• Saúl Escobar Toledo
  • 16 Julio 2015
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El autor de este texto es historiador en la Dirección de Estudios Históricos del INAH. La ilustración de Irwin Cañedo, tomada del portal viveoaxaca, fue la obra ganadora de la Primera Bienal Internacional de Cartel 2014, impulsada por el artista Francisco Toledo.

 

“Desde el avión

                   ¿qué observas?

Sólo costras

                   pesadas cicatrices

de un desastre

                    Sólo montañas de aridez

arrugas

                    de una tierra antiquísima

volcanes…”

(José Emilio Pacheco, fragmento: “México: Vista Aérea”, de Islas a la Deriva)

 

 

¿Cuáles son las voces que se expresaron en  las elecciones de junio de 2015? ¿Cuál son los mensajes? ¿Qué imagen destaca de ese proceso electoral? ¿Dónde están sus contornos?

Porque esas elecciones tuvieron muchas caras:

La de la violencia de la confrontación social del Sur, principalmente en Oaxaca y Guerrero,  que desafió al Estado bloqueando las Juntas Distritales, destruyendo centros de votación, atacando edificios públicos incluyendo sedes de partidos políticos y, al final, enfrentándose  con el Ejército y la Policía.

La de la guerra del crimen organizado que dejó 28 candidatos y dirigentes asesinados durante el proceso electoral y que no respetó ni siquiera el mero día de los comicios.

La del “Bronco” en Nuevo León, Clouthier en Sinaloa, o Alfonso Martínez en Morelia, candidatos independientes que ganaron elecciones sin el registro de un partido político.

La de las nuevas opciones partidarias como la que se expresó en  Guadalajara y su zona conurbada bajo las siglas del  Movimiento Ciudadano (MC) llevando al triunfo a Enrique Alfaro o, más notables quizás, los triunfos de MORENA en la capital de la República desplazando al decadente PRD.

Estas fueron algunas expresiones que se manifestaron en estas elecciones, expresiones más bien de carácter regional y que fueron las principales novedades del proceso. Desde las alturas, sin embargo, se requiere también apreciar  las cicatrices y costras, de  los resultados del 7 de junio:

La de los electores que decidieron anular su voto y que, si bien son relativamente pocos (menos del 5%), representan más que algunos partidos políticos.

La de la abstención que, en términos gruesos, ejerció poco más de  la mitad de los votantes[1].

Las trampas del Verde que según algunos manchó toda la elección y puso en duda la capacidad de la autoridad electoral.

La del PRI que logró ser otra vez la fuerza política mayoritaria y que con sus aliados podrá alcanzar la mayoría en la Cámara de Diputados, aunque su fuerza se haya reducido en comparación a la elección de 2012.

O la del PAN, que a pesar de todo sigue siendo la segunda fuerza y que con el PRI puede lograr los acuerdos necesarios para seguir el rumbo de las reformas estructurales.

A final de cuentas, los dos partidos que se han alternado en el gobierno en las últimas décadas, han conducido la política neoliberal, adoptado y aprobado las reformas estructurales, y asumido plenamente (con leves matices) la guerra contra el crimen organizado, obtuvieron 20 millones de votos (o más de 24 si agregamos los del Verde y Nueva Alianza) de un total de 38 millones válidos (sin los nulos), es decir el 52.7% o el 64% del total, según se vea. Si bien PRI y PAN perdieron 2.5 millones de votos, si lo comparamos con la elección de 2009,  aún siguen siendo mayoría, lo que se reflejará en la Cámara de Diputados con 203 diputados del PRI, 108 del PAN y 57 del Verde y PANAL. Un total de 368 legisladores dispuestos a votar casi lo que sea…

Es decir las rebeliones electorales locales, por más significativas que puedan parecer, no lograron borrar las arrugas y cicatrices: el predominio de la derecha neoliberal.

A ello habrá que agregar que la vía electoral, con todo y los nuevos partidos y candidatos  protagonistas, no fue aceptada por algunas expresiones del movimiento social que mantuvieron una resistencia activa que se manifestó en el boicot electoral incluso frente a la represión n gubernamental.

