• Ramón Meza Rosales
  • 10 Abril 2014
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Esta crónica refleja un gran número de casos que siguen abiertos. Mujeres que salieron un día de sus casas para no volver más. Según las cifras del Observatorio de  Violencia Social y de Género en Puebla y del Instituto de Derechos Humanos Ignacio Ellacuría S.J. de la Universidad Iberoamericana, suman más de cien casos registrados de violencia contra mujeres desde 2011 a la fecha; tan sólo en lo que va de este año se cuentan más de 15 desapariciones.

Quizá  muchas han sido asesinadas; quizá otras estén en el oscuro mundo de las redes de trata de personas. Cabe pensar que otras se hartaron de la vida que llevaban y quisieron buscar una distinta. Pero esto no podrá saberse con certeza si la Procuraduría General de Justicia del Estado de Puebla, la cual presume de su eficacia en el combate al secuestro, no compruebe qué pasó con cada una de ellas.

El que presentamos aquí puede ser emblemático, pero ni de lejos es el único caso.

 

I

            El rostro de Judith Cóatl se ha vuelto popular desde hace tres semanas. Son muchas las fachadas de casas, comercios, esquinas, postes, cristales de autos particulares y de transporte público donde aparece su fotografía: sonriente, vestida de saco y blusa, su cabello lacio y negro peinado de raya de lado. 

La imagino así, alegre, entusiasta, haciendo sonar sus tacones por el adoquín de las calles de Tlaxcalancingo, su pueblo natal, saludando a vecinos y parientes. Su rostro moreno, de ojos almendrados, sus rasgos que afirman su origen indígena, dejándose iluminar por el sol de marzo. Sus ilusiones puestas en el trabajo por venir, en la carrera de psicología recién concluida, en los ciclos de vida que hay delante, esperando a abrirse…

            Pero por ahora no está. Su nombre es un dolor, un eco sin procedencia que se repite entre las paredes de su cuarto, en su casa de patio en medio, donde vecinos y amigos han comenzado a reunirse por las tardes para orar; es una angustia ante el teléfono que no suena o la pantalla de la computadora que anuncia los mensajes de correo electrónico: pero hasta ahora no de ella.

            Desde el 20 de marzo, Judith Cóatl Cuaya es, para los suyos, para el pueblo de San Bernardino Tlaxcalancingo, una ausencia; un vacío. Una aflicción.

 

II

 

            La noche de aquel jueves 20 Judith estaba a punto de acostarse cuando recibió una llamada telefónica de un conocido, Gerardo Juárez Sánchez, para salir a tomar un café, cerquita, dentro de los límites del pueblo. Avisó a su mamá, Felipa Cuaya, quien pudo ver por la ventana que abordaba la camioneta del joven. Desde entonces no ha regresado.

Gerardo volvió al otro día y, nervioso, dio una “explicación” que no convenció a la familia: No la había visto, no estaba con ella y no sabía dónde estaba. A partir de ahí, él también desapareció del pueblo. Queda su rostro pegado en las paredes, en hojas donde le acusan de secuestrador de la muchacha.

Por celular, recuerda Emma Cóatl, hermana de Judith, llegaron unos mensajes: que estaba bien, con compañeros de escuela. Todos con faltas de ortografía, desacostumbradas en la escritura de la estudiante recién graduada, quien siempre hacía hincapié en los textos pulcros. A partir de ese domingo la señal de teléfono se cortó.

            Desde que se puso la denuncia hubo cualquier tipo de obstáculos por parte de las autoridades: que si la muchacha “ya estaba grande, pues ya sabía lo que hacía”. Que no se podía actuar porque ella abordó el vehículo por su propio pie. Que si los familiares no tenían una grabación en video del momento en que subió. “Señora, ¿quiere poner la denuncia o no?” Le dijeron a doña Felipa, cuando pidió un médico porque la cabeza le sangraba a resultas de una caída (le subió el azúcar) momentos antes de presentarse ante el Ministerio Público.

            La averiguación previa quedó integrada (AP-692-2014-SACHO), pero no hubo avances significativos. Parece que fue necesario que una semana después, un centenar de habitantes de Tlaxcalancingo se dispusieran a bloquear la carretera federal Puebla-Atlixco por casi tres horas, justo enfrente de la iglesia principal del pueblo, para que los atendieran funcionarios del gobierno del estado.

            Hoy, la foto de Judith también está en internet, en las redes sociales, en la página de personas desaparecidas en Puebla de la PGJ. Pero aún no hay noticias.

Quienes la conocen refieren que era seria. Trabajó para pagarse su carrera y pertenecía al grupo de catequistas. Su habitación luce una decoración sencilla, algunas fotos con amigos y familiares, una laptop. En la pared, un mural hecho con huellas de manos y nombres de amigos: pero por ningún lugar aparece el de Gerardo.

Él es todo un caso, a decir de gente que lo conoce en la comunidad. A los 23 años se le atribuyen por lo menos cinco hijos. Le gusta buscar muchachitas inocentes, las envuelve —tiene labia, señalan— y las deja embarazadas. Luego busca otra. Y otra. Hijo de un constructor, presume de mucho dinero. Otras personas aseguran que tiene antecedentes penales por diversos delitos: en redes sociales lo acusan de robo. A saber.

