• Julio Glockner
  • 23 Octubre 2014
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La edición 96 de la revista Elementos, de la BUAP, está a la mano, para suerte de todos sus lectores. Dedicado a la India, es sin duda una edición extraordinaria, que así presenta la propia revista en su editorial:

“Este número de Elementos está dedicado en su totalidad a la India. Es el resultado de un acuerdo de colaboración con colegas del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la BUAP quienes, tras un viaje a la India, nos propusieron editar un conjunto de trabajos que ofrecen múltiples miradas a este país, acompañando los textos, además, de una serie de fotografías que ofrecen una visión caleidoscópica de la India, su gente y sus formas de vivir. Como parte de este acuerdo, el antropólogo Julio Glockner funge como editor invitado de la edición 96 de la revista Elementos. Julio se ha hecho cargo de recopilar y revisar el material de esta edición. Completada esta tarea, dicho material fue transferido a los editores de Elementos para la corrección y edición final de los textos e imágenes. Lamentablemente, por su número y extensión, el conjunto completo de textos no pudo ser incluido en la edición impresa y parte de ellos se publican únicamente en Internet; para consultarlos, invitamos a los lectores interesados a visitar nuestro portal en:

www.elementos.buap.mx/num96/htm/elem96.htm

El texto que presenta hoy Mundo Nuestro es del antropólogo Julio Glockner, quien --dice Elementos-- “ofrece un relato de viaje desde la mirada del antropólogo: una narración que nos lleva de los caminos enredados y ‘caóticos’ por los que se viaja en India a la paz del hombre que medita.”

 

En espera de Áruna, quien mucho tiempo después sabrá que viajó con nosotros.

 

Imaginando el apocalipsis

El trayecto del aeropuerto a Delhi en una pequeña vagoneta con el equipaje en el techo no tuvo nada de particular, salvo el cambio del volante al interior del auto y la circulación cargada a la izquierda, lo que no deja de desconcertar a nuestro sentido del orden. Pero de pronto abandonamos las modernas vías rápidas, pasamos por debajo de un puente y se abrió ante nosotros, de golpe, un mundo realmente sorprendente. Las escenas cotidianas que veíamos a través del vidrio nos sorprendían una tras otra, era como si el mundo hubiese sido devastado el día anterior y la gente saliera a la calle a buscar la manera de sobrevivir.

    Según los criterios del urbanismo occidentalizado (y conste que llegábamos de México) estábamos ante el más completo caos, es decir, sin delimitaciones precisas de los espacios para que el tráfico se ajustara a nuestra lógica. En vastas zonas de la ciudad las banquetas no existen, y cuando las hay, están invadidas por comerciantes, mendigos, animales durmiendo y artesanos de todo tipo trabajando, de modo que se camina por la calle, donde circulan, casi siempre en doble sentido y de un modo hábilmente arbitrario, autos, camiones, vacas, motocicletas, chivos, autobuses, cebúes, bicicletas, búfalos, peatones, perros, carretas, miles de motonetas techadas que sirven como taxis. Todos avanzando, nadie retrocede un poco ni cede el paso, todos tocando el claxon. Esta situación, descrita así, parece infernal, no lo es. No hay escenas de histeria ni enojo por los congestionamientos, hay un ambiente de serenidad y prudencia a pesar de todo. En medio de ese enredo se pueden ver las escenas más insólitas, como una familia de cinco miembros montados en una moto, con la madre amamantando a un bebé; un tipo en motocicleta balanceándose por el camino porque lleva a su amigo sentado en el asiento de atrás ¡cargando otra motocicleta!; una vaca trepada en la parte trasera de un triciclo-motoneta convertido en un altar móvil; jóvenes musulmanas cubiertas con burkas por las que solo asoman sus hermosos ojos, pedaleando afanosamente sus bicicletas... Los olores callejeros son penetrantes y se alternan los de orines y excrementos con los aromas de las especias, el polvo, el smog y ocasionalmente un perfume. También se pueden ver monos sentados en los filos de las bardas o colgados de las ventanas. La multitud es fascinante por su infinita variedad de rostros, vestimentas, ademanes y actividades que atraen la mirada constantemente: todo es fotografiable en las calles de India. Además están las deidades, que no están solo en los templos, sino en las esquinas, al pie de los árboles, pintadas en los muros, en el interior de las tiendas y locales, en nichos en medio de la calle, por todos lados aparecen sus imágenes asombrosas, benefactoras, protectoras de la vida diaria de millones y millones de indios. Todo en India es abundante, incluyendo los años de historia que se cuentan por cientos de miles.

    Los arqueólogos han distinguido ya dos grandes áreas culturales, una, llamada Madrás-Achelense, al centro y sur de la India; otra, llamada Soan, al noroeste, ambas con 500 mil años de antigüedad. Medio millón de años de evolución bajo nuestros pies y a la vista, al alcance de la mano.

 

(Puedes seguir leyendo en la revista Elementos No. 96:

http://www.elementos.buap.mx/num96/htm/29.htm

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