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Camino por la vía Atlixcáyotl. Abundan los autos de lujo. Frente al Toks hay estacionadas una Tahde negra- de esas camionetas parecidas a las suburbans- y una Land Rover blanca, ambas sin placas, y a su alrededor tres hombres trajeados y con corbatas horribles. Guarros, seguro tienen que ver con el cuarto hombre trajeado que monta guardia a la entrada del café. Pasa una patrulla de tránsito de la policía estatal y los observa. No pasa nada. "En México puedes circular sin placas ni distintivos si tu vehículo es lo suficientemente lujoso", pienso.

Sigo con mi camino y me decido a cruzar la Atlixcáyotl frente a la concesionaria de Honda, aprovechando la presencia de un semáforo. Cruzo con seguridad y sin prisa. Llego al camellón. A unos metros hay docenas de trabajadores, que a marchas forzadas laboran en la majestuosa ciclovía del gobernador.

Los retornos están temporalmente bloqueados por la obra, por lo que camino sobre el polvoriento arrollo vehicular, mientras escucho el zumbido de las soldadoras y el claqueteo de los martillos. Observo los pasos elevados y no sé si sea mi paranoia, pero parece que a los puentes les pondrán tirantes, como al distribuidor vial de Cholula.

Cuando cruzo el otro lado de la calle el semáforo está en rojo. Camino con tranquilidad hasta llegar al último carril, donde un taxista empieza a mover su vehículo, ya que el semáforo está a punto de cambiar a verde. Apresuro un poco el paso y llego a la diminuta banqueta y escucho al taxista mentarme la madre con el claxon mientras señala furiosamente con las manos al puente peatonal que se levanta sobre mi cabeza, el que coincidentalmente resulta estar sobre un semáforo que fácilmente permite que los peatones crucen por las calles que incluso tienen cebras peatonales pintadas.

Sigo por mi camino frente a Vía San Ángel, y veo a un hombre muy bien vestido cargando unos ganchos con camisas colgadas. Continúo hasta llegar a mi destino: Banamex de plaza Mazarik. Para mi desencanto "no hay sistema" y no puedo hacer ninguna de las operaciones que pretendía.

Doy media vuelta, y en mi viaje de regreso me detengo frente a la salida vehicular del estacionamiento de San Ángel, donde nuevamente veo al hombre de las camisas, ahora a bordo de un automóvil, con las camisas colgadas detrás de su asiento. Lleva su celular en la mano. A su derecha pasa un hombre en una bicicleta. Lleva los brazos desnudos, exhibiendo varios centímetros cuadrados de piel tatuada. El ciclista se detiene y le dice al hombre en el automóvil "NO TEXTEES". El conductor deja su teléfono sobre su regazo y me mira con vergüenza mientras yo suelto una pequeña risa.

Voy caminando mientras veo al ciclista moverse hábilmente en el carril de extrema derecha, esquivando con destreza a los automóviles orillados. La sonrisa en mi rostro se mantiene durante el resto de mi trayecto

Al caminar por la ciudad con los ojos bien abiertos veo que no hay circunstancias anodinas, y que en nuestra cotidianidad siempre hay eventos extraordinarios; es nuestra percepción del mundo la que se ha vuelto anodina.

Cuando crecemos, nuestra curiosidad y el ímpetu por el cambio van siendo poco a poco mermados. No debemos permitirlo, y una forma en la que yo he aprendido a resistir, es caminar, y lo ha sido más aún en una ciudad como la nuestra, cuyo crecimiento ha dejado al peatón fuera de la ecuación, y sin embargo seguimos aquí, andando a pie, observando.