, cuando llegaba yo a las casas yo veía unas cosas viejas, horribles, asquerosas, y no sabía yo pa qué cabrón servían, pero por el hecho de que estaban viejas, las compraba. Por ejemplo una mesa, por el hecho de estar apolillada le cortaron las patas y la hicieron más chiquita, se vía rara, entonces se las compraba yo a diez pesos, quince pesos, pero yo no sabía ni de madera ni de procedencia,  ni nada y la gente tampoco, pensaban que estaba yo loco, y que yo estaba comprando una porquería  y ellos se quedaban con mi dinero, pensaban que me veían la cara. Entonces cuando yo llegaba a los pueblos, obviamente me decían, ah, pus llévate la mesa, llévate el espejo, dame diez pesos, dame tanto, ofréceme, y yo ofrecía, pero todo por inercia, pues nadie me decía vale tanto… Y así llené una bodega, pero todo por inercia, pero cuando llegó mi hermano y me dijo ya te rayaste, y yo pensé que me iba a regañar por las porquerías que había yo comprado, ¿no? ¿Cómo que ya me rayé?, y me dice, eso se puede vender en cuatro mil, más, cinco mil… Al ver entonces que tu dinero se convierte en más dinero, quiere decir que es negocio.

Así empezamos. Con decirle que había momento en que yo ya llenaba de nuevo la bodega y él todavía seguía subsistiendo con la otra mercancía, dándose una vida de rey, con harta borrachera aquí en la Bella Elena, con mariachis toda la noche tocándole. Yo le hablaba por teléfono, oye hermano, fíjate que ya tengo lleno, y él en su desmadre no quería saber nada de uno, y uno que ya se había gastado el dinero allá, que tenía la necesidad…Pero a él le valió madre. Entonces lo que hice fue traerme dos cajitas que me vendieron, eran de madera, rete viejas, y él me había dicho que cuando encontrara yo unas cajas con unas chapotas así, grandotas,  a las que se les metía una llave como de zaguán, que esas valían mucho. Yo no sabía ni qué eran, para mí eran cajas normales. Total, llego a los Sapos y me encuentro a mi hermano en la Bella Elena, me dice,  toma, vete pal hotel, y me voy a uno de mala muerte que está en la 5 y la 7, creo que se llamaba el Avenida. Al otro día temprano, oigo voces, era mi hermano, ¿y qué andas haciendo aquí?, ¿cómo que no te acuerdas?, si hasta me diste para el hotel, yo ni me acuerdo. Pero aquí tengo dos arcones, y me dice que cómo creía yo que iban a ser, y cuando los fue viendo, ah, son dos arcones, se le fue la leche porque estaban hermosos. Y era domingo, entonces venimos aquí y los pusimos en esa jardinera de ahí enfrente, y llegaron dos señores y que les pide dos mil quinientos por mis cajas, las regaló, porque le valía madre, no conocíamos, y esas cajas que yo traje eran dos arcones oaxaqueños preciosos, taraceados, algo muy bonito, taraceado colonial, una talla muy especial. Esos cuates agarran y  no chistaron nada, pagaron así los dos mil quinientos pesos, y a mí todo el viaje con mis baúles me había costado ciento cincuenta pesos… y dos mil quinientos pesos que recibo, era un dineral, y entonces me volví a regresar con más ahínco.

Aquí cuando me vieron con esos arcones aquí en la plazuela, se me paraba la gente, ¿y tú quién eres?, ¿y por qué estás vendiendo? Pus yo soy el hermano de fulano, ¿cómo?, ¿eres su hermano?... ¡Y qué más tienes? Y entonces estaba yo por comprar una mesa de amasijo para panadería, de una sola pieza, y le digo, tengo una mesa muy rara, tiene las patas como cortadas, le digo, y tiene un solo tablón, ¿y cuánto quieres por ella?, pus no sé, pus mira mano, te doy tres mil pesos por ella…Y yo la estaba tratando en cien pesos… Uta, me están dando tres mil pesos, pus voy por ella, me estoy tardando… Qué me iba yo a imaginar que esa mesa era una mesa colonial de A, con las patas en forma de A, así abiertas, y le salen otras dos tablas que se juntan y ya arriba viene la cubierta, un solo tablón de una sola pieza hachueleada porque era el corte al hacha, y con unos clavos coloniales… una maravilla. Entonces cuando ven lo que traía, así, rústico  mexicano, se enamoraba la gente de mis chácharas, todos querían trabajar conmigo, querían ver la zona que estaba yo trabajando, nadie había ido por allá… Pero no les dije, ¿cómo creen…? Soy pendejo pero voy a misa.

Continuará…

 

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