• Sergio Mastretta
  • 23 Enero 2014
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Por: Sergio Mastretta

La muchacha empuña el cuerno de chivo y nos mira a los ojos. Y yo observo su profundo interrogante asomado tras el pasamontañas.

Los conflictos sociales en México, y la violencia que hoy envuelve la vida cotidiana en todos los ámbitos de la vida nuestra, obligan a una mirada larga. De otra manera es muy difícil entender lo que ocurre, por ejemplo, en Michoacán y Guerrero. En la tierra caliente mexicana. En el más histórico de sus ríos. En la más profunda de sus cuencas. El Balsas.

Las mujeres empuñan los fusiles y claman por la libertad y la justicia.

¿Por qué pasamos de visualizar en los años cincuenta a la tierra caliente como la “tierra prometida” para los campesinos mexicanos (reparto de millones de hectáreas, construcción de monumentales obras hidráulicas, carreteras y ferrocarriles al pacífico, creación de nuevos centros de población, programas de desarrollo agropecuario, establecimiento de centros educativos y tecnológicos, etc.), a una realidad de guerra civil en un territorio controlado por bandas criminales que se han posesionado de las instituciones gubernamentales?

¿Qué dejó de hacer el Estado mexicano? ¿Cómo pudo extenderse tan profundamente el crimen organizado? ¿A qué extremos llegaron para provocar esta insurrección civil con las llamadas autodefensas?

Proponemos esta lectura de 1990. Un reportaje publicado en la revista Nexos y reproducido en meses pasados en Mundo Nuestro. Un recorrido desde las inmediaciones de los ríos Mixteco, Tlapaneco y Atoyac, en los estados de Oaxaca, Guerrero y Puebla, hasta las cañadas de Coalcamán, en la frontera de Michoacán con Jalisco, una depresión enorme de montaña y desierto que quiebra las sierras Madre Occidental y  del Sur para que puedan escurrir sus violentas tormentas de verano. Es la historia de una insurrección política asociada a la figura de Cuauhtemoc Cárdenas, el hijo del Tata. La degradación y derrota de esa movilización de pueblos del sur hoy se traduce en la absoluta y violenta descomposición de lo que llamamos estados de Guerrero y Michoacán.

Para intentar comprender nuestra nueva rebelión campesina.

La cuenca del Balsas.




La tierra caliente mexicana/Verano de 1990/ Primera parte

La  violencia

De un día para otro el Estado y la sociedad descubren que la ruta del Balsas forma parte del corredor vital de la droga: el triángulo montañoso de Oaxaca, Guerrero y Puebla y las sierras de Guerrero y Michoacán siguen paso a paso la huella de Sinaloa. Apatzingán se convierte en un centro narco, de la mano de Uruapan. La ruptura es sinónimo de violencia: en 1989 hubo 340 asesinatos en el distrito de Apatzingán, 80 por ciento de ellos en la cabecera. En los últimos tiempos han sido detenidas 300 personas por homicidio. La cultura del narco adquiere el camuflaje de las películas de Mario Almada las camionetas Cheyenne rojas y negras queman las llantas en avenidas nocturnas al son de me fui pa California; los crímenes se amplifican en la nota roja de los diarios locales; jóvenes desconocidos apuestan 500 millones de pesos en una jugada de gallos; los movimientos en el negocio de bienes raíces se disparan a las nubes, los viejos ricos venden al triple sus residencias a campesinos que convierten en chiqueros los jardines. Y sobre todo, la presencia de la policía: a cualquier hora, igual en Tlapa que en Huetamo o Tepalcatepec, convoyes de camionetas polarizadas y sirenas abiertas recuerdan a los pueblerinos que los antinarcóticos están en guerra.

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La tierra caliente mexicana/El rezago campesino/Segunda parte

El rezago del sur

Para documentar el rezago del sur campesino, hay que dar un vistazo a Guerrero y Michoacán. En el primer estado, con 75 municipios, para 1987 el 65 por ciento de ellos tenía menos de 30 mil habitantes, mientras Acapulco sostenía una tasa de crecimiento del 14.09 por ciento entre 1980 y 1987. Y cuando el puerto se llevaba el 42.1 de los ingresos corrientes estatales, y junto con Zihuatanejo, Chilpancingo e Iguala acaparaba el 64.5, otros 55 municipios no pasaban de cien millones de pesos al año para cada uno. Todos ellos son fundamentalmente rurales. En ese mismo 1987, 46 municipios tenían un déficit mayor del 50 por ciento en agua y 63 sufrían una carencia superior al 90 por ciento en drenaje. Algo mejor le iba en energía eléctrica, pues sólo 19 municipios tenían un déficit mayor al 50 por ciento. Dieciocho de esos municipios mayormente marginados ven correr sus aguas de temporal hacia el Balsas. El llamado Sistema Nacional de Planeación, imaginado en los ochentas, le daba a Guerrero un número de 12 municipios prioritarios para el desarrollo: ninguno de la Montaña, ni de las orillas del Mezcala; dos de la Tierra Caliente, pero tomados en cuenta tan sólo como centros de acopio.