Con Judith fue distinto. La pretendió desde hace cerca de seis años, pero ella se negó desde el principio: de entrada, porque no le gustaban de menos edad (ella tiene 26); también por estar estudiando y trabajando. Afirman que en la fecha de la desaparición le había propuesto trabajo: ir al café era el motivo para hablar de ese tema. Ese fue el gancho.

La historia se complica pues el papá de Gerardo Juárez, del mismo nombre, pretendía postularse a la presidencia auxiliar de Tlaxca en las próximas elecciones. Quién sabe si lo haga. A la fecha en ninguna barda aparece hoy su nombre. Y todavía más, el síndico de San Andrés Cholula, Paulino Pedro Lozada, resulta ser tío de Gerardo. De ahí que lo acusen de entorpecer la investigación; lo cierto es que ante la falta de respuesta crece la ira, el desánimo, la incertidumbre.

 

IV

 

            Imaginar es macabro a veces. Sin embargo la gente se figura desenlaces:

            Unos dicen que es la trata de personas. Ella fue llevada, o vendida, a los tratantes. Como se sabe es un negocio en gran escala, y tiene una de sus puntas en Tlaxcala, entidad reconocida a nivel nacional e internacional por ser origen, desde tiempos inmemoriales, de padrotes que cuentan con amplia experiencia en la captación, traslado y explotación de mujeres con fines de prostitución, y que además cuentan con redes y complicidades vastas. Y la mamá de Gerardo Juárez es de San Pablo del Monte, municipio tlaxcalteca fronterizo con Puebla, donde se cuentan por docenas los casos de desaparición de jovencitas, involucradas en ese turbio negocio, señalan esas voces del pueblo, bien enteradas de la genealogía de sus moradores.

            Pero si así hubiera sido, señalan otras, ¿por qué no se llevó a las chavitas con las que anduvo? Nada más fácil, si estaban bien sonsas. No, iamaginan, lo que pasa es que la quiso forzar, se le pasó la mano, la golpeó de mala manera y la mató. Hay gente que desaparece después de haber estado con amigos, tomando, afuera de las tiendas. “¿Oye, qué pasó con Fulano?” “No sé, yo lo vi anoche, pero se fue por otro camino, ya no supe.” Y luego uno se entera cuando el perdido aparece: fue arrastrado a uno de los múltiples pozos que hay por toda la comunidad y arrojado dentro. Cuando empiezan las labores de riego va el campesino y ¡madres! Se encuentra algo, justo cuando va metiendo la manguera al brocal. “Es el que desapareció hace un mes, o desde hace dos, o el año pasado.” Hay que buscar, pues, en los pozos, sostienen.

 

V

           

            La familia, los amigos, continúan moviéndose, buscando aliados, pistas, foros donde se escuche su queja. El viernes de la semana pasada un grupo viajó a la ciudad de México, con miras a presentarse en medios de comunicación. El primer objetivo era entrevistarse con la “señorita Laura” para exponerle la problemática que han vivido. Pero no fueron recibidas en la televisora de Avenida Chapultepec.

            Como siguiente objetivo estaba TV Azteca, donde un reportero había dicho que le interesaba el caso. Sin embargo, ahí tampoco las atendieron.

            Parece que las agendas de los grandes consorcios han sido blindadas contra cualquier voz disidente, o que se salga de la verdad oficial, al menos desde ¿la campaña presidencial de 2012?

 

VI

 

            La exigencia fue de nuevo expuesta ante los medios de comunicación locales, en la Ibero de Puebla y con el respaldo del  OVSG y del Instituto de Derechos Humanos Ignacio Ellacuría. Sigue siendo la misma desde que se denunció la desaparición de Judith Cóatl: que se agilicen las investigaciones, que se dejen de poner trabas burocráticas para localizar a la joven. “Se olvida que en Tlaxcalancingo hay toda una comunidad que exige que aparezca Judith; se exige porque hay todos los mecanismos, existe la ley para actuar en contra de esas desapariciones”, manifiesta Lourdes Pérez Oseguera, titular del Observatorio contra la Violencia Social y de Género.



El Estado ha sido indolente y hay investigaciones que ya quedaron archivadas, afirma. Y enumera:

            El caso de Maricela Torres Acosta, desaparecida el 23 de junio de 2011, al parecer raptada por su exesposo, caso al cual ya se le dio “carpetazo” en la PGJ. O Araceli Vázquez Barranco, asesinada por su exnovio en Acajete el 13 de noviembre pasado, quien hasta el momento sigue prófugo. O Karla López Albert, único de los seis casos de feminicidio resueltos este año, gracias a la presión ejercida por la familia a través de medios informativos y ONG’s, pero “no todas las familias tienen esos recursos”, reconoce Lourdes Pérez.

            Mientras no se dé con su paradero y no se resuelvan sus casos, la investigación debe seguir abierta, porque para cada familia la ausencia de una integrante —llámese hija, hermana, sobrina, esposa, novia o madre— es una cuenta pendiente, una herida que no cierra.

¿Cuántas mujeres más hacen falta para que nos demos cuenta del tamaño del problema? ¿Cuántas siguen haciendo falta en sus hogares, desde hace semanas, meses o años?

¿Cuántas nos hacen falta?

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