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Cuarta de doce partes

 

Mundo Nuestro presenta la cuarta entrega de una crónica de vida escrita por Guillermo Hinojosa, académico poblano quien en la etapa madura de su vida ha decidido iniciar una serie de textos sobre la realidad que vivimos y su pensamiento. “Me cansé de vivir como contrabandista ocultando lo que realmente pienso de muchas cosas”, ha dicho de sí mismo. Y ha iniciado este ejercicio de escritura sin autocensura.

 

Otro rasgo poblano que se nota después de un tiempo es el disimulo. Las personas conocidas que se encuentran  en la calle o en las tiendas se voltean para otro lado, como si de repente les interesaran las lámparas o cualquier cosa que esté sucediendo a lo lejos. Si, al manejar, usted le pide al conductor de otro coche que le permita dar vuelta o cambiar de carril, hará como que no lo ve.

Los poblanos dicen de sí mismos que son difíciles de tratar y que no pagan sus deudas. Esto último debe ser cierto, tomando en cuenta el número de expedientes de demandas en los juzgados de la ciudad. Hay familias de apellido ilustre, famosas por no pagar ni cumplir sus compromisos. Familias cuyos miembros alardean de sus trampas como si fueran hazañas reservadas a las personas inteligentes. Se los puede ver en los restaurantes de lujo bebiendo con ostentación, mientras enfrentan demandas judiciales de proveedores que confiaron en ellos.

Tres instantáneas que reflejan, me parece, otro rasgo de carácter poblano. En la primera se ve a una señora elegante que utiliza su teléfono dentro de un supermercado de lujo. Con la mano que tiene libre, arroja a su carrito de compras cosas que apenas mira; una caja con chocolates, adornos navideños, un juego de copas. Empuja el carrito un hombre silencioso de aspecto humilde, seguramente su chofer.

La segunda escena sucede en la misma tienda y es casi idéntica. Sólo que en esta ocasión la señora que compra va seguida por dos sirvientas uniformadas que empujan los carritos y atienden a tres niños que son los hijos de la señora. Es que los niños han de haberse encaprichado con ir a la tienda, y no dejan comprar a gusto.

La tercera es en una calle protegida por las rejas de un fraccionamiento cerrado. Una sirvienta uniformada pasea a un par de perros, uno grande y otro chico. Los tres  parecen aburridos, aunque los perros se animan un poco cuando me ven paseando a Úrsula que olisquea al otro lado de la reja. Imagino que, como yo, la patrona ha visto al Encantador de perros en la tv y sabe que sus perros necesitan ejercicio. Para tranquilizar su conciencia interespecie, manda a la sirvienta.

Si hemos de adivinar el carácter de una ciudad a partir de lo que presume, diremos que lo que más les gusta a los poblanos son las iglesias y la comida. Es casi lo único que aparece en los folletos de turismo de la ciudad. Hay un dicho de tiempos de la colonia que refleja bien el gusto poblano por comer y rezar: 'Hay cuatro cosas que come el poblano: puerco, cerdo, cochino y marrano'. Al comer carne de cerdo con ostentación, los poblanos coloniales le decían a sus vecinos 'Soy cristiano viejo, nadie piense que soy judío'.

Foto publicada en el portal Puebla Antigua.

 

Se contaba como verdad que, allá por los años 50, en el Puente de México, ya para despedir a los visitantes, había un letrero que decía algo así como 'Puebla te despide y agradece tu visita'. Abajo, alguien había pintado 'No somos como dicen'. Luego, uno de los visitantes completó 'Somos peores'. Esta anécdota causaba mucha risa tanto a los poblanos adoptivos como a los de nacimiento.