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El narco en el surco/La tierra caliente mexicana/Tercera parte

Es en el ejido El Limón, poco antes de llegar a Aguililla. Arriba, en la sierra, abierto en un claro del bosque, está Baraloso, un ejido forestal. Más allá, a seis horas de camino desde Aguililla, está Barranca Seca, del municipio de Coalcomán, ejido también: en la región se le señala como un territorio ganado por el narco. El hombre de la guitarra comenta los últimos acontecimientos en el municipio: el enfrentamiento entre narcos y judiciales, y el encarcelamiento de Salomón Mendoza, presidente municipal perredista:

"Al gobierno se le hace fácil venir y maltratar a la gente. Allá él, pero no es la solución, no es el modo agarrar gente pacífica. Aquí somos personas de trabajo, lo fueron nuestros abuelos, cuando esta región era como decir Quintana Roo, cerros enteros que nadie trabajaba. Mi tata grande vino de Jalisco antes de la revolución porque un individuo cayó a llevarle una hermana por la juerza y ahí se tatemaron a balazos y tal vez mi tata se la ganó. Esto lo digo pa que me entienda que aquí semos de trabajo y buen entendimiento si el gobierno, al contrario de armas, trae maquinaria pa trabajar.

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La ruptura política/La tierra caliente mexicana/Cuarta parte

Los agravios ahí están, el sur agrario los echa en cara al altiplano. No son nuevos ni exclusivos de la región. Pero se manifestaron, y con gran fuerza, en los procesos electorales de noviembre y diciembre de 1989 en Puebla, Guerrero y Michoacán. Un año después es el turno del Estado de México. De hecho, la violencia política entre enero y abril de 1990 provocó el viaje del reportero: seguir la huella de la disputa municipal. Y llevar en la maleta las dos versiones de los partidos en pugna: el PRI que se tambalea y moviliza todo el aparato estatal para resistir y recuperar su consenso, y el PRD que quiere ser la garra del sorpresivo zarpazo cardenista de 1988, pero que por sus propias contradicciones no acaba de tomar forma.

La versión priísta es orgullosa: el descontento popular es por los errores del partido, por la mala selección de candidatos, trampas electorales, desconocimiento de liderazgos naturales y bases olvidadas. Pero dicen que ya revirtieron el proceso: consulta a las bases, renovación de comités municipales, atraer al priísmo abstencionista, etcétera. Por eso, del 6 por ciento que obtuvo en 88, el PRI subió en julio de 89 al 42 por ciento y en diciembre al 56. El cardenismo cayó en un 30 por ciento por estar "infiltrado por líderes con fines aviesos, que utilizan la violencia sistemática y aprovechan la crisis económica del país". La toma de alcaldías fue fruto de "la acción de minorías y profesionales de la desestabilización". Todo esto no impide que en el verano del 90 el PRD gobierne en 52 municipios, con el 45 por ciento del territorio y el 58.4 por ciento de los habitantes de Michoacán.

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La noche del Balsas/La tierra caliente mexicana/Quinta parte

Luciérnagas

Las cuatro luciérnagas chispean en el camino. Apuntan a los faros del automóvil a cien kilómetros por hora. En el péndulo del miedo se valen los extremos: dos días antes, en San Lucas, Michoacán, braceros agradecidos colgaban la fotografía familiar frente a la troca y el yard de algún suburbio de Stockton a la cadena de milagros de la Inmaculada Concepción, la virgen de la Tierra Caliente. Su imagen aparece fugaz, como una broma entre los cuatro fusiles. Un mes de imágenes se le sobreponen: el viejo Othón Salazar en el Congreso Cardenista de la Montaña, la mujer tlapaneca en el Ministerio Público de Tlapa que denuncia la golpiza a la que la sometió su hermano priista que le disputa la parcela, los ancianos de Metlaltonoc que le hacen la vida imposible al joven presidente municipal perredista, los indígenas detenidos por la siembra de mota en Chiautla, Puebla, los camiones que se llevan en paquete a los braceros mixtecos a Sinaloa...

 

 

 

Pero ahora la amenaza contiene todas las imágenes. Parar o seguir. Maleantes o policías, cualquiera que sea significa lo mismo. Es la realidad de otro país. Finalmente nada lo resume: ni la certeza del fracaso del cardenismo ejidal, ni la miseria de los temporaleros y sus alternativas (jornaleros de las trasnacionales, braceros en el norte, narcotraficantes). Tampoco sirve otra constatación: la violencia es cotidiana, haya o no elecciones. La muerte se cuenta en la página roja, como arrojar melones en una troca. Los partidos son un simple hilo de la madeja: el PRI, el PRD, la política ganancia o pérdida de votos, divisiones internas, toman forma, nombre y apellido en los hombres e intereses de los pueblos. La tierra, el agua, los montes, el buen o mal uso de los recursos. Finalmente los pueblos contra el Supremo Gobierno en la figura que un buen día, paternal, adquirió en el peregrinaje del Tata Cárdenas. Y que un mal día se perdió.

Nada se explica. Sólo el pie que acelera para perdernos en la noche del Balsas.

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