 

Así, las elecciones de junio parecieron  un concierto de voces desordenado, con mensajes diversos y contradictorios que no parecen apuntar nítidamente un rumbo claro del porvenir político del país

Retratan, eso sí, un país profundamente fracturado.  Parecieran coexistir en este país grupos de la  sociedad, muy agraviados,  que desconfían de sus instituciones, de sus gobiernos y de los partidos, con otro sector  del electorado que en algunas regiones  encontraron una nueva esperanza. Y sin embargo, el saldo final,  con la frialdad de los números, nos arrojó una composición de la escena política nacional que apenas se ha modificado y que es casi igual a la que ha quedado plasmada desde por lo menos 2009.

Los  días siguientes de la jornada, los balances  también fueron muy distintos:  la indiferencia  de los partidos frente a las confrontaciones sociales en Oaxaca y Guerrero, haciendo cuentas alegres de sus triunfo o quejándose de sus derrotas, mientras algunos movimientos denunciaban la represión y sus muertos y presos políticos;  el mensaje de Peña Nieto y su “aquí no ha pasado nada… las reformas estructurales siguen” que contrasta con el malestar expresado de distintas maneras por la mayoría de la población; la violencia de todos los días con sus miles de desaparecidos y muertos en la guerra contra el crimen organizado que no checa  con la celebración del éxito de la jornada electoral porque se pudieron instalar casi el cien por ciento de las casillas.

La fractura del país está no sólo en estos contrastes, también en la oscuridad  y la incertidumbre del futuro. Ganó el Bronco pero ¿podrá detener la violencia en Nuevo León, ¿podrá hacerlo Alfaro en Guadalajara?, ¿podrán los nuevos Jefes Delegacionales de Morena en el D.F. terminar con la corrupción y construir una gobernabilidad sin clientelismo?

Aún más: ¿Seguirán las movilizaciones de la CNTE de Chiapas, Oaxaca y Guerrero y los Normalistas de Ayotzinapa? ¿Hay margen para la reconciliación, o por el contrario será mayor el agravio? ¿Sigue adelante la reforma educativa cueste lo que cueste? ¿Sabremos la verdad de lo que pasó en Iguala aquel 26 de septiembre?

 

La batalla por el Distrito Federal

Los resultados de la elección el DF  dan cuenta de una caída severa del PRD[2]. Esta derrota puede tener varias lecturas  por las causas que lo originaron: la corrupción de los gobiernos delegacionales, los errores del  gobierno de Mancera, el desastre de la Línea 12, el Pacto por México y la alianza con el PRI y el Presidente, o  el secuestro del partido por parte de una pequeña oligarquía que no sólo controla el aparato, las candidaturas y los recursos, sino también la conducción política. Quizás todas ellas se hayan reunido, a ojos de millones de electores, para dar cuenta  de su deserción del PRD (“traición” dirían sus dirigentes) y su voto por Morena[3].

Pero la caída del PRD no se limitó a la Ciudad de México: aunque de manera menos notoria, el desplazamiento de los electores de la izquierda del PRD hacia Morena tuvo lugar en nada más y nada menos que en 17 entidades[4], es decir más de la mitad del país. En todas ellas, el nuevo partido logró una votación  superior al PRD. Es cierto que en algunas de estas entidades (no en todas)  la votación del PRD ha sido históricamente  muy baja pero lo interesante es que, pocos o muchos, los electores de la izquierda decidieron repudiar al sol azteca. Asimismo resalta que en Baja California, Baja California Sur, Campeche, Oaxaca, Puebla, Querétaro, Sonora, Tlaxcala y Veracruz, MORENA se haya convertido en la tercera fuerza[5].

Así pues, el DF no fue una excepción: la fuga de electores de la izquierda desde el PRD hacia Morena  fue un caso que se repitió en la mayoría de los estados del país. El abandono de los votantes de izquierda toma pues una dimensión más amplia: fue un voto de repudio al perredismo  por sus alianzas pactistas, su corrupción interna (evidenciada por el caso Iguala) y el manejo sectario de los pequeños grupos que lo controlan.

Si en el DF el impacto fue más severo, ello se debió a que además del manejo faccioso y oligárquico del partido, los electores se disgustaron también por un manejo similar en varios gobiernos delegacionales. Es decir, se  sumaron, en el  DF, el repudio al partido por su  comportamiento nacional y por su actuación local.  Fue una especie de doble castigo.

Pero, por otro lado, la victoria de Morena en el DF fue determinante para ese partido en el conteo de sus resultados nacionales. De los catorce diputados de mayoría que ganó Morena, 11 son del DF, 2 de Veracruz y uno del Estado de México. En su debut electoral Morena aparece como un partido con fuerza, básicamente, regional [6].

 

Así,  los triunfos de Morena parecen también muy destacados y al mismo tiempo,  insuficientes.  Muy importantes pero no tan importantes como para considerar  a ese partido, todavía,  como una alternativa nacional.

Por lo pronto, Morena deberá, creo yo,  adoptar una agenda programática más clara. En el plano nacional, además de oponerse a las reformas estructurales ¿tratarán de impulsar un conjunto de leyes en temas tan fundamentales como los derechos humanos, la corrupción y la transparencia? ¿Qué posición tomarán frente a las políticas de ajuste y en concreto frente  al Presupuesto de Egresos de la Federación del próximo año? En el caso del DF,  ¿cuál será su postura sobre la reforma política, la Constitución de la Ciudad y la existencia de cabildos en las delegaciones?

Y también se verán obligados a definir una política de alianzas (o a actuar en solitario). En el ámbito nacional tendrán que decidir una postura frente a los diputados del  MC y algunos legisladores perredistas que pudieran no compartir las consignas de la dirigencia. En el DF será necesario definir una estrategia  en torno a Miguel Mancera y su gobierno: de colaboración y diálogo, de enfrentamiento, o de una mezcla de ambas. La cosa se complica no sólo por las críticas a su desempeño sino porque es ya, se ha presentado como tal, un posible candidato a la presidencia de la República como lo es también AMLO.

En el caso del PRD, la situación es más difícil porque tendrían que empezar por casa. Los grupos oligárquicos deberían renunciar a esa condición y a partir de ahí, renovar al partido, dejar de proteger y fomentar gobiernos clientelares y funcionarios corruptos que son parte, directa o indirectamente, de esa red oligárquica. Y cambiar de línea política  por una más independiente frente a la Presidencia de la República.

Pero hasta ahora, la respuesta de los grupos dominantes ha sido la de escabullir cualquier forma de autocrítica, minimizando el desastre No se ve un deseo de cambio ni mucho menos la intención  de modificar el control faccioso que mantienen sobre el partido.

Finalmente, esos grupos lograron en lo fundamental lo que querían: colocar a sus jefes como diputados, sobre todo pluris, y mantener las delegaciones más pobladas y con mayor presupuesto (Iztapalapa, GAM, Venustiano Carranza). La oligarquía salió herida pero no tanto como para desatar una crisis interna  y encabezar un  proceso  de reconstrucción del partido.

 

El saldo de las elecciones del 7 de junio tuvo algunos rasgos positivos, el surgimiento de nuevas fuerzas políticas, el repudio de una  parte importante de los ciudadanos  a la corrupción del Estado y los partidos. Pero el resultado final permitió  la continuidad de la hegemonía del PRI y el PAN y una acentuada división de los partidos progresistas.

Así las cosas,  resultará muy importante la acción de la sociedad organizada por fuera de los partidos (aunque no necesariamente contra los partidos progresistas) para generar una convergencia programática,  una agenda para el cambio.

Sin un movimiento social y ciudadano cada vez más unificado, los saldos negativos de la elección pesarán cada vez más y podrían nulificar o inmovilizar a esas nuevas opciones políticas. Solos, sin respaldo afuera ni adentro del Congreso,  los legisladores debutantes podrían terminar  incorporándose a la dinámica general de la corrupción o permanecer estancados  en un ambiente tan adverso que les impida dar resultados y fortalecer a sus partidos como opciones políticas hacia el 2018.

Tanto en el lado del  movimiento social como en el de las fuerzas políticas emergentes, hay un peligro real de mayor división y aislamiento. Los partidos están en condiciones menos favorables para construir una alternativa unitaria porque, en el corto plazo, les interesará defender sus nuevos y viejos cotos de poder. Por ello,  el amplio movimiento social puede ser un protagonista decisivo y definir, con un amplio consenso, una agenda de cambios e ir construyendo un nuevo tipo de unidad y coordinación que en el mediano plazo obligue a partidos y responsables del Estado a detener la violencia y a comprometerse con una serie de propuestas que impidan un retroceso político y el aumento de la represión, y que, por el contrario, se conviertan en  un conjunto de reformas en materia de derechos humanos y sociales.

Las elecciones dejaron más incertidumbres  que nuevas certezas, más dudas que respuestas.  Sería deseable  que la participación de la sociedad, el amplio movimiento social y ciudadano que existe ya en el país, pueda convertirse en la fuerza que construya un rumbo de esperanza para el país. Pero, para ello, la unidad será indispensable.



[1] Según cifras oficiales, la participación nacional fue del 48.6%. En Oaxaca se presentó una de las cifras más bajas: 37% (junto a otros estados como Aguascalientes 38%, Baja California, 31.4%, Chihuahua, 33.1%, Sinaloa 39%) mientras que en los estados donde hubo elecciones locales concurrentes se dieron las tasas de participación más altas: Campeche, 62.1%, Colima, 61%. Guerrero, 56.8% Nuevo León, 59.4%, Querétaro, 58.6% y de manera notable, Yucatán con el 72.3%.  En el DF fue más bien reducida en relación al  promedio nacional: 44.8 % a pesar de que también se celebraron comicios locales.  Hay casos que destacan como Tamaulipas: 45.7%, pues cuesta difícil creer que los electores fueran a votar dado en el clima de violencia que ha imperado  en esa entidad.

[2] Morena ganó cinco delegaciones pero el PRD perdió además, otras con el PRI (3)  y el PAN (2) quedándose con sólo 6. . Además Morena ganó la mayoría de los distritos locales (18 más 4 de REP para sumar 22). El PRD sólo logró ganar 14 de mayoría.

[3] Aunque el PRD en 2015 respecto a 2009 ganó poco más de  100 mil votos (4.2 millones vs 43.), hay que tomar en cuenta que la lista nominal aumentó en 4.6 millones  de votantes. Muchos de ellos decidieron votar por Morena y no por el PRD. Su porcentaje de votos respecto al total pasó de 12.2 en 2009 al 10.87% en 2015.

[4] Aguascalientes, Baja California, Baja California Sur, Campeche, Coahuila, Chihuahua, Durango, Nuevo León, Puebla, Querétaro, Sinaloa, Sonora, Tamaulipas, Tlaxcala y Veracruz  además del DF y de Quintana Roo, notable también  este último caso porque ahí Morena pasó a ser la segunda fuerza a nivel estatal.

[5] Según datos del INE en la votación de diputados federales.

[6] La votación total de Morena fue de 3.35 millones de votos (cifra redondeada). De estos,  el 23% se dio en el DF; 17% en el Estado de México; 9.3% en Veracruz y el otro 50% se repartió en las otras 29 entidades del país, destacando   Oaxaca 137.2  (4%) y Puebla 158.7 ( 4.7):  si consideramos estas entidades la suma llega al 60%; el otro 40% se repartió en las 27 entidades restantes.  Destaca la baja votación de Morena en estados tan importantes como Jalisco y Nuevo León donde se fueron al sótano: 7º y 8º lugar respectivamente. 